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E. B.
Viernes, 5 de noviembre 2010, 09:18
Cristo Bejarano (59 años) se encuentra mal, aunque lleve la mascarilla. Necesita salir del salón de actos Alfredo Orts, en la Universidad de Alicante, donde ayer se inauguraron unas jornadas sobre 'Los efectos de las exposiciones químicas y ambientales en la salud de la Mujer'. Padece el Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple. «No lo entiende nadie», reconoce.
Prácticamente toda su vida con la afectación. «Desde que era chica». Como Minerva Palomar, 41 años, que sufrió los efectos de la fumigación de una avioneta y, posteriormente, como trabajadora de la limpieza estuvo expuesta a una intoxicación continua. Lleva una malla, que le cubre el rostro y el cuerpo y que le protege de las altas frecuencias. Todo lo siente. Y todo le enferma. «¿Te reirías de alguien en silla de ruedas?», pregunta a quien se burla de su aspecto. «Miran como si fueras un apestado, cuando en realidad voy así por lo que vosotros me podáis pegar a mí».
Ambas son presidentas de diferentes asociaciones. Cristo, que ha venido desde Huelva, de Altea-SQM. Para llegar a Alicante ha cogido el tren a pesar de su familia no comprende cómo hace un viaje tan perjudicial para su salud. «Vengo con una angina de pecho». También se ha acostumbrado a que cuando se sienta en un aforo público, la silla de al lado se quede siempre vacía. Y Minerva, de la Plataforma Estatal contra la Contaminación Electromagnética, desde Madrid, donde trabaja como conserje en la Universidad Complutense de Madrid. En realidad no sale del despacho que tiene asignado. «Vivo, estoy y aparento que soy normal».
Medicina ambiental, trastornos neurológicos, riesgos tóxicos en la limpieza, calidad del aire en España... fueron algunas de las ponencias que se celebraron ayer en el campus, que ha hecho un esfuerzo para mejorar la seguridad ambiental. A los asistentes se les rogaba que acudiesen sin rociarse de colonia, ni con móviles encendidos, pero los afectados reconocían que faltaba aislamiento. Su exposición les iba a pasar factura.
Y es que oler un simple CD o una revista les enferma. «Me pone muy nerviosa, tengo una actitud violenta cuando soy la persona más pacífica que te puedas encontrar». Así lo relata María Roldán, (60 años) y presidenta de AFCISQUIM. Trabajó durante muchos años como peluquera, en una etapa en la que los productos que se usaban ni siquiera mostraban la fecha de caducidad. Su casa es en un 80-90% bioecológica: la pintura, los muebles, la ropa, la comida... Y lanza un mensaje a la sociedad: «No dejar en manos de terceros la vigilancia de la salud».
Ella, al igual que el resto de afectados y presidentes de colectivos, como la alicantina Francisca Gutiérrez (de ASQUIFYDE) y Mario Arias (de AQUA), aseguran que a las asociaciones están llegando cada vez más diagnósticos, de personas jóvenes y muchos de ellos afectados por la fatiga crónica o la fibromialgia. Es más, dicen que en un tiempo el síndrome se convertirá en un problema como el cáncer porque «los tóxicos son acumulativos». Por ello no entienden que el Gobierno siga sin querer reconocer este síndrome como una enfermedad.
Esta lucha la comparte Mario, quien en 2002 recibió el diagnóstico. El disolvente que usaba en el trabajo para limpiarse el alquitrán y la inhalación de una nube tóxica en la cabina donde estaban pertrechó gravemente su salud. Se quedó sin fuerzas y de 70 kilos de peso bajó a los 42 en sólo quince días. Gran lector, durante un tiempo dejó de ojear revistas y periódicos por culpa de la tinta. Se aisló de todo y hasta el sol le perjudicaba. «Vivía a oscuras».
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