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El epicentro del desastre, una casa de campo repleta de maleza junto al monte
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El epicentro del desastre, una casa de campo repleta de maleza junto al monte

La parcela está cercada por campos y rodeada de embalses pero el viento propagó las llamas hacia la peor dirección posible

J. A. MARRAHÍ

Martes, 3 de julio 2012, 03:34

El alma encoje al descubrir cómo algo tan pequeño desata un incendio de 28.000 hectáreas. Y cómo la fatal dirección del viento empujó la primigenia llama hacia el lugar menos favorable. La caseta de campo de Cortes de Pallás donde el jueves comenzó el fuego durante la soldadura de unas placas solares es un auténtico polvorín de maleza separado del monte sólo por una estrecha alambrada de poco más de un metro.

A esa propiedad, la primera pieza de un dominó de destrucción, se llega por la carretera que discurre entre la aldea de El Oro y Cortes de Pallás. Un camino de tierra de unos 50 metros une el asfalto con la residencia campestre, muy humilde, pintada de blanco, con una pequeña balsa a la entrada y un campo de olivos a su izquierda.

Lo primero encontramos en el patio son los nombres de sus propietarios británicos: Andy, Libbie, Luke y Grace aparecen marcados en una piedra al lado de un año, 2007, presumiblemente la fecha de construcción. Pero ayer no había ninguno de estos moradores. Nadie a quien preguntar. Ni siquiera un precinto policial propio de una investigación. Desolación.

La parcela, de unos 400 metros cuadrados consta de dos edificaciones muy básicas de una sola planta, una de ellas con paellero. Fue en la parte trasera, que da al norte, donde prendió la fatal llama procedente de un soplete. La misma y agreste maleza que crece fuera de la parcela invadía su interior con total desparpajo, sin cuidado alguno por su limpieza. Sin un suelo de cemento que la frenara. Y esa fue la mecha.

El viento hizo el resto. Soplaba poniente. De nuevo, una fatalidad. Si el aire hubiera empujado hacia el oeste el fuego se hubiera tropezado con un campo de olivos. Si lo hubiera hecho hacia el sur hubiera arrasado algo de masa forestal pero los embalses de Millares y La Muela hubieran puesto freno inmediato. Cuando uno mira el mapa se queda helado de rabia.

Ocurrió lo peor que podía pasar. Las llamas avanzaron por un único y escarpado pasillo de monte que llevó las llamas lejos de ese amplio brazo de agua situado al sur. Tozudamente hacia el noroeste y con un resultado que ya se conoce: convertir en un desolador paisaje lunar los pulmones verdes de El Oro, Dos Aguas, Montroi, Turis, Macastre, Llombai...

La primera desalojada

A sólo un kilómetro de este lugar encontramos a la primera mujer que fue desalojada por el incendio. Es Karina Guerola, de 46 años, madre de dos hijos. Desde hace dos décadas vive en la zona residencial habilitada por Iberdrola para los trabajadores de la central eléctrica de Cortes de Pallás y asegura que jamás ha vivido «nada igual».

«Teníamos el fuego delante de casa y tuvimos que huir al pueblo», recuerda la mujer, todavía con voz temblorosa, al revivir la amarga tarde del pasado jueves. «Esto era precioso. Todo verde a nuestro alrededor... Me siento muy dolida», confiesa mientras barre los restos de ceniza frente al bosque calcinado que ahora verá cuando se levante por las mañanas.

No es la primera vez que su familia siente el azote de las llamas. «Hubo otro incendio en el 92, cuando mi hija era pequeña, y ya tuvimos que evacuar el poblado, pero entonces el fuego no llegó tan cerca como ahora», rememora.

A Karina el siniestro que comenzó en Cortes le ha arrebatado algo más que el monte. «La niñez de mis hijos ha ido unida a este lugar que ahora ha ardido. Son muchos recuerdos...», se lamenta.

«Mi hija, que estaba en Gandia, me llamó angustiada, preocupada por si el poblado se quemaba». El feroz avance del fuego cesó a las mismísimas puertas de su vivienda. «De milagro, no se ha llevado nuestras casas», sentencia Karina con un convencimiento: «Creo que jamás volveré a ver el monte como antes del jueves».

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