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VICENTE LLADRÓ
Jueves, 31 de marzo 2011, 02:34
Las facilidades tecnológicas que hoy nos permiten trasegar con imágenes y verlas en cualquier formato están a años luz de las disponibilidades que teníamos anteayer, como quien dice, cuando aún no había tele, o cuando ya había pero no todo el mundo tenía, o, así y todo, las posibilidades eran muy limitadas, con una o dos cadenas oficiales, y la diversión por antonomasia seguía en los cines.
Ramón Sánchez Salt es uno de los testigos de un pasado reciente, casi presente aún, en el que, por raro que hoy les parezca a muchos, nos apañábamos sin ordenadores; ni siquiera se podía imaginar que los teléfonos móviles existirían de verdad, salvo que aparecieran en la pantalla grande de un cine de barrio o de pueblo con el misterio de una rutilante supreproducción.
Ramón Sánchez ha sido toda su vida operador profesional de proyección. Ahora, jubilado, mata el gusanillo de vez en cuando en las minisalas Alucine del Puerto de Sagunto. Su trayectoria es el ejemplo vivo de tantas personas que con su dedicación y conocimiento realizaban el apasionante milagro de fascinarnos con sus mañas desde una cabina, apagadas las luces, encendido el arco voltaico entre los carbones de la máquina proyectora, y con las triquiñuelas aprendidas para sortear tantas dificultades y que no se rompiera el encanto entre los varios cientos de butacas, alla abajo en la sala, comiendo pipas.
Ramón aprendió el oficio cuando tenía 13 años, en su pueblo, Puçol, donde llegó a haber seis cines en marcha, y un empresario de renombre, Juli Esteve 'Boira', que los mantuvo en vida hasta el final, cuando la evolución de la televisión y el video fue restando espectadores de forma imparable. Hoy no queda ninguna sala en marcha en Puçol, como en casi ninguna población ni en barrios de las grandes ciudades, donde también menguan sin parar las mini salas.
En la etapa dorada, años 50, 60, 70..., eran salas grandes, de hasta 1.500 espectadores, donde se ofrecía aquel adelanto de la sesión continua, fruto, según cuenta Ramón, de la maña del operador de turno, y de su ayudante, para enlazar con tino unas boninas con otras y que no parara la función. Así y todo eran frecuentes los cortes, porque las cintas llegaban a los pueblos bastante gastadas, después de pasar por los cines de estreno y reestreno.
Idili Crespo, empresario de cines todavía hoy, explica que en aquellos tiempos dorados había en España 14.000 salas y de cada película de éxito se distribuían no más de 60 copias para todo el país y la exhibición duraba meses; es decir, muchos pases por copia. Ahora, en cambio, con 4.000 salas de proyección, se utilizan 700 copias para pocas semanas en cartel. Por eso era normal que antaño las copias se cortaran de continuo, y ahí jugaba el buen oficio del operador, pegando las roturas con acetona y recomponiendo los puntos de arrastre.
Ahora, entre Ramón y Antonio López Milla, de la televisión local de Puçol, han hecho un video que rememora aquel pasado con testimonios e imágenes de algunas de las salas que hubo en el pueblo, incluso con los proyectores de entonces. A Ramón, y a otros muchos, le emociona este recuerdo que le suena a Cinema Paradiso, la magnífica película italaliana en la que se vio reflejado cuando la vio. Porque él mismo aprendió los misterios de la proyección con los maestros operadores de cuando era niño.
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