LAS COSAS DEL QUERER

Para conseguir el triunfo y practicar el movimiento de la guitarra eléctrica con las señoritas jamás dudó en pronunciar a quemarropa cuando la segunda copa «te quiero», esa expresión que a algunos nos parece terrible y definitiva quizá porque el mero pudor o la simple vergüenza nos impide semejantes alardes hiperbólicos. Pero este amigo mío proyectaba el «te quiero» con tanta facilidad y tales ojos bovinos de alto voltaje que, al final, obtenía la recompensa. Manda huevos.

Una vez, supongo que celoso por sus éxitos noctívagos, le acusé de rastrero, pelota, mamón y mentiroso, pero su respuesta me petrificó: «No no, Ramón, yo no les miento nunca, te aseguro que en ese momento yo las quiero de verdad, por eso lo pronunció con tanta convicción. lo que sucede es que luego se me pasa. Vamos, que me dura poco el querer.» Entonces comprendí que, soltar una trola y que esta fuese engullida por el receptor dependía de que el emisor se tragase primero él la falsedad. Si te crees tus propios embustes, en general, destilas tal sinceridad que el resto del mundo los acepta. Estos días me fijo mucho en la voz quebrada y el gesto entre compungido y rabioso del ciclista Alberto Contador. ¿Se dopó y nos miente o es la inocente víctima de ese solomillo salpimentado de clembuterol? Yo creo que nos dice la verdad y que, por lo tanto, merece la absolución para conservar su maillot amarillo; pero si el tío anda desgranando películas y fantasías, lo realiza con tanta intensidad que también deberíamos perdonarle porque, en ese caso, su actuación superaría la de John Wayne en 'El hombre que mató a Liberty Valance' y eso no está alcance de cualquiera. Yo me fío de la palabra de Alberto, y espero que nunca me diga «te quiero» porque igual le pido matrimonio.