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VÍCTOR J. MAICAS
Viernes, 2 de marzo 2012, 01:09
Sería difícil de entender, por no decir imposible, la cultura de estas tierras sin tener muy presente sus fiestas, sus tradiciones, y todo aquello que está íntimamente relacionado con ellas. Y es por tal motivo por el que no tendría sentido por estos lares celebrar cualquier tipo de festejo sin estar presente el olor a pólvora.
Así pues, y ahora que se acercan tanto "La Magdalena" como "Las Fallas", considero conveniente y oportuno rendirle un justo homenaje a ese actor, siempre presente en nuestras fiestas, denominado "pólvora". Sí, la pólvora está tan relacionada con nuestras fiestas y tradiciones que, en cierto modo, ya forma parte de nosotros y de la cultura popular de estas tierras. Tanto en Valencia y en Alicante, como en Castellón, los castillos de fuegos artificiales son mucho más que un simple espectáculo, pero, por encima de estos, me atrevería a decir que la "mascletà" es la que representa el verdadero sentir de sus habitantes.
Probablemente todos aquellos que no han nacido o no han crecido en estas tierras no llegarán a sentir profundamente qué es aquello que la "mascletà" despierta en nosotros, pues "la mascletà" es como el vino, que las primeras veces golpea nuestro paladar, pero que con el tiempo se convierte en un placer de dioses. Recuerdo que en mi niñez, y de la mano de mi padre, me asustaba y amedrentaba el estruendo de los "masclets", pero con el tiempo fui reeducando mis oídos hasta apreciar ese ritmo impactante que hace despertar también el resto de tus sentidos.
Los castillos de fuegos artificiales son una conjunción de luz y sonidos, éstos últimos mucho más moderados que los que se pueden sentir en una "mascletà". Pero es ésta, la "mascletà", la que provoca en nosotros una pasión difícilmente explicable, pues con su fuerte ritmo melódico, que no estridente, es capaz de hacernos sentir una extraña mezcla de excitación y riesgo controlado.
Como anécdota, y quizá también como explicación a todo esto que les estoy contando, les diré que hace unos años, al comentar con mi editor un pequeño relato de prosa poética que había escrito, le dije que lo bello de aquel relato consistía en mantener una controlada y armoniosa reiteración de determinadas palabras, para acabar diciéndole que yo, como buen castellonense, consideraba que aquel relato se asemejaba, en sentido figurado, a una "mascletà", en la cual tan importante es el ritmo como el sonido.
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