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ISABEL F. BARBADILLO
Martes, 13 de septiembre 2011, 13:56
Hace diez días que 'Aflijido' dejó de ver las estrellas en la dehesa salmantina de Matilla de los Caños del Río. En ese campo charro correteó casi cuatro años entre encinas y alcornoques junto a otras reses bravas, como hizo durante sus doce primeros meses de vida en Medina Sidonia (Cádiz), en la finca de María del Carmen Camacho García, donde fue marcado con el hierro de la ganadería y encaste de Núñez. El morlaco ha permanecido encerrado hasta esta misma mañana en los corrales del coso de Tordesillas, una localidad a 28 kilómetros de Valladolid que enarbola con orgullo la tradición secular del Toro de la Vega. Hoy, como cada segundo martes de septiembre, el animal volverá a ver el sol por última vez y correrá por los campos y praderas de El Palenque, acosado a punta de lanza por centenares de caballistas. 'Aflijido' (con 'j', no con 'g', que así le viene de sus progenitores y no se trata de un error de cartelería) no sabe que será su última carrera, ni que un golpe certero, como exige la normativa, le sumirá en pocos segundos en la oscuridad más absurda, después de haber recibido innumerables y dolorosos pinchazos. La puntilla le arrebatará su último latido y el triunfador exhibirá su rabo en lo alto de la lanza. Lo paseará pletórico, pecho erguido, por las calles de la villa para ofrecérselo a la patrona, la Virgen de la Peña. Hasta hace unos años, junto al apéndice se mostraban también los testículos del animal, una costumbre suprimida para no herir sensibilidades.
Así ha sido durante cientos de años, desde que Pedro I el Cruel, en 1355, instaurara el festejo para honrar a su recién nacida hija Isabel, según sostienen las crónicas históricas. De la tradición del Toro de la Vega dan fe los títulos oficiales que ensalzan el acontecimiento. En 1980 fue declarada fiesta de interés turístico nacional, al que la Junta de Castilla y León, dueña de las competencias, reforzó con el de espectáculo taurino tradicional. Ni las denuncias ante el Tribunal de Estrasburgo han servido para abolir un festejo que cada año por estas fechas concita las iras de los ecologistas y las protectoras de los animales. «El torneo desaparecerá cuando Tordesillas decida que desaparezca y, si persisten las corridas taurinas, el de la Vega está salvado», declaraba el año pasado con rotundidad la ex alcaldesa del municipio María del Milagro Zarzuelo (PP). A pesar de que el Ayuntamiento ha cambiado de color político, el apoyo a la fiesta sigue inamovible. El socialista José Antonio González Poncela, nuevo regidor, confiesa su devoción a lo que los detractores del festejo consideran una «masacre» y una «barbarie» indigna de existir en el siglo XXI.
«Tordesillas, posiblemente por el número de habitantes (unos 9.000), es el pueblo en el que menos toros se matan. Y la sangre que derrama el Toro de la Vega es la misma que la que los toros de lidia vierten en la plaza o en el matadero». El alcalde alardea, además, de respetar la libertad de expresión y de garantizar la seguridad a los detractores del espectáculo: «Admitimos que manifiesten su opinión. A pesar de que ellos vienen al pueblo a insultarnos, el pueblo los dejará tranquillos».
«Pánico y claustrofobia»
Eso ocurrió el pasado domingo, cuando miembros de distintas organizaciones de defensa de los animales denunciaron -con una rotura simbólica de lanzas de palo, no de acero- el terror, el pánico, la claustrofobia y el dolor que soportará el animal.
El reloj márcará las once y pico de la mañana cuando 'Aflijido', de 608 kilos, consuma su destino, envuelto en polvo y sangre. Fue criado con forraje en Jerez y con pienso en Salamanca, como se estila en las ganaderías una vez que dejan de ser añojos (un año de edad). En esas tierras le han cuidado bien para que crezca como un buen toro bravo. A partir de marzo, cuando la Comisión de Festejos de Tordesillas le fichó para que fuera el protagonista del Toro de la Vega 2011, los cuidados y mimos aumentaron. José Bocanegra, mayoral de la finca de Teodoro Matilla, lo sabe muy bien y alaba sus cualidades. «Es un buen toro, con buena cara y pitones. Su obligación es portarse bien, embestir, como se le ha enseñado en la finca del Pocito». No siente lástima de su muerte inminente, solo cumple con su destino: «Si sale bueno te da mucha pena, pero si sale malo, que muera cuanto antes».
Con cuarenta años criando reses bravas, el mayoral elogia la fiesta taurina. «El toro se defiende, es una pelea entre persona y animal y el que puede se lleva el gato al agua. Así es la tradición. Y del toro vivimos muchos», advierte a quienes quieren «cargarse» toros y festejos.
A 'Aflijido' le han enseñado a correr. Dos o tres veces por semana para que esté fuerte. «Le sacábamos con los cabestros y cuando veía a los caballos empezaba a correr». Bocanegra lo conoce al dedillo y confía en él. «¿Si sus hermanos han tenido bravura y trapío, por qué no lo iba a demostrar también 'Aflijido'?», se pregunta mientras recuerda que quisieron llevárselo de sobrero a las corridas de San Isidro. Llegaron tarde. Ya estaba vendido.
'Aflijido' no es el toro ideal para el vicepresidente del Patronato del Toro de la Vega, José Ramón Muelas, que prefiere encastes «menos comerciales» y más apropiados para los torneos, esos de las llamadas «ganaderías malditas (lisardos o vitorinos)». Cree que los encastes de Domecq y Núñez están más orientados hacia la muleta. Pero claro, la crisis hace mella hasta en la programación festiva y el Ayuntamiento ha reducido su desembolso a la mitad. Un vitorino, todo un lujazo, habría costado 12.000 euros, más el mantenimiento del animal durante los días que permanece a la espera de que la bomba de mortero anuncie que ya puede salir de toriles rumbo a la muerte . 'Aflijido' les ha salido por unos 3.000. Un menor desembolso, maquillado por las aportaciones de peñas y hosteleros, que no repercutirá en los datos de asistencia: en la pasada edición sumaron casi 35.000 personas. Este año aún esperan. Así que los detractores del torneo, según Muelas, consiguen lo contrario: «Que cada año venga más gente porque las evoluciones sociales en los países libres las hacen los usuarios, que no admiten tiranías». TOROS Y CINE
Uno de los proyectos más polémicos de la historia del cine español se rodó en 2006 en la finca El Pocito, de Matilla de los Caños, donde se ha criado 'Aflijido'. El filme 'Manolete', del realizador holandés Menno Meyjes (candidato a un Oscar en 1986 por el guión de 'El color púrpura', de Steven Spielberg), dirigió a Adrien Brody y Penélope Cruz en una recreación de los últimos años del torero Manolete, cuando conoció a la actriz Lupe Sino.
Fuertes medidas de seguridad protegieron el rodaje (21 millones de euros) de una película polémica, por el largo proceso judicial en que se vio envuelta la productora (Lola Films) y las malas críticas cosechadas en Francia en 2010. Aún no se ha estrenado en España.
La tortuga superviviente
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