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Maati, en el centro de acogida. Este año recibió el premio Infancia 2010 de la Conselleria por su constancia para labrarse un futuro. :: JESÚS SIGNES
Madurar en un centro de acogida
Comunitat

Madurar en un centro de acogida

Cientos de niños y jóvenes se crían lejos de su familia con profesionales expertos en menoresMaati llegó a España en patera con 14 años. Bajo la tutela de la Generalitat ha salido adelante y se prepara para trabajar

J. BATISTA

Domingo, 2 de enero 2011, 15:47

Es año nuevo en la Comunitat. Sentimientos solidarios afloran en cualquier rincón. Y muchos son sinceros. Alrededor de la mesa de casa se reencuentran familias mientras dan cuenta de los manjares especiales de las fiestas. Seguramente no faltará el marisco a pesar del precio desorbitado. Al día siguiente habrá tiempo para las compras compulsivas, con los centros comerciales tomados por auténticas oleadas de valencianos bajo el embrujo de la fiebre navideña. Al fin y al cabo, es primordial que los Reyes (o Papá Noel, para los menos tradicionales) lleguen con las bolsas bien llenas de ilusión para aquellos que hayan cumplido con su cuota de bondad.

Pero también hay niños y adolescentes que se tienen que conformar con un saco algo más escuálido. Comerán manjares sencillos y muchos lo harán lejos de sus familias. Son los 5.500 chavales que en la actualidad forman parte del Sistema de Protección de Menores de la Generalitat.

No son delincuentes infantiles, ojo. En realidad, no hicieron nada para comprobar cómo cambia la vida por un problema familiar. Al fin y al cabo, son víctimas. Los chavales cuya guarda o tutela pertenece a la Generalitat Valenciana provienen de familias desestructuradas, es decir, que han sufrido problemas de exclusión, adicciones o de cualquier tipo, de manera que la Administración considera que no pueden permanecer en un entorno familiar que con toda seguridad les perjudicará.

También hay casos de maltrato infantil, e incluso de bebés abandonados que crecen al abrigo de la Conselleria de Bienestar Social y de las familias acogedoras que los cuidan. Además, hay gente como El Maati Kantass, conocido por todos como Maati. Su experiencia vital, por desgracia, es propia de un adulto. Él sabe lo que es atravesar el estrecho de Gibraltar en una patera atestada de gente. Lo hizo aterido de miedo y con apenas 14 años a sus espaldas. Se trata de uno de los 400 menores extranjeros no acompañados (MENAS) que actualmente residen en centros de menores o en familias de acogida. Son una parte algo olvidada del mediático fenómeno de la inmigración. Llegaron solos, sin familia y pensando en el futuro. En estos casos, la probabilidad de pasar toda la infancia y la adolescencia bajo la tutela de la Administración es mucho más elevada, pues resulta muy complicado propiciar una reagrupación.

Maati es la prueba visible de que el sistema funciona. Estando incluido en él se ha sacado la ESO, estudia un grado medio de formación profesional y está a punto de terminar un curso del Servef. Mayor de edad, tiene planes de futuro que pasan por formarse adecuadamente y conseguir un trabajo.

«Estoy haciendo un grado medio de hostelería, que es algo que me gusta. No me importaría ser camarero de hotel», explica. «Los estudios van bien. Cumplí 18 años el 3 de noviembre y estoy esperando a que me llegue la beca del grado medio. Tras los 18 pensaba en continuar en un internado, pero me han dicho que puedo estar un tiempo aquí (en el centro de acogida de menores de Castellón) hasta que termine los estudios», señala.

La opción de formarse de cara al futuro era bastante complicada en Kasba Tadla (Marruecos), su pueblo natal. Precisamente fueron sus escasas perspectivas las que acabaron de convencerle para echarse al mar. «Mis estudios, cada vez que avanzaba el nivel, eran más caros. Y pensaba que no llegaría el dinero. Además, veías gente en el pueblo, sin estudios, que se iban a España y al poco volvían con dinero y con coches», continúa, como si tuviera que justificar su decisión.

Es el punto en común de todas las historias personales que rodean la inmigración: el pensar en Valencia, España o Europa como un paraíso lleno de oportunidades para salir adelante. Eso sí, los datos objetivos establecen que cada vez se tiene más en cuenta la realidad económica del destino. Por ejemplo, las últimas actualizaciones del padrón hablan de un descenso en la llegada de inmigrantes a la Comunitat. Y también se nota en el Sistema de Protección. Según informan desde la Conselleria de Bienestar Social que dirige Angélica Such, en 2008 se atendía a 1.500 menores extranjeros, mientras que en la actualidad la cifra se reduce a 800, de los que 400 son MENAS. Es un hecho inédito desde el boom migratorio que ha vivido la autonomía en los últimos años.

Familias acogedoras

De los 5.500 chavales bajo la tutela de la Generalitat, apenas 1.300 viven en alguno de los 92 centros de protección distribuidos por toda la Comunitat. El resto (hasta 4.200), lo hacen en familias de acogida. Recientemente, la ministra de Sanidad, Leire Pajín, anunció la creación de una Ley de Protección de la Infancia que priorizará este tipo de acogimiento en detrimento del residencial, una opción que la Comunitat aplica desde años atrás.

El sistema valenciano ofrece dos tipos de familias acogedoras. Las llamadas extensas, cuando la tutela del menor pasa a un pariente cercano, como un tío o un abuelo, y las familias educadoras, que no guardan ninguna relación con el chaval. Lo hacen, básicamente, por ayudar, aunque reciban una contraprestación para cubrir gastos. Entre estas, hay algunas especializadas para casos de urgencia. José Domingo, el niño abandonado el verano de 2008 en un portal de Valencia, vivió con una de ellas.

Y no es que los centros sean lugares lúgubres donde el menor se dedica a pasar el tiempo. Todo lo contrario. Se les escolariza, se les forma y se intenta inculcar hábitos. En el caso del recurso donde reside Maati, en Castellón, destaca la cercanía con sus cuidadores y las buenas maneras que apuntan. Sirve un dato. Durante la merienda no se queda ningún bollo fuera de la bolsa ni ningún papel fuera de la papelera. Y los horarios se cumplen a rajatabla.

Maati puede dar fe de ello. «No he tenido ningún problema en los centros ni en el instituto. Siempre me han tratado bien», explica. El único 'pero' ha sido el idioma, aunque ya lo controla a la perfección.

Su caso representa el de muchos chavales extranjeros que llegan a la Comunitat sin nada. Él arribó a la costa de Almería en septiembre de 2007. «Cuando bajamos lo primero que hicimos fue correr para alejarnos de la costa. Iba con dos amigos de mi pueblo, que tenían familiares en Barcelona que vinieron a recogerlos. A mí me dieron la opción de quedarme en Valencia, donde dijeron que me tratarían bien». Y así ha sido. Pasó por el recurso de acogida de Monteolivete, en Valencia, para ser trasladado más tarde al centro de recepción de Castellón. Su último destino ha sido el centro actual, en la misma ciudad.

Maati, de mirada clara, aunque tímida, baja más la cabeza cuando se le pregunta por el viaje. «Fue de lo más difícil que he hecho. Estuvimos varios días en el mar, pasando hambre. Me acuerdo que tenía la piel blanca», explica. Dice que sus padres sabían que viajaría, pero no cuándo. Pese a todo, no está desarraigado. «Me acuerdo de ellos todos los días», dice. Y habla con la familia cada semana. «No les veo desde que vine. Espero el año que viene poder ir a visitarlos», concluye, ilusionado.

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