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BURGUERA
Lunes, 30 de mayo 2011, 14:34
José Francisco Yvars es historiador del arte. Ha sido profesor universitario, editor y director del Institut Valencià dÁrt Modern (IVAM), del que es director honorario. Durante nueve años colaboró en Londres en un programa de investigación sobre las raíces del arte moderno, si bien él se mueve y actúa con maneras clásicas. El pasado jueves dio una conferencia en la Real Maestranza de Valencia, ciudad que estima porque no precisa de vehículo para desplazarse. Y no utiliza teléfono móvil.
-El IVAM recibe actualmente más de 600.000 visitas al año, cuando en sus primeros años apenas rebasaba las 100.000. ¿A pesar de tan masiva presencia, el arte sigue siendo elitista?
-A los responsables de las entidades culturales se les exige una estadística que en mi época no existía. Más que reconocimiento se pide conocimiento. Se evalúan por cantidad, no por calidad. Yo estoy hecho a la antigua y me choca que ahora se llame a los visitantes usuarios.
-¿Le incomodan los turistas en los museos?
-Ni mucho menos. Está muy bien que los museos se abran a la gente. Lo que me inquieta es que los museos se conviertan en un objeto de consumo no discriminado, y el arte no se puede permitir banalidad. La experiencia estética debe ser preparada. La sensibilidad humana está muy perturbada por la saturación de información, pero si uno piensa en todos los debates que rodean el arte son brutales. La sensibilidad contemporánea se afirma por canales distintos a los estímulos que ofrecen los museos, lo que obliga a ser, actualmente, piadosos con los directores de museos.
- ¿Se opta por la cantidad y no por la calidad?
-Claro, porque actualmente la lupa sobre la actividad cultural obliga a justificar cualquier gestión, y el aval es el número de visitantes, lo medible. Mi naturaleza conservadora me induce a pensar que la cultura es elitista, pero es que la cultura es elitismo, porque exige una preparación que no todo el mundo tiene.
-¿Qué le parece la incorporación de las nuevas tecnologías al arte moderno?
-No hay que negar las corrientes del tiempo. En esta sociedad a veces hay que navegar en un océano de contradicciones de la mejor manera posible. Allá en el fondo, las opciones son de índole personal, y la tecnología ha ayudado a acercar la cultura a las personas, si bien comparto con Ortega y Gasset la idea de que la inteligencia es entender la relación entre las cosas. Una visión ordenada de la realidad te la da la preparación, la discriminación entre lo superfluo y lo importante.
-En la Maestranza de Valencia repasó el pasado jueves el arte valenciano en los últimos 100 años.
-Sí, he repasado una exposición que realicé en el IVAM hace ya muchos años sobre un siglo de la cultura valenciana. He repasado críticamente todo aquella revisión para terminar señalando que el arte sólo tiene dos categorías: lo bueno y lo malo. Yo recuerdo que Miró me decía que el arte figurativo regular se puede sostener con esfuerzo, pero un arte abstracto no figurativo no se sostiene si la forma no te dice nada. Al final, todo arte moderno es abstracto, ya que incorpora la percepción del que mira. La realidad es un concepto huidizo y su incorporación al arte también.
-¿La mirada general hacia el arte moderno ha cambiado?
-Conforme pasa el tiempo me doy cuenta de lo poco que sé del mundo y lo poco que cambia el mundo. Los lugares comunes, los prejuicios continúan esclavizándonos. En arte contemporáneo se continúa aplicando criterios comunes desde hace décadas. En cualquier caso, sí que se ha multiplicado el número de representaciones, de signos y de significados. El arte es imagen, figura, gesto, signo... muchas cosas, y el denominador común de todo ello es la forma. El compromiso del artista es manipular la forma mediante la norma o a través de la transgresión de la norma. En Nueva York me decían hace poco que había 40.000 artistas censados, lo que permite pensar que son el doble o más, y eso nos invita a imaginar una enorme cantidad de obra. Actualmente, hay que discernir entre muchísima producción artística
-¿Peca Valencia de duplicidad cuando el Museo del Carmen, a escasos 300 metros del IVAM, se reabre con exposiciones de Uiso Alemany, Vicente Peris o sobre la Belle Epoque?
-Yo con el Carmen tengo un problema, porque yo era director del IVAM y siempre sentí al Carmen como un espacio cómplice. Sentí mucho que desapareciera. No conozco la situación, pero creo que se debió haber luchado por aquella complicidad, que permitía contar con un espacio de reflexión y otro de experimentación, lo cual es muy lógico en el contexto del arte contemporáneo. La multiplicación de los panes y los peces, no siendo uno Cristo Redentor, tiene resultados no siempre justificables. A veces contemplo que en las programaciones de los museos no hay un discernimiento claro entre qué espacio es para cada cosa. A mirar se aprende, y en el arte no hay mejor manera de demostrar algo que mostrarlo bien, y para ello son malas las prisas, hay que analizar las cosas sin precipitación.
-¿Qué opina de la paralización de la ampliación del IVAM a través de la piel de Sejima y Nishizawa?
-No se sabe qué hubiera sido aquello, pero para mí se trataba de una celosía nipona. A mí me cuentan que el IVAM necesita salas para poder mostrar, y no lo dudo. Yo hacía 13 ó 14 exposiciones anuales y ahora se organizan cerca de 40, por lo que el prisma es distinto. La exigencia es distinta, pero pienso que los espacios deben definirse con claridad, porque no todos los elementos artísticos pueden dialogar entre ellos.
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