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PEDRO SORIANO
Domingo, 27 de febrero 2011, 01:08
ALICANTE. Antonio Vivo ( Torre Pacheco, 1929 ) nació en la casa cuartel de su ciudad natal. Su padre era Guardia Civil y su madre, modista. «Toda la ropa que llevaba de pequeño la hacía mi madre», recuerda. La fecha de su nacimiento es el 17 de febrero. Por eso, hace diez días viajó hasta Torre Pacheco y visitó la casa cuartel. Luego entró en la iglesia que hay al lado: «No sé el tiempo que pasé allí, miré la pila bautismal donde me bautizaron y soñé, como si fuera un adulto, el día de mi bautismo».
A los seis años trasladaron a su padre a Cartagena y allí fue la familia: «Mi madre era cartagenera de la calle Cuatro Santos y vivimos en Santa Lucía». Allí murió un hermano de accidente, al que todavía sigue recordando. También visitó esta ciudad el día de su cumpleaños.
Su vida, me dice, la han marcado sus vivencias en una casa cuartel. Poco tiempo después, a su padre lo destinan a la Comandancia de Alicante: «Vivíamos en la calle San Carlos, todavía visito esa casa, con permiso del matrimonio que la habita».
A los nueve años ingresa en las Escuelas Salesianas. «El espíritu salesiano también ha marcado mi vida de sacerdote, abierto a los hombres», dice. Un día fue a la Misericordia y se encontró con Alejo García Sánchez, un cura que fundó la parroquia de Carolinas y el Instituto Social: «Me preguntó si yo quería ser cura, y le dije que sí». No lo pensó dos veces, su vocación estaba decidida.
Ingresa en el seminario de Orihuela y estudia el bachillerato elemental, con cuatro años de Latín, Humanidades y dos años de Filosofía. «Por sugerencia de un profesor, el obispo don José García, me enviaron a Comillas para especializarme en Latín y Griego». Pero eran tiempos difíciles y no tenía recursos, «me presenté ante don José María Paternina, presidente de la Diputación, yo tenía 16 años y le conté lo que había, me lo solucionó con una beca».
Se licenció en Teología y siguió con el Derecho Canónico, en el que obtuvo el bachiller e iba por la licenciatura, «pero no pudo ser, me llamó el obispo don Pablo Barrachina y me mandó a Villena». Se le iluminan los ojos cuando habla de esta población: «Es la experiencia más hermosa que he tenido como sacerdote». Le acogieron como uno más en cada casa, «me dediqué a los gitanos que vivían en cuevas, el día de mi santo me regalaban pollos y gallinas que, a veces, venían de corrales ajenos y había que devolver». Al final se consiguió que se construyera un poblado, «aquella gente tenía que vivir con dignidad».
Y llega el momento que el obispo Barrachina le elige como secretario y familiar. «Me trasladé a Orihuela, a vivir en el Palacio Episcopal, que solo lo habitábamos los dos, era nuestra casa». Me cuenta que don Pablo era muy austero, comía poco y él pasaba hambre: «Un día me saqué en la comida un bocadillo y una cerveza, no sabía lo que podía pasar, pero no me dijo nada. Al día siguiente ya me ponían más de comer».
De esa época guarda muy buenos recuerdos y se le nota un alto grado de admiración por el emblemático obispo. «Era muy tajante, pero no era dictador, muy consecuente con sus principios y yo más tolerante, pero siempre respetó mi forma de ser». Los años de Orihuela, recuerda, fueron muy felices pero me asegura que, a la vez, difíciles por lo que era vivir en este palacio, que el pasado día veinticuatro fue inaugurado como museo.
Pero lo más difícil estaba por llegar, cuando el Nuncio decide que la Diócesis de Orihuela se compartiría con Alicante. «Los oriolanos tenían parte de razón porque les suponía perder la Curia y perder al obispo. Don Pablo aceptó esa odiosidad que se produjo en la ciudad». A Orihuela se le nombró concatedral y la compartió con Alicante, «aunque aquí no se han dado cuenta de la importancia que esto tiene», me dice con cierta melancolía.
Una de las primeras obras fue la construcción de la Casa Sacerdotal, «fue la primera de España y de Europa, en pleno Concilio Vaticano II, vinieron a verla de todas las Diócesis de España». También se trasladó el Teologado pero, « a cambio, don Pablo iba todos los días a Orihuela y en el colegio de Santo Domingo situó al mejor equipo de sacerdotes y conservó el Seminario Menor». Por eso, dice, se han mantenido las vocaciones sacerdotales que disminuían en otras partes.
La casa sacerdotal costó sudores. «Tuve que ir a Madrid a pedir dinero, visité a Fraga, que no me recibió muy bien, pero al final de un lado y otro se consiguió terminarla», rememora. El nuncio llegó a decir que «la obra de la casa justificaba por sí sola el obispado de don Pablo».
Y continúa contándome los programas de alfabetización que realizaban por barrios. «Contaba con la ayuda de los sacerdotes recién ordenados y los enviaba a barrios donde no había parroquias, que más tarde se fueron creando».
Su formación teologal le lleva, durante un tiempo, a ser profesor de Teología en las universidades de Burgos y Granada. Ahora ejerce de profesor en el Teologado de Alicante. De hecho, esta vocación le lleva a participar en la creación de la Universidad de Alicante y a ser el primer sacerdote que defiende una tesis en esta universidad.
En 1995 llega a Santa María: «Me ofreció el obispo San Nicolás, pero preferí Santa María, que estaba en ruinas y comenzamos su restauración que está punto de iniciar su cuarta fase, el presidente Zaplana ayudó mucho a ello». Ahora Santa María tiene la categoría de basílica, «es una iglesia muy querida de los alicantinos, tenemos bodas y bautizos hasta el año 2015 a pesar de que no tiene feligreses».
A don Antonio se le ve un hombre activo, inquieto, con una excelente memoria y especialmente próximo en el trato, es su formación salesiana, como a él gusta decir.
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