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POR PAULA PONS
Viernes, 25 de marzo 2011, 10:09
La relación de las mujeres con nuestra ropa interior puede ser de difícil comprensión para el género masculino. De niñas anhelamos llevar nuestro primer sujetador a pesar de la ausencia de algo que sujetar. Cuando la adolescencia soñamos con que nuestra madre nos compre esas braguitas de marca y no las del pack de tres con dibujos infantiles. Durante la juventud pasamos horas buscando ese conjunto perfecto que una vez puesto nos haga sentir como una diosa ante nuestra pareja. Un esfuerzo carente de todo sentido ya que en el 99% de los casos, el afortunado destinatario no tardará más de dos segundos en arrancar la lencería del cuerpo femenino. Una vez superadas esas etapas, ocurre en ocasiones, que una olvida ponerse bragas. A veces el olvido, es intencionado, no con el fin de emular el sensual cruce de piernas de Sharon Stone, sino porque simplemente no queremos que se marquen las dichosas braguitas en ese espectacular vestido. Mis amigas me relataron la otra noche sus descuidos íntimos. Una me contó que la primera vez que fue a votar, lo hizo sin nada debajo de los pantalones; otra que ante la indignada mirada de su marido, tuvo que quitarse el minúsculo tanga morado que bajo su falda resaltaba demasiado. La última explicó que en la comunión de su sobrino, directamente olvidó ponérselas. Su vestido era de lino blanco y las transparencias son muy traicioneras así que, a pesar de que el chico que le gustaba insistió en sacarla a bailar, mi amiga no tuvo más remedio que quedarse sentada durante toda la celebración y el maromo terminó enrollándose con otra. No olvidaría aquella frase que acuñó Almodóvar en una de sus primeras películas: hagas lo que hagas, ponte bragas.
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