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POR PAULA PONS
Viernes, 29 de julio 2011, 02:12
Empiezan a sonar las primeras notas de una vieja canción de los Creedance Clearwater cuando un tío ataviado con un ceñido y sugerente vestido rojo, tacones a juego y boa de plumas negras alrededor del cuello, coge el micrófono y empieza el espectáculo. Es el batería del grupo. Gin tonic en mano y desde un lugar privilegiado, disfruto del concierto en compañía de unos amigos bajo el mejor de los focos, una luna llena increíble. Podríamos haber estado en Ibiza, o en cualquier población costera de esas que en verano abandonan su quietud y dan paso a una efervescencia chic, pero el escenario pertenece a un paraíso perdido en mitad de la Mancha. Una pequeña localidad que rezuma aroma berlanguiano llamada Alarcón.
El batería no es una estrella del transformismo ni un travesti profesional, es arqueólogo, igual que el resto de la banda. Hace unos años, fueron a hacer unas excavaciones cerca del pueblo y a la hora volver a sus hogares, decidieron quedarse en esta villa medieval y pasar del ritmo estresante de Madrid o Valencia. Desprende algo mágico este lugar, que en invierno tiene 170 habitantes y que ha sido refugio de fotógrafos, pintores y escultores. Nuestro amigo Raúl, dueño del mejor restaurante del pueblo y de toda la provincia de Cuenca, siempre nos hace sentirnos como si formáramos parte desde siempre de ese microcosmos tan auténtico. Si pasan por allí, prueben su morteruelo y su ajo picado. Son insuperables. Disfruten de la tranquilidad que se respira, de su bello paisaje, de la historia que cuentan las grietas de sus iglesias y su castillo. Apaguen sus móviles y olvídense del mundanal ruido. Volverán a su frenética vida con las pilas cargadas.
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