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Valencia

Las terrazas ilegales toman las calles desde que entró en vigor la ley antitabaco

Avacu reclama al Ayuntamiento que consensúe con consumidores, hosteleros y vecinos los límites de espacio

FERNANDO MIÑANA

Sábado, 11 de junio 2011, 03:39

La polémica que desató la ley antitabaco parece haber perdido fuelle. Las historias de rebeldía, de conflicto, que llenaron páginas y más páginas de periódico se difuminan en el pasado. Ha transcurrido medio año desde que entraron en vigor las restricciones y ya apenas hay casos llamativos. Pero una de las consecuencias salta a la vista: la ciudad está atiborrada de terrazas.

Un paseo por el centro de Valencia sirve para comprobar que salen de debajo de las piedras. La calle Conde Altea, en el Ensanche, es un ejemplo. Ayer al mediodía, sólo en esa calle, había 41 terrazas montadas en sus aceras. Y eso que faltaban las mesas de los locales nocturnos y había un tramo en obras. En la confluencia de algunas calles, como sucede en el cruce con Almirante Cadarso, en tres de los cuatro lados de la plaza no hay ni un metro libre.

El Ayuntamiento de Valencia sólo ha concedido 98 nuevas licencias desde el 2 de enero pese a que ha recibido 456 peticiones. Los números, atendiendo al repaso visual, sólo cuadran si a la ecuación se suman las terrazas ilegales, que han proliferado en estos seis meses de bares y restaurantes sin humos.

Menos contundente es el portavoz de la Federación Empresarial de Hostelería de Valencia. «Nosotros no hemos registrado un incremento espectacular. Es cierto que las que ya existían han aumentado un poco su tamaño, pero los datos que tenemos son que sólo hay 200 nuevas terrazas, lo que supone una subida del 12 por ciento».

El representante de los hosteleros habla de 200 establecimientos que han incorporado la terraza a su negocio, lo que, sumado a los que ya tenían la licencia, da un total de «2.000 terrazas, que no es una cifra excesiva para una ciudad de 700.000 habitantes. En realidad, son un centenar en cada distrito de la ciudad».

La Asociación Valenciana de Consumidores y Usuarios (Avacu) ha constatado esta invasión de la calle, «un problema que se veía venir». Fernando Móner, presidente de esta especie de defensor del consumidor, se ve en la obligación de recordar que la ciudad es de los ciudadanos. «Ni de los coches ni de las terrazas, es de la gente». Y lanza una primera premisa ante el desparrame de mesas y sillas. «Los ayuntamientos, en situaciones como ésta, deberían acostumbrarse a reunirse con los vecinos, los consumidores y los hosteleros para consensuar dónde está el límite. Están en la obligación de confirmar si son respetuosos con las normas y en Valencia está claro que paseas por alguna calle y cuesta avanzar».

Móner reclama al Ayuntamiento «una revisión» para ver si las terrazas están dentro de las ordenanzas y al sector hostelero, «un poco de ética para respetar que si tienen derecho a cinco metros ocupen sólo cinco metros». Y luego está el asunto de los horarios. Del ruido. El portavoz de la Federación de Hostelería defiende que las molestias las causan los ciudadanos que no pueden fumar en los locales. Pero Móner también recuerda «el ruido de las sillas y las mesas al ponerlas y al quitarlas», y demanda horarios ajustados y «mobiliario que no haga ruido al moverlo, que lo hay».

Y el efecto del incremento de las terrazas en la higiene de las calles. «Ahora más que nunca hay cuidar más la limpieza y hacerla con más agilidad», señala Móner.

Al tiempo que florecen terrazas por todas las calles, amaina la protesta del fumador. La Conselleria de Sanidad ya hace semanas que dejó de recibir denuncias, como las dos, castigadas con multas de 10.000 y 600 euros, que sigue recurriendo, tres meses después, el propietario del Bar Rodrigo, que se define como «el último insumiso de España». En la conselleria observan la problemática como algo pasado. «La gente se ha acabado adaptando y, poco a poco, ha ido cambiando sus hábitos. Lo último fue la gente que se despistaba y fumaba en los parques infantiles, pero ya ni eso».

El fumador ha encajado las prohibiciones y se apaña como puede. Menos sumisos son los hosteleros, que siguen sangrando, reclamando los clientes que se llevó la ley. El ocio ha cambiado. Más botellón y muchas comidas y cenas en casas particulares. Aunque nadie habla de la ilegalidad, del bar o restaurante de confianza donde, en vista de que no hay presión policial, permite fumar en las mesas más escondidas. O los pubs que, directamente, a ciertas horas, cierran las puertas y sacan los ceniceros. Cualquiera que salga con cierta asiduidad conoce alguno.

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