Huevos de gallinas sin estrés

Cada cierto tiempo, llega un funcionario de la Conselleria de Agricultura y despliega un amplio cuestionario de revisión. Una de las primeras cosas que pregunta a los responsables de la granja es: «¿Tienen instalada tela pajarera?». Los hermanos Martínez, responsables de esta granja familiar de Lliria, la enseñan enseguida, puesta la tela en cada ventana y bien satisfechos de cumplir todas las normativas y hasta lo que no está escrito. Luego, Francisco, Vicente y José Miguel igual lo cuentan como un hecho anecdótico que ilustra hasta qué punto llega la presión inspectora a la que se ve sometida la actividad de producción de huevos y la ganadería en general. Citan lo de la red metálica como lo que es, algo exagerado, aunque lo cumplen a rajatabala. Porque, como se excusan los inspectores que lo remiran todo periódicamente, «son normas de la UE». Acabáramos, pues.

Las normativas de la UE, que todos damos por buenas, salvo quienes sufren directamente sus consecuencias y entienden cómo el sistema burocrático tiende a curarse en salud casi hasta el infinito, están destinadas a salvaguardar la salud de los ciudadanos, por supuesto. En este caso, la tela pajarera tiene por objeto impedir la entrada en las granjas de cualquier ave silvestre que pudiera ser portadora de la gripe aviar, por ejemplo, o de otros bichitos, como diría aquel.

Lo que sorprende, conforme se va profundizando en el asunto, es que la tela pajarera se exige en las explotaciones que producen huevos del tipo 3, que son las granjas con gallinas encerradas en jaulas; o las de tipo 2, donde los animales están sueltos, a ras de suelo de la explotación o en jaulas abiertas, pero entre techo y paredes. Sin embargo no son obligadas dichas protecciones contra fauna silvestre cuando se trata de granjas que producen huevos camperos (tipo 1), que son aquellas en las que las gallinas pueden salir al patio, y las ecológicas (tipo 0), que son como las camperas pero con una densidad de la mitad como máximo y una alimentación ecológica, naturalmente.

Esta numeración, del 0 al 3, va inscritas en cada huevo, al igual que la identificación de la granja y el plazo de consumo. Todo en orden. Pero resulta curioso que a quien mira por estas cosas le preocupe que un bicho pudiera contagiar la gripe aviar en una nave cerrada pero no en patios o corrales abiertos. Cosas de los que saben. La producción de la granja Martínez es de gallinas de raza selecta alemana y se reparte a diario por tiendas y establecimientos hosteleros de toda Valencia.

Intimidad en la jaula

Ahora, lo último del tinglado europeo, lo que más prima, es que las gallinas no sufran de estrés. La gente está muy preocupada en Europa por el bienestar de los animales. Nos gustan los huevos con jamón, claro, pero, por Dios, que no sufran las gallinas ni los cerdos, o que no sepamos que puedan llegar a sufrir. Que tengan una vida placentera; encerrados los animales, pero tranquilitos, que no intuyan su final.

Por eso han nacido las rigurosas normas europeas que procuran por el bienestar animal, que en el caso de las gallinas ponedoras se ha traducido en proveerles de más espacio a cada una, con jaulas más amplias y provistas de comodidades.

Así que cuando entras en la Granja Martínez, donde llama la atención que todo está automatizado (reparto de pienso y agua y recogida de huevos y desechos, cada cosa en su cinta transportadora) y que casi puedes comer en el suelo, de limpio que está, lo siguiente que sorprende es ver unas cortinillas de plástico rojo en cada jaula. «Son para dar algo de intimidad a las gallinas cuando están poniendo sus huevos», explican Paco y José Miguel, y como les miramos con cierta perplejidad, rematan: «Bueno, eso es lo que dice la normativa». Y a continuación señalan otro dispositivo rojo, horizontal, en otra esquina: «Esto es para que se restrieguen con algo de arena». ¿Para qué? «Lo dice la normativa». Y el remate: «Toca aquí dentro, ¿notas el metal rugoso?, es para la manicura; si quieren, ahí se pueden recortar las uñas; lo pone también la normativa». Caramba, cuánta comodidad.

Las nuevas normas le han costado a esta granja tener que invertir 450.000 euros para sustituir todas las jaulas por las que ahora están homologadas. Menos mal que les aprobaron una ayuda de la conselleria, pero no tienen ni idea de cuándo la cobrarán, tal como están las cosas. Las jaulas viejas fueron a la chatarra con todo su equipo. En otras zonas son vendidas a países de fuera de la UE que también producen huevos, como Marruecos, y los venden en Europa. Pero eso ya no le importa al europeo preocupado por las gallinas estresadas.

Realmente es kafkiano. En la UE circulan teorías que afirman que si comes huevos de gallinas estresadas, con la yema y la clara también ingieres dosis de estrés, y no conviene perseverar en ello. Solución: desestresar a las gallinas; jaulas más grandes, cortillinas que resguarden un reservado en el rincón, manicura y música celestial si llega el caso.

Como consecuencia de ello, en las granjas se ha reducido un 20% la población de gallinas, más el retroceso por las que se han visto obligadas a cerrar. Los Martínez, de 40.000 han bajado a 36.000. En toda Europa ha caído la oferta de huevos, y a continuación están subiendo los precios para el consumidor. Huevos más caros, pero desestresados. Salvo los que llegan de fuera, hechos con las jaulas estresantes que rechaza la opulenta Europa. ¿Alguien habló de crisis?

La docena de huevos que valía un euro y poco en diciembre, ahora vale dos euros y más. Y otro detalle que apunta Paco Martínez: «El consumidor sigue creyendo que los mejores son los más gruesos, pero no es así, porque tienen más agua».