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Muere el cura 'eterno'

Lucas Peiró, ordenado sacerdote en vísperas de la Guerra Civil, fallece a los 101 años en la Font d'En Carrós

FERNANDO MIÑANA

Miércoles, 22 de junio 2011, 14:36

El campanario que despunta en lo alto de la Font d'En Carrós, a los pies de la Serra Gallinera, en la Conca de la Safor, anunció ayer la muerte de un cura centenario, Lucas Peiró, el decano de los sacerdotes diocesanos de Valencia. Atrás deja 101 años de vocación, 101 años de activismo religioso, 101 años de impronta.

No tuvo una vida fácil. El año de su ordenación como sacerdote, 1935, da una pista de las vicisitudes que tuvo que alternar. Aquel joven que, siete años atrás, con 19, entró como colegial en el centro de La Presentación y Santo Tomás de Villanueva, no podía imaginarse el futuro que el destino le había reservado. La Guerra Civil fue un suplicio para la mayoría, pero para los religiosos fueron años especialmente peligrosos, vidas sobre el filo de la navaja.

Pero Lucas Peiró se ordenó con 26 años y la llegada de la lucha fratricida le cogió con la fuerza y la audacia de la juventud. Su primer destino como párroco fue Torremasanes, en Alicante. Todo un reto. «Allí eran muy anticlericales», refuerza Marcos Senabre, el sucesor de Don Lucas en la Font d'En Carrós. Más suerte tuvo en el siguiente, en Benifallim, donde conquistó el cariño de los vecinos, una legión de feligreses que, en los momentos más peliagudos, no dudó, con el alcalde al frente, en acompañarle, escoltarle, más bien, desde Benifallim hasta la Font «para que no lo mataran».

Don Lucas no se arrugaba con facilidad. «Era un hombre de fuerte carácter, muy recto», recuerda Senabre, quien coincidió con Peiró durante los últimos seis años, una etapa en la que mantuvieron largas charlas, conversaciones en las que le demostraba que no era hombre de medias tintas. «'Xiquet', me decía, 'al pa, pa i al vi, vi' (al pan, pan y al vino, vino). Lo blanco es blanco y lo negro, negro». Este hombre serio, adusto, a veces tenía alguna concesión. «No lo demostraba muy a menudo, pero también tenía su humor, era socarrón, muy socarrón».

Siempre intentó dejar huella por donde pasó. Primero en el trato humano. «Era un hombre muy querido; se codeaba con todo el mundo», apunta Senabre. Y luego, tratando de dejar un legado. Tanto en su etapa como vicario de las parroquias de San Jaime (Algemesí) y San Martín (Valencia), como en Miramar y en Gandia, donde, superada la persecución religiosa, levantó sendos templos. «Durante un tiempo anduvo escondido por la zona de Algemesí. Después recaló en Gandía y allí hizo su obra más importante, levantando la parroquia de la Sagrada Familia».

Por todos estos lugares predicó con su fuerte carácter. Don Lucas fue un hombre de «grandes amigos y grandes enemigos». Y así fue hasta que, hace 20 años, se jubiló en la Font d'En Carrós. En todos los sentidos. Desde ese momento dejó de inminscuirse en la parroquia. Aunque se esforzó, hasta el último día de sus 101 años, en transmitir al nuevo párroco todas las tradiciones de su pueblo.

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