Botellón

Decir que el botellón es la respuesta de los jóvenes a los altos precios de las copas en los bares de Valencia es contar sólo la mitad del problema. La otra parte son los ruidos que sufren los vecinos cada noche y los pestilentes olores que se encuentran por la mañana. La calle Pelayo, como denunciaban ayer varios residentes, es sólo un ejemplo más.

Gasto disparado. En esas zonas, el Ayuntamiento debe poner un refuerzo de barrenderos y baldeo. También lo hace en multitud de calles en Fallas, aunque ahí hay un beneficio económico por la presencia de miles de turistas. Los ciudadanos nos quejamos cuando suben los impuestos, sin tener en cuenta este tipo de cuestiones.

Escape libre. Dirán que este argumento deriva en justificar la suciedad en la calle. No pretendo eso sino explicar la impotencia de la Administración ante estas situaciones. Hace años me lo explicó un concejal con una pregunta: ¿Qué puede hacer un Ayuntamiento cuando un energúmeno circula a todo gas por una avenida de madrugada y despierta a 3.000 personas al mismo tiempo? Poco o nada, dado que la probabilidad de multarle es muy escasa.

Formación. De ahí la importancia de atajar el botellón. No sólo porque supone un riesgo para la salud de los jóvenes cuando se atiborran de alcohol, sino porque incita a otro tipo de conductas, como orinar en la puerta de un monumento (den una vuelta un domingo por la mañana en el Carmen). Y no es un problema aislado de un barrio. Cada vez se extiende más.

Consenso. Pero si los dos partidos mayoritarios en el Consistorio no se han puesto de acuerdo en multar a los clientes de las prostitutas y atosigarles hasta que desaparezca ese horrible tráfico de mujeres en plena calle, es difícil que hagan algo contra el botellón. El pasado mandato se debatió una moción socialista para buscar una solución entre todos y, como suele suceder, quedó en nada.