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Otra mascota con síntomas de delgadez extrema. :: C. R.
Alicante

Rescatados del profundo pozo de la vida

El albergue de la Protectora de Animales en Alicante es una 'casa de los horrores' con historias espeluznantes

E. RUBIO

Domingo, 22 de agosto 2010, 02:07

Thomas. Así se llama un joven terrier mestizo al que un día enviaron al fondo de un pozo en El Campello. Igual que otros dos perros que fueron hallados, famélicos y sedientos, en una balsa de riego de Alcoi hace días. A Thomas su dueño, un desconocido, lo dejó allí con la esperanza de que muriese. Sin embargo, los ladridos desesperados del animal alertaron a un vecino y, pronto, los voluntarios de la Protectora lo recogieron y trasladaron hasta su albergue. El terrier llegó a su nuevo hogar con las uñas destrozadas de intentar trepar en vano por las paredes del pozo al que fue arrojado, exhausto por el esfuerzo realizado y muchos días sin alimento.

Este es sólo un caso de los muchos que se producen en Alicante cada año. Hay quienes privan a sus mascotas de comida y agua y las dejan morir. También están los que les apedrean o emplean métodos más extravagantes como atarles un petardo a la cola.

Desde el albergue aseguran que las prácticas de maltrato como a la que fue sometido Thomas son de las más frecuentes. De hecho, la mayoría de animales rescatados en los últimos meses de sus crueles propietarios habían sido lanzados a balsas de agua ubicadas en los alrededores de las ciudades.

Al veterinario del albergue canino de Alicante, Pablo Sentana, le parece increíble que exista gente «que no es que quieran abandonar a sus perros, sino que hacen lo posible para que mueran». A su juicio, «nadie puede merecer la vida que llevan estos pobres».

Hace poco más de una semana llegó a las instalaciones de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de la capital un dogo argentino, Marco, que pertenecía a un presunto delincuente. Sentana asegura que sospechan que sus dueños fumaban marihuana cuando estaban con él, lo tenían sin comida y le habían cortado sus orejas de cachorro «presuntamente con unas tijeras y de un modo muy doloroso». Ahora sus cuidadadores le están proporcionando «vitaminas y demás nutrientes para que se recupere».

Este perro está en un estado de delgadez extremo, se le notan a simple vista todos sus huesos, únicamente cubiertos por una piel de pelo corto. Apenas se mueve y cuando lo hace acaba extenuado por la falta de fuerza. En el momento del rescate, la Policía Local lo encontró cerca de un coche con sus presuntos dueños, aunque ellos decían que su verdadero amo estaba en la cárcel. El veterinario comenta que «estos perros van pasando de mano en mano y llevan una vida muy mala».

Otro caso de maltrato habitual se produce cuando canes abandonados se acercan a alguna finca y son recibidos a pedradas. En el albergue tienen un cachorro de sólo unos meses que fue golpeado en un ojo. Aunque le están practicando curas diariamente, perderá la visión para siempre. «Seguramente el perrito no quería hacer nada malo, pero la gente, cuando no quiere que se acerquen animales a sus tierras, les tira piedras para ahuyentarlos».

En ocasiones, el abandono va acompañado del intento de extracción del chip identificativo por parte de los dueños para que ellos mismos no puedan ser localizados. Esa acción implica la mayoría de las veces la muerte del animal. «Es casi imposible sacar el chip sin matar. Sólo a los perros de cuello fino se les podría extraer sin asesinarlos, pero es muy doloroso para ellos», cuenta Sentana

Sin embargo, los perros no son los únicos animales maltratados. La semana pasada se consiguió salvar a un burro que sus dueños tenían en una cuadra de dos metros cuadrados y que, al parecer, sólo usaban para producir estiércol.

Al igual que hay una infinidad de gatos a los que han pegado o dejado sin comida y bebida durante días. El veterinario relata el caso singular de un gato callejero que tenían en una casa: el dueño se fue de allí y la tapió, dejándolo en su interior. Una vecina llamó a la asociación y los voluntarios acudieron a rescatarlo, pero tuvieron que pasar varios días «porque para entrar era necesario un permiso del Ayuntamiento». Cuando lo lograron, el animal «estaba casi muerto, no podía ni moverse. Lo trajimos al albergue y, tras unas semanas con sueros, ha vuelto a ser el gato salvaje que era».

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