

Secciones
Servicios
Destacamos
ISABEL IBÁÑEZ
Lunes, 23 de enero 2012, 02:30
La batalla de Gettysburg, que tuvo lugar del 1 al 3 de julio de 1863 en esa zona de Pensilvania, fue el sangriento escenario donde Francisco Navarrete, un español en las filas del ejército de la Unión (el Norte) consiguió capturar una bandera de la Confederación (el Sur). Un acto así era recompensado con la concesión de una Medalla del Congreso -la más alta distinción de guerra de EE UU-, aunque, por motivos que se desconocen, Navarrete no obtuvo la suya. Sí aparece recogida su heroica acción en los documentos del 39º Regimiento de Nueva York, la Guardia Garibaldi, que agrupaba a emigrantes europeos. Aquel choque duró tres días; el primero había dispuestos a dejarse la vida 150.000 soldados, 83.289 unionistas y 75.054 confederados. Al acabar la tercera jornada, fueron 51.000 las bajas, entre muertos y heridos. Nunca ha habido tantas en otra batalla en suelo norteamericano.
Siglo y medio después (el tiempo que se cumple del inicio de la Guerra de Secesión Americana, 1861-1865), un militar a este lado del charco, el teniente coronel José Enrique López Jiménez, nacido en Melilla hace 47 años, buceaba en internet ávido de saber más sobre lo que él considera la «última guerra romántica». Este apasionado de la Historia bélica ataba así el primer cabo de una investigación que le ha llevado a identificar a una veintena de compatriotas que lucharon en los dos bandos de esta contienda. Incluso entre ellos.
Para saber cómo pudieron ser aquellos tres días, está el libro de Michael Shaara (Nueva Jersey, 1929), un escritor estadounidense que en 1974 publicó 'Ángeles asesinos', considerada por muchos como la mejor novela bélica -ganó el Pulitzer-. Éste es un extracto: «Un muchacho de Illinois se encaramó a un árbol (...). Aguzó la mirada y sintió latir su corazón y vio movimiento. Un borrón en la niebla, una bandera desplegada. Luego las figuras oscuras, una hilera tras otra: efectivos de escaramuzas. Largas, largas filas, como árboles ambulantes, que avanzaban hacia él salidas de la niebla. Experimentó un largo instante de parálisis que pudo recordar hasta el fin de su vida. Luego levantó el rifle, lo apoyó en la rama del árbol y apuntó vagamente hacia el pecho de una figura alta al frente de la columna, esperó, dejó que cayera la lluvia helada, empañándole los ojos. Se frotó los ojos, aguardó, rezó, y apretó el gatillo».
El teniente coronel López Jiménez recuerda cómo nació su pasión por esta contienda: «Siendo ya un niño, me gustaban las películas en las que se veían batallar a aquellos hombres vestidos de azul contra los de gris... Luego empecé a leer libros sobre el tema. Y sí, fue la última gran guerra romántica de la historia, la primera vez que un barco era hundido por un submarino, la primera vez también que se utilizaba el tren para el transporte de tropas, donde se pudo ver el primer barco acorazado...». A su juicio, una parte importante del romanticismo reside en «la propia idiosincrasia del Sur, unos hombres que se lanzaron a una guerra que tenían perdida y que la vieron como el enfrentamiento de los caballeros del sur contra los opresores del norte».
Un almirante menorquín
Mirando la web del 39º regimiento de Nueva York se enteró de la presencia de compatriotas en sus filas y del nombre de Navarrete. Contactó después con el Museo de Historia y allí le confirmaron la existencia del español que capturó una bandera. Como hecho curioso, la persona que lideraba las tropas del Norte en aquella batalla contra las huestes del general Lee, George Gordon Meade, había nacido en Cádiz de padres estadounidenses con negocios en aquella ciudad que quebraron tras la invasión napoleónica, recuerda López Jiménez. «Pero debía haber muchos más españoles, aparte, claro, de los descendientes de emigrantes. Sospechaba que tenían que estar sobre todo en el bando confederado, porque agrupaba a los territorios que históricamente habían pertenecido a nuestro país». El más famoso español en aquel conflicto fue el hijo de un menorquín que llegó a almirante en el ejército del Norte: David Glasgow Farragut.
Gracias a la novela de Shaara, es posible imaginar el escenario en el que españoles, sin saberlo, se enfrentaban a compatriotas muy lejos de su país: «Pasó junto a un carro de enfermería, vio montículos de extremidades que refulgían en la oscuridad, una pila de piernas, otra de brazos. Parecían montañas de gordas arañas blancas. Se detuvo en la carretera y encendió un puro, mirando en rededor a las tiendas y las carretas, escuchando el murmullo y la música del ejército en la noche. Había unos pocos gemidos, sonidos muertos de la tierra moribunda, la mayoría suaves y bajos. Había un fuego a lo lejos, una gran hoguera en la arboleda, hombres silueteados contra el brillo cegador; una banda tocaba algo discordante, irreconocible».
El siguiente paso en la investigación vino a dar, también buceando por la red, con un libro de Kenneth W. Noe, 'Perryville: This Grand Havoc of Battle', donde un párrafo hablaba de los Tigres de Luisiana, el 13º de infantería de ese estado americano. Allí había cinco compañías de 'zuavos avegnos' -zuavos eran soldados originarios de Argelia que lucharon en diferentes guerras-, «que se componían de irlandeses, holandeses, negros, españoles, mexicanos e italianos». Gracias a esto, sabemos cómo fueron vestidos algunos de aquellos compatriotas luchando por el sur: chaqueta azul, gorra y pantalón bombacho rojos. Los del norte, en la Guardia Garibaldi, peleaban con uniforme azul marino.
El militar español se enfrentaba a muchas dificultades: escribió a museos, universidades, instituciones... que sí confirmaban el objeto de su investigación, pero sin proporcionarle datos concretos de aquellas personas. Finalmente, en la web del 10º Regimiento de Luisiana, encontró el tesoro. Desde allí le enviaron información de otro libro en el que se daban los nombres de 20 españoles y una breve historia de su paso por esta guerra. No se sabe de qué ciudades procedían ni si los apellidos están escritos correctamente, pero sí que todos vivían en Nueva Orleans, que combatieron en Gettysburg y que algunos murieron. Como Alejandro Berthancourt. ¿Qué le llevaría a abandonar su trabajo como oficinista para alistarse en la Confederación? Murió por las heridas recibidas el segundo día de batalla.
Reclutaron inmigrantes
Pedro Barau, que trabajaba en los muelles como obrero, fue herido también, abandonado al enemigo y enviado a un hospital de la Unión. Después le trasladaron a un campo de prisioneros, y tras ser intercambiado fue capturado nuevamente solo tres días antes de que acabara aquel conflicto. Para ser liberado tuvo que jurar fidelidad a los nuevos Estados Unidos de América y prometer no volver a luchar en aquel país. Hubo también desertores y desaparecidos de los que nunca más se supo. De aquel regimiento compuesto por 953 soldados y mandos, dice López Jiménez que «solo 18 estaban presentes en la rendición el 9 de abril de 1865».
Junto a aquella veintena de españoles con nombres y apellidos tuvo que haber muchos más, ya que, «antes de la guerra, el ejército americano del Norte no tenía más de 5.000 hombres y llegó al millón de soldados, así que reclutaron inmigrantes y todo lo que pudieron, gente sin ninguna experiencia en muchos casos». ¿Qué pudo empujar a aquellos españoles a luchar por algo que poco o nada tenía que ver con ellos? «Me imagino -dice López Jiménez- que les atraería la causa, pero creo que nunca lo sabremos».
En la novela de Shaara, el protagonista reflexiona: «No pensaba demasiado en la causa. Era un profesional: la causa era la victoria. Algunas noches pensaba de repente, consternado, que los muchachos contra los que combatía eran los mismos con los que había crecido. La guerra había llegado como una pesadilla en la que podías elegir tu bando. Una vez tomada la decisión, agachabas la cabeza y luchabas para ganar».
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.