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:: J. FERRERO
Nuestra vida en las redes
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Nuestra vida en las redes

RICARD MARTÍNEZ MARTÍNEZ

Sábado, 3 de septiembre 2011, 02:30

Son las 10.00 h en la mañana de cualquier adolescente. Se acaba de levantar a una velocidad inusual. ¿Hambre o cualquier otra urgencia básica? No: Tuenti. Comienza aquí una secuencia irrefrenable de visitas al muro, verificación de a quién le gusta qué, búsqueda de fotografías etiquetadas y chat con los que estén conectados. El desayuno, ¿qué es eso?

No es el único enzarzado en esta lucha. Los padres, que sí comenzaron el día como se debe, están conectados con el portátil y el tablet. Hay que escribir en el muro «desayunando y viendo el mar», es necesario saber cómo quedamos hoy en la playa, compartir recetas, maravillarse con las fotos del último viaje de los amigos, afirmar religiosamente «me gustan las recetas de la Thermomix» y suscribirse al grupo de «Yo también soy adicto a los fakes en YouTube». Ello no excluye, la vida es poliédrica, aprovechar el esfuerzo para sumarse a cuantas causas sociales más o menos revolucionarias estén a su alcance.

La web 2.0 queda muy lejos de aquel Internet para freaks solitarios y asociales. Como predijo Castells (La Galaxia Internet) las redes son un potente instrumento que facilita las relaciones especialmente entre sujetos cercanos. Cada día millones de usuarios de redes sociales escriben una autobiografía en tiempo real ilustrada con emociones, opiniones, fotografías, con breves microrrelatos en un esfuerzo en el que realidad y relato no se confunden sino que son una misma cosa.

En este nuevo escenario para la vida social el individuo aplica viejas reglas. Se cuenta a si mismo sin ser consciente de cómo debe controlar su información, sin alcanzar muchas veces a comprender que el relato es público, que las palabras y las fotografías dejan de pertenecerle en cuanto clica en el botón de aceptar. Nos acercamos a las redes sociales con herramientas del mundo físico. El alta en el servicio se realiza en microsegundos aceptando todo sin leer las condiciones, como si cerrásemos un trato estrechando la mano de alguien. A muchos no les preocupa en absoluto si el perfil de su cuenta es cerrado, «sólo para amigos», relativamente abierto, «amigos de mis amigos», o completamente abierto.

A nadie le resulta inquietante que el portal nos reciba con frases del tipo «qué estás pensando», «hace mucho que no escribes nada» o «tus amigos te echan de menos». Frases que en el mundo físico recibirían por respuesta un sonoro «y a usted qué le importa». Unos escriben contando cada microsegundo de su vida en un ejercicio tedioso para ellos y para sus lectores. Otros, opinan como si estuvieran en la barra de cualquier bar sin ser conscientes de que sin contexto las palabras se malinterpretan y el conflicto está servido. Los más, subimos compulsivamente las últimas 2.345 fotos que hicimos en la excursión, sin filtrarlas y sin permiso de quienes aparecen, y hacemos añorar los tiempos en que con los carretes de 36 fotos la economía imponía contención y selección. Por último, muchos de nosotros nos esforzamos en lograr el objetivo de la canción para tener «un millón de amigos».

Sin embargo, en las redes sociales las palabras no se las lleva el viento, quedan registradas, aunque sea por un breve espacio. Alguien puede copiarlas, imprimirlas, o bajarse las fotos incluso mediante el procedimiento patatero de pulsar la tecla 'imprimir pantalla'. Y si nuestro currículum muestra al mundo como queremos que nos vean, la biografía digital es muy distinta. En unos años aquella foto en la que parecíamos bebidos, aunque no lo hayamos estado nunca, demostrará que fuimos jóvenes bebedores. Disfrutaremos de miles de 'amigos' con acceso a nuestra vida, en casos extremos seremos prisioneros de quienes esperan nuestro próximo tweet.

Nada es gratis, las redes sociales tampoco. Puesto que no estamos dispuestos a pagar el precio de los recursos que consumimos usando dinero, la moneda de cambio es nuestra información, y cuanto mayor información proporcionamos, cuanto más escribimos, cuanto más tiempo estamos frente a la pantalla mayor será el beneficio que proporcionamos al proveedor y menor nuestra capacidad de negociar sus reglas. Nada hay de malo en este negocio, el proveedor me franquea el acceso a los servicios de una red social y asumo que deberá editar publicidad a partir de mi perfil y hábitos. No le puedo pedir otro esfuerzo que cumplir con la legalidad vigente e informarme adecuadamente, contar con mi consentimiento, garantizar ciertas medidas que aseguren el secreto y la seguridad y limitarse a usar mis datos para fines lícitos y en los términos pactados.

¿Pero soy realmente consciente de que con cada frase estoy conformando una imagen pública? ¿Me pongo en el lugar de la persona cuya fotografía subo sin su permiso? ¿Qué reglas de respeto aplico en mis relaciones con los demás? ¿He aprendido a configurar la herramienta?

Nuestra vida en las redes debe tener en cuenta las reglas, principios y valores que rigen la convivencia, pero no únicamente. Debemos aprender a manejar nuestra información, a ser autocríticos antes de escribir, a ser selectivos. O lo hacemos, o nuestra biografía digital nos perseguirá siempre.

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