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Tres rebeldes en la arena
Culturas

Tres rebeldes en la arena

Palazón, que abre la puerta grande, Morante y Manzanares dieron una buena tardeSe rompió el pronóstico y quien parecía convidado de piedra acabó siendo el triunfador de la jornada

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Jueves, 23 de junio 2011, 11:11

Tarde de rebeliones. Se rebeló Palazón contra el destino, contra el sistema y contra su propia situación. Lo hizo con la pancarta de un toreo sedoso y de personalidad. Se rebeló Manzanares contra la inercia negativa de una feria que se le estaba poniendo de espaldas. Cuatro toros llevaba cuando empuñó la muleta frente al quinto y no le había embestido ni uno. Consiguió cambiar el signo y acabó toreando como se espera que toree el alicantino. Se rebeló incluso contra su espada, quería que sus paisanos le viesen notar un toro en la suerte de recibir y en los medios, que no es detalle baladí. Lo pinchó e insistió y lo mató. Monumental el espadazo, granítica su voluntad, algunos le pueden llamar tozudez; en realidad, amor propio.

Se rebeló también un Morante genial. Este lo hizo contra la técnica, contra la conveniencia de la teoría, todo por imponer su toreo, un toreo en redondo, de mano baja y mucha reunión. Lo que no aguantan todos los toros. No pudo haber por tanto faena continuada, pero hubo pasajes, pinceladas de artista genial, que hechizaron a la parroquia. Su manera de irse de la cara del toro cuarto, toreando sin torear, o sale del alma o es una renuncia. En su caso fue pura genialidad. O cómo dejó cuadrado a ese mismo toro para entrar a matar.

Palazón venía de convidado de piedra. Él ya sabía lo que era sucumbir entre dos estrellas. Le pasó aquella tarde de triste recuerdo con Ponce y José Tomás y tenía la lección aprendida. O se hacía notar de primeras o lo arrastraba la aureola de las estrellas. Logró su objetivo. Lo hizo con el arma de los artistas. A su primero, gran toro, lo lanceó suave, con regusto, vertical la figura y bajas las manos. Fue clave ese encuentro. Entendió definitivamente que era su tarde y se creció. Atrás quedaron los nervios y rebuscó en su interior sus sentimientos de tantas noches en vela pensando que su sueño solo eran sueños. Siguió lanceando, ahora a pies juntos, ahora con el compás abierto, ahora el remate belmontino de la media, ahora la larga afarolada cordobesa. Estaba definitivamente crecido, se había encontrado. Entró en quites, con templanza, ganando en seguridad. Fueron tafalleras muy templadas, preámbulo de una faena excelsa. Toreó con inspiración, mezcló el natural y el derechazo con gusto, arrastró los engaños por la arena, ni un tirón, ni una brusquedad, tal cual seguro había soñado. Extraordinario el toro, ese era el peligro y el reto, y estuvo a su altura. Llegó a mezclar la fantasía del toreo cambiado con el natural. Lo previsible con la sorpresa. El conjunto fue una obra con futuro. Como la repita, y por qué no la ha de repetir, Alicante tiene otro torero. En su segundo fue imposible ese toreo, cara y cruz en la suerte. El toro, el peor de la tarde, le impidió redondear, pero por esta vez su moral resistió y le buscó las cosquillas.

José Mari no tuvo opción en el primero y a su segundo le hizo lo que hacen los grandes: buscarle en lo más hondo de su linaje un fondo de calidad que nadie le adivinaba al toro. La faena tuvo, a partes iguales, técnica y arte, sentimiento y ambición, ritmo y métrica. Fue mejor por el lado derecho y mantuvo la categoría por el izquierdo, pitón por el que el toro nunca acabó de entregarse. De su orgullo estoqueador ya les hablé. Perdió una oreja, pero ganó la partida. Se va de la feria sin las apoteosis que adivinábamos, pero reforzado en su solidez.

Morante, que quede constancia, también mató sus dos toros muy bien. No es frecuente en los toreros de su estilo, pero nada es frecuente ni ordinario en los personajes como Morante. Sin redondear, hubo lances a la verónica preciosos, de compás abierto, mentón hundido, la cintura rota y la muñeca muy caliente. Esas cosas que se sienten y nunca se aprenden, lo que distingue a los artistas. Muletazos más que hondos abismales, rematados atrás, justo donde ya no había camino de vuelta. De ahí que no pudiese haber ligazón, pero esos chasquidos llegaban al alma. Lo justo en una tarde marcada por la rebeldía de tres artistas.

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