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MARINA COSTA
Jueves, 29 de septiembre 2011, 13:19
El secreto que esconde la enigmática película 'El violín rojo', inspirada en la historia de un particular Stradivarius, dista mucho de lo que se puede encontrar en el taller artesano de un luthier. En Valencia son muy pocos los que se dedican al arte de fabricar o restaurar instrumentos de cuerda pero trabajo, de momento, no les falta.
Los acordes de la crisis no han podido insonorizar una actividad de precisión, abrigada por la proliferación de escuelas de música, rondallas y sociedades musicales con nuevos grupos de cuerda.
«Somos muy pocos los que nos dedicamos a esto pero, por el momento, tenemos trabajo», explica Asier de Benito, luthier especializado en instrumentos de cuerda pulsada para música histórica.
En la canción popular todavía se pueden encontrar ejemplos muy poco habituales como los guitarros, «una especie de guitarra muy pequeñita que se toca habitualmente en rondallas».
Otro instrumento antiguo aparece representado, precisamente, en la Catedral de Valencia, en las pinturas de los ángeles músicos descubiertas durante las obras de restauración de 2003. «Es una viola de gamba y también se puede ver otra en la iglesia de Xàtiva, que es la representación más antigua de este instrumento en toda Europa».
Fabricar estas piezas o un violín de forma artesanal necesita más de 300 horas de esmerado trabajo. El oficio se basa en la experiencia porque en España «no hay ninguna enseñanza reglada. Este trabajo se aprende como se hacía antes, en el taller de un maestro», apunta Sergi Martí, discípulo del luthier alemán Motek Leuwarden.
Ejercer esta actividad artesana tiene un resultado de unos 10 o 12 instrumentos al año. «Para cocinar un barniz al aceite, un sistema ya utilizado en el XVIII, te puedes pasar un día entero con una cazuela de barro hasta llegar a un nivel de homogeneidad exacto. Si no se consigue, el secado es imposible».
Ámbar y resina del pistacho
Y es que barnizar un 'mueble' que tiene que sonar bien no es cualquier cosa. Se utilizan resinas naturales cocidas o disueltas como el ámbar (resina de pino fosilizada) o la de enebro, que se trae de lugares tan variados como Marruecos, Manila, Rusia, Irán o Egipto. Algunas se extraen del árbol del pistacho.
El alquimista debe dar con una fórmula que dote al instrumento de una buena capa protectora que no modifique o altere una buena vibración. «Se tarda unas dos semanas en barnizar y pulir una pieza por los secados, que requieren mucho tiempo», destaca el luthier.
La elección de las maderas también es muy precisa. Para la familia del violín, las tapas son de abetos, «en su mayoría en los Alpes, donde hace frío y eso hace que crezcan muy despacio y la madera sea resistente y ligera».
Algunos instrumentos antiguos, como el laúd barroco, se siguen restaurando con encordados de tripa, normalmente de carnero, aunque ya hay productos sintéticos muy perfeccionados que evitan el deterioro de estos productos animales por el uso de la pieza.
Los arcos siguen utilizando crin de caballo, normalmente procedente de la cola. Y para eso, la mejor es la del caballo de Mongolia por su pelo resistente y fino. Y es que son muchos los misterios que se esconden detrás del sonido de un violín. Sólo su creador los conoce.
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