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POR PAULA PONS
Viernes, 9 de diciembre 2011, 01:33
Siento cierta aversión hacia grandes superficies y centros comerciales, especialmente en estas épocas prenavideñas. Aun así, hay veces que por comodidad, me rindo y termino en uno de estos monstruosos búnkers del consumismo salvaje. Esta semana necesitaba agenciarme unos cuantos artilugios para casa, por lo que estuve haciéndome a la idea de coger el coche, desplazarme fuera de Valencia y adentrarme en ese gran templo del bricolaje en el que uno puede conseguir todo lo necesario para construir un hogar. La pereza pudo más y terminé bajando a la ferretería que hay bajo de mi casa donde no solo encontré todo lo que necesitaba, sino que además me atendieron muy amablemente, evité soportar colas infernales y hasta me dieron consejos para montar mi nueva barra de la ducha.
Decidí entonces, que a partir de ahora, intentaré comprarme la ropa de correr en la tienda de deportes de la esquina y en lugar de cargar libros y discos en esa estupenda multinacional francesa, iré a una pequeña librería cercana donde ya conocen mis gustos. A estas alturas, no voy a intentar convencerles de luchar contra el espíritu consumista que nos invade a todos durante estas fechas, pero al menos, si estas navidades van a comprar regalos, háganlo en la floristería Paquita, la papelería de Pepe, la perfumería de algún conocido o en la tienda de regalos de toda la vida. El señor Amancio Ortega y compañía ya están suficientemente forrados. Y además, al mismo tiempo que gastan dinero en cosas que no necesitan, estarán ayudando a salir de la crisis a un país en el que el 90% de las empresas españolas son pequeñas y medianas empresas. Seamos solidarios, recuperemos las tiendas de barrio.
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