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Sábado, 14 de agosto 2010, 02:42
Será una exposición sencilla. Pero será un homenaje bien entrañable: en el albergue 'Los Centenares', de Castielfabib, se va a inaugurar hoy una exposición de documentos y fotografías que evocará el nacimiento del libro 'Gente del Rincón', de María Ángeles Arazo y Luis Vidal, dos reporteros que, en su juventud, se acercaron por primera vez al Rincón de Ademuz, una comarca deprimida y olvidada. El libro, que se editó en 1966, fue el primero de sus autores. Cuarenta y cuatro años después, este homenaje trata de agradecer el gesto que supuso el temprano 'descubrimiento' del Rincón y lo que llevaba aparejado sobre el abandono de una comarca valenciana.
Cuando Arazo y Vidal visitaron la zona, la lejanía de aquel enclave valenciano inscrito entre Teruel y Cuenca era, para empezar, física. En la reedición de 1974, María Ángeles Arazo anotó que «cuando se escribió este libro, en 1966, el Rincón de Ademuz permanecía unido a Valencia tan solo por el cordón umbilical de la adscripción administrativa. Al reeditarse el volumen, entre nuestra ciudad y los hermosos pueblos de Ademuz existe una carretera que aproxima». En 1966, en efecto, tuvieron que viajar hasta Teruel «y luego tomar uno de los coches que van a Ademuz, Casas Bajas, Vallanca y El Cuervo, que este último pasa por Castielfabib».
María Ángeles Arazo, -prefiero la música de las palabras que su etimología- se quedó prendada muy pronto del pueblo, «colgado entre dos cerros: Peñagarate y Torreta, que se asoma al Ebrón». Allí está la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, construida sobre la recia fortaleza medieval. En agosto de 1210, ahora hace ocho siglos, cuando fue conquistada por Pedro I, se celebraron Cortes de Aragón en la sala del torreón. Ese octavo Centenario, que presagia el posterior acercamiento cristiano a tierras de Valencia, es el que se va a conmemorar durante todo este mes. Con el apoyo de la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Castielfabib, la comisión que promueven el arquitecto Francisco Cervera y Cesáreo Casinos, del centro de turismo rural y agricultura ecológica 'Los Centenares', han preparado un programa de actos culturales que se abre con esta exposición, que el público podrá visitar hasta el día 27.
El libro de los dos reporteros, redactores entonces de 'Levante', fue un ejercicio de periodismo, de una objetividad desnuda que era nueva en la profesión. Como el crítico Rosendo Roig señaló «todo el libro, excepto dos páginas geográficas, son diálogos con los hombres y mujeres del Rincón de Ademuz».
En efecto, apenas hay unos mínimos apuntes de apoyo de una escritora que deja que sean las gentes retratadas las que ahonden en su mundo, su vida y la dureza de sus circunstancias. Curiosamente, el mismo año, 1966, en que Prometeo editó en Valencia 'Gente del Rincón', se publicó 'A sangre frí', una 'non-fiction-novel' de Truman Capote, que ofreció la novedad de construir un relato con la elaboración de acontecimientos reales y testimonios directos de un crimen, ejercicio que daría paso al 'nuevo periodismo'.
El libro, que mereció entre otros los elogios de José Ombuena y Rafael Ferreres, mostró la capacidad de su autora de aunar con hondura el paisaje y los perfiles humanos de sus gentes, en un ejercicio literario que, por otra parte, se compone de las piezas esenciales de lo periodístico: lo que se ve y se oye, lo que las gentes dicen de sí mismas. Poco más de veinte historias - Olegario, el Rebelde, Antona, el Tío Quico, Pilar la hilandera, el Tío Nicanor, el secretario.- componen el friso de la obra.
La periodista valenciana, que en 1966 gozaba de una gran popularidad gracias a sus reportajes y entrevistas en 'Levante', ha comentado en más de una ocasión su admiración por la obra de Francisco Candel, un periodista y novelista, nacido en Casas Bajas, Ademuz, que en Barcelona estaba haciendo carrera con un estilo crudo, descarnado en el dibujo de la pobreza y la marginalidad, que le hizo publicar novelas como 'Donde la ciudad cambia su nombre', de 1957, y 'Han matado un hombre, han roto el paisaje', de 1959.
Las fotos de Luis Vidal, desde luego en blanco y negro, contribuyeron a marcar el estilo de la obra, que bascula entre la amargura y la resignación. En los sesenta, el tratamiento de la imagen que emana de la escuela de Barcelona -Miserachs, Maspons, etc.- caracterizó un trabajo lleno de sobriedad y sin concesiones.
Es el estilo que en Valencia estaba ya practicando Francisco Jarque, que con el tiempo habría de colaborar con María Ángeles Arazo en muchos libros.
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