LA BARCILLA PARA MEDIR

Qué difícil, que dificilísimo es conocer la medida de todo. Una medida para el trabajo, para el ocio; medida para la risa y la lágrima; medida para caminar por las nubes y pisar la tierra.

Medida en la entrega y en la reserva de la más celosa intimidad. Medida para compartir gozo y sufrimiento. Medida para integrarse en la colectividad pero siendo uno mismo.

Las palabras surgen al observar la barcilla o barcella -que de ambas maneras aparece escrito-, grabada en la piedra y que da origen al rótulo de la calle.

La barcilla, como reseña el diccionario, «es la medida de capacidad para los áridos, construida en madera y con forma de pirámide o cono truncado, propia del antiguo Reino de Valencia.

Era la doceava parte del 'cafiç'», y las equivalencias son las siguientes: en Alicante, cuatro celemines o 20'75 litros; en Castellón de la Plana, 16,6 litros; en Morella se dividía en 'dos mitges barcelles 8 mesures', y en Valencia, en 16,75 litros.

¿Dónde se hallaba exactamente la barcilla?

Frente al muro catedralicio, casi debajo del puente que une el templo con el Palacio Arzobispal.

En ese lugar la calle es estrecha y curva y mantiene un peculiar aire recoleto que casi resulta más propio de ciudades castellanas que de Valencia.

Tiempo atrás atraía allí la atención un gran escaparate de porcelanas Peyró. Luego siguió una exposición de orfebrería eclesiástica.

Por el lugar, los sacerdotes van y vienen como de un destino obligado, como las señoras de la misa diaria.

La calle de la Barcilla, sin embargo, se transforma los domingos, se vuelve popular y alegre cuando surge el mercadillo -que no el Rastro, que se sitúa en otro lugar de Valencia, junto al estadio de Mestalla- en la plaza Redonda y sus aledaños, y abren las tiendas de anticuarios de la calle de Avellanas y la plaza del Palacio Arzobispal. ¿Y se vende?, ¿se compra? Cada uno tiene su medida. Es lección aprendida en tiempos de crisis.