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El cardenal Newman brinda por la conciencia
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El cardenal Newman brinda por la conciencia

TOMÁS BAVIERA PUIG

Martes, 14 de septiembre 2010, 02:25

Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa -desde luego, no parece cosa muy probable-, beberé '¡Por el Papa!' con mucho gusto. Pero primero '¡Por la Conciencia!', después '¡Por el Papa!'».

El autor de estas palabras fue John Henry Newman, a quien el Papa Benedicto XVI beatificará el próximo 19 de septiembre. El Cardenal Ratzinger afirmó hace tiempo que la doctrina de Newman sobre la conciencia había sido una de sus grandes aportaciones a la doctrina de la Iglesia. Sus reflexiones continúan siendo válidas.

En efecto, a pesar de que fueron publicadas en 1875, podemos encontrar fuertes similitudes entre el contexto político en que fueron escritas y la situación actual de España.

En aquella ocasión Newman salió al paso de unas declaraciones públicas que cuestionaban la lealtad civil de los católicos ingleses. El ex Primer Ministro y líder de los liberales, William E. Gladstone, manifestó sus recelos hacia la entonces reciente definición de la infalibilidad papal. En su opinión, cabía el riesgo de una grave intromisión de la Iglesia Católica en los asuntos del Estado, sobre todo en el caso de los políticos católicos.

Esta suspicacia no difiere mucho de la que nos podemos encontrar en algunos medios de comunicación de nuestro país cuando el Papa o un Obispo se pronuncian sobre cuestiones públicas.

En realidad, el aparente conflicto de lealtades se esclarece cuando se advierte quien ostenta la legítima soberanía. Aunque es cierto que puede haber puntos problemáticos entre la Iglesia y el Estado, el verdadero conflicto se da porque confluyen asuntos de orden moral y de orden político. Y en este tipo de conflictos la autoridad le corresponde a la propia conciencia personal. De ahí que Newman no dude en brindar primero por la conciencia, y después por el Papa.

Hoy en día oímos hablar mucho de los derechos de la conciencia personal. Se la invoca, en efecto, como autoridad máxima. Pero Newman da un paso más y otorga un fundamento a esta defensa de la conciencia: «la conciencia tiene sus derechos porque tiene sus deberes». Es desde el deber de buscar la verdad como los derechos de la conciencia cobran su legítima autoridad. Si no se apoyara en la verdad, la conciencia fácilmente caería en el capricho o se vería atrapada por la ideología.

La conciencia moral se manifiesta principalmente cuando se afronta algún dilema. Vendría a ser como el órgano asesor que nos ayuda a descubrir las opciones que son más dignas de la persona. Entre las diferentes alternativas, la peor opción siempre será el autoengaño. La memoria juega aquí un papel crucial. La propia experiencia y las referencias valiosas que uno haya ido atesorando contribuirán a dilucidar las mejores posibilidades de salida del dilema.

Para Newman, la clave que ilumina este asunto reside en el hecho de que la conciencia moral no es autónoma. Pero no porque haya una superestructura que la condicione desde fuera sino porque requiere de una ayuda externa que facilite el reconocimiento de lo valioso y de lo auténtico. En parte, esa era la ayuda que Sócrates prestaba a sus interlocutores en sus diálogos por medio de diversos razonamientos. También una buena historia puede ayudar a despertar la conciencia. El encontrarnos con una acción o una actitud noble, suscita admiración en nuestro interior y un deseo sincero de ser capaz de elegir y actuar del mismo modo. Buen ejemplo de ello es el desenlace de la película Casablanca, una de las más admiradas en la historia del cine.

Y es en este momento donde se entiende el brindis por el Papa. Las orientaciones morales de la Iglesia sólo suponen una asistencia para discernir lo que es un reconocimiento interior de lo valioso, de lo que podría ser una falsificación o un oscurecimiento. El Papa no impone desde fuera, sino que es el garante de la memoria. El brindis por la conciencia que hace Newman debe preceder al del Papa, porque sin conciencia no habría papado. Lejos de suponer una serie de limitaciones a nuestro actuar, los dogmas ofrecen un sistema de coordenadas sobre el cual podemos dirigir nuestra vida para crecer interiormente.

Hace años el Cardenal Ratzinger caracterizó a Newman como un Padre de la Iglesia moderno. Al igual que hicieron los Padres de la Iglesia en los primeros siglos, Newman supo aunar un temple de santidad con una reflexión profunda sobre las cuestiones contemporáneas más relevantes.

Newman contribuyó decisivamente con su vida y sus escritos a esclarecer el papel de la conciencia en las relaciones entre moral y política, un debate tan propio de las sociedades modernas. Por eso, ante su próxima beatificación, levanto la copa con agradecimiento e invito al lector a brindar: ¡Por Newman!

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