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JOSÉ FORÉS LAHOZ
Domingo, 24 de abril 2011, 02:21
Aprobada por las Cortes la Constitución Española el 31 de octubre de 1978 y ratificada por el pueblo español en referéndum el 6 de diciembre siguiente, tan solo cuatro meses después, el 3 de abril de 1979 se celebraban las primeras elecciones municipales posconstitucionales, de las que saldrían los ayuntamientos pomposamente llamados 'democráticos'. A partir de ese momento la política en general hasta entonces imperante da un vuelco a lo largo y ancho de la geografía española. En la esfera de la vida local, los municipios empiezan a hacer uso de la autonomía que garantiza la Carta Magna, por lo que el pueblo valenciano recuperaba el derecho a autogobernarse de que gozó casi tres siglos antes y le fue arrebatado el 25 de abril de 1707 (un autogobierno que vendría a consolidarse a partir del Estatuto de Autonomía de 1982). Recuerdo que en los primeros meses de la nueva etapa, en ese año ya histórico de 1979, muchos Ayuntamientos valencianos se enzarzaron en el debate de la lengua, a la sazón muy candente, reclamando al Consell preautonómico el reconocimiento oficial de la misma.
En un pleno municipal (del que fui testigo de excepción) celebrado en uno de nuestros pueblos, uno de los ediles de la izquierda justificó su posición afirmando que él, como la mayor parte de los valencianos, lamentaba no conocer correctamente la lengua propia porque «durante la dictadura franquista estaba prohibida» y, por tanto no pudo aprenderla.
Expresiones parecidas se han venido repitiendo desde los inicios de la transición, hasta el punto de hacer mella en las nuevas generaciones merced a la influencia que ejerce el poder de la mentira, frase esta que ya estuvo en boca de Marañón y Besteiro. Porque no es cierto que durante aquella época las lenguas regionales estuviesen prohibidas. No se permitía su uso con carácter oficial, que es cosa muy distinta, porque la lengua común de todos los españoles y única autorizada en la enseñanza era el castellano, «como había ocurrido siempre», según nos recuerda Pío Moa en su 'Nueva historia de España'. Es más -puntualiza el prestigioso historiador-, se crearon las primeras cátedras universitarias de gallego, vasco y catalán, y las academias de la lengua gallega y vasca.
Los ciudadanos que en la dictadura no estudiaron la lengua valenciana fue sencillamente porque no quisieron, por comodidad o 'meninfotisme'. Ahí estaba Lo Rat Penat impartiendo cursos gratuitos, orales y por correspondencia, de lengua valenciana, además de fomentar su uso por medio de publicaciones y de los Juegos Florales anuales. ¿Dónde estaban entonces los que, estrenada la democracia, clamaban por 'la nostra llengua'? Yo seguí uno de esos cursos, el de 1961-62 -usando la 'Gramática' de Carles Salvador- gracias a la benemérita Societat d'Amadors de les Glories Valencianes fundada en 1878, sin que nadie me obligara ni me lo impidiera, es decir, libremente. Por cierto que en ese mismo curso figuraban matriculados, entre otros, Miquel Llop Català, O. P., Joan F. Mira, Jordi Valor, Primitiu Gómez Senent, Enric Solà, Salvador Borràs, José Ramón Costa Altur., y les fue librado el título de profesor a Joan Segura de Lago (presidente de Lo Rat Penat durante once años), y al escritor de Cullera Francesc Giner Perepérez. Por otra parte, los Juegos Florales los ganaron Miquel Dolç y Francesc Almela y Vives, respectivamente.
Y un dato digno de resaltar: la prensa de la época publicaba artículos en lenguas autóctonas. En Valencia, el órgano de Falange Española, Tradicionalista y de las JONS, 'Levante' (del que Joan Fuster era colaborador), incluía en sus espacios especiales textos en valenciano. Lo mismo que LAS PROVINCIAS.
Como expuso recientemente en estas mismas páginas el catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia, José Ramón Atienza, en una lúcida tribuna que debería hacer reflexionar a los políticos, y también a los padres, «la inmersión en valenciano la iniciaron los socialistas, su especialidad es financiar, con los recursos públicos, ideas que suenan bien pero que son poco prácticas. Ahora los populares no se atreven a imponer un poco de cordura». En efecto, durante la docena larga de años que el PSOE ocupó el poder en la Comunitat Valenciana lo dejó todo atado y bien atado en aras de la catalanización de la lengua valenciana. Conquistó en 1994 el PP la Generalitat Valenciana, y en vez de asumir sus compromisos programáticos hizo suya la política lingüística de los socialistas y todo siguió igual. O peor. Con lo fácil que hubiera sido desentenderse de las corrientes impuestas y aprovechar y potenciar lo que ya teníamos, o sea la Real Academia de Cultura Valenciana, creada en 1915 y que de acuerdo a la realidad histórica y lingüística del pueblo valenciano elaboró en 1979 una nueva ortografía valenciana que suponía una mejora y superación de las Bases del 32 y que, aprobada en un acto histórico celebrado en El Puig el 7 de marzo de 1981 fue oficializada y publicada en 1982 en el DOGV por la Conselleria de Educación y hasta se redactaron, de conformidad con tal normativa, los primeros libros de texto para la enseñanza del valenciano.
Pero nuestros políticos las prefieren del IEC. Las normas, queremos decir. Y para atarlo todo aún mejor de lo que estaba el PP, con la interesada complicidad del PSPV, alumbró la innecesaria Acadèmia Valenciana de la Llengua -por otro lado, altamente onerosa- encumbrada en el Estatuto de Autonomía del 2006 a la categoría de "institució normativa de l'idioma valencià".
Por lo que se ve, en cuestiones lingüísticas los filólogos no deciden, mandan los políticos. Como en todo.
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