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BURGUERA
Lunes, 14 de febrero 2011, 12:06
Fernando Ortega ha escrito su primera novela, titulada 'El hechizo de Caissa', y en la que obliga al lector a girar alrededor del ajedrez con la intención de ir introduciéndole en el mundo de Marcos, un niño que convierte el ajedrez en su modo de vida, su defensa ante aquello que no comprende y ante aquellos que no le comprenden.
Aclaración: no es necesario saber jugar al ajedrez para entender la novela.
Segunda aclaración: la novela, que sale a la venta el 24 de febrero , no habla del ajedrez. O por lo menos no habla sólo de ajedrez. El autor utiliza este juego convertido en pasión como excusa para insinuar el conflicto entre las diversas teorías pedagógicas con las que incitar a los niños a el aprendizaje de cualquier material.
Ortega es un enamorado del ajedrez y, también, de educar. De hecho, es profesor. Como también es un lector compulsivo, y a pesar de que no es ningún niño con ganas de ser escritor (nació en 1968), hace tres años se inició en las técnicas literarias y a partir de entonces inició la singladura novelesca que ha concluido en un texto que, en su arranque, juega con el tiempo.
'El hechizo de Caissa' traslada al lector por el pasado y el presente del personaje principal. Ortega enmascara el pasado y las razones por las cuales los personajes se comportan del modo en que lo hacen. La novela, además, es un alegato a favor de los tímidos, de aquellos que cultivan sus aficiones sin buscar la notoriedad de la masa. Será por su afición al ajedrez o por su experiencia como profesor, pero el caso es que Ortega defiende en el texto al niño que los demás toman por un 'friki'. El escritor valenciano descubre las virtudes de los locos de un tablero, profundiza en la creatividad de un deporte que es aparentemente muy estático pero que obliga a sus practicantes a un dinamismo mental agotador. Y esa dualidad entre lo estancado y lo que se mueve a gran velocidad se traslada a la propia novela.
El autor defiende la pasión, el deseo de aprender y el esfuerzo por mejorar, aunque la novela admite que se paga un precio por tener una pasión que no está dentro de los cánones convencionales.
El autor no oculta su intención inicial de convertir el viaje del lector en un descubrimiento durante el cual hay que realizar un esfuerzo. El arranque de la novela es denso, sin embargo, a partir de cierto momento la reflexión deja paso a la acción y los verbos se aceleran. Ortega juega con el lector como si manejase las piezas del tablero con el objetivo de ofrecer un final seco y definitivo, aclarador y contundente como un jaque mate.
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