Borrar
Urgente Pradas entrega a la jueza una fotografía del Cecopi el día de la dana: no hay pantallas con información
PIEDRA, PAPEL, TIJERA

La envidia

MARTA QUEROL BENÈCH

Sábado, 25 de septiembre 2010, 02:43

Siempre se ha dicho que uno de los males endémicos de esta España nuestra es la envidia. No sé si se ha globalizado o nos seguimos llevando la palma, pero desde luego pruebas hay de que tenemos mucho tiñoso suelto, como decía el refrán y afirmaba Unamuno.

Te los encuentras en todos los ámbitos: familiar, profesional, social, fallero. Al envidioso se le reconoce unas veces por sus silencios: son incapaces de felicitar o dar la enhorabuena por los logros ajenos y cuando no les queda otro remedio que retratarse, sientes como las palabras reptan desde su estómago con dificultad. Los más radicales recurren a la crítica cruel, sin anestesia, aunque estos son los menos. Y en general, les delata un permanente estado de amargura; su boca sonríe, pero los ojos no acompañan el gesto. Y es que en el pecado llevan su cruz, porque nada llega a satisfacerles nunca. Siempre hay alguien más alto, más guapo, más listo, con más éxito profesional. Incluso aunque la posición del propio envidioso sea digna de admiración, siempre se siente superado por alguien. La envidia es el tóxico mortal de la felicidad.

Mientras esos sentimientos los sufren en silencio -como decía un anuncio-, no pasa nada; pero cuando la envidia la verbalizan, se convierte en un arma peligrosa. De forma ladina se esfuerzan en dañar la figura objeto de su obsesión; son malos, pero no tontos. Si reconocen que mengana es guapa, añadirán que su cirujano plástico es de los mejores o que el maquillaje hace milagros; si elogian su riqueza, lo mismo lo tacharán de cornudo que de tener una flor en salva sea la parte, porque en realidad es un inútil; si le adjudican un buen puesto, su enchufe es de alto voltaje. A algunos se les nota tanto, que los dardos envenenados se desintegran conforme abandonan la boca de su propietario. Pero hay 'artistas' que consiguen sembrar la duda sobre la valía personal de alguien mediante una habilidosa mezcla de pequeñas dosis de loa y peloteo diluidas en litros de difamación y aderezadas con un «lo sé de muy buena tinta», para quedar además como un personaje la mar de enterado.

Es una pena que haya gente así, y la de casos que he visto en una semana, pero son dignos de misericordia, porque su mal no tiene cura.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias La envidia