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J. A. MARRAHÍ jmarrahi@lasprovincias.es
Lunes, 21 de enero 2013, 10:06
El médico, el enfermero y el conductor camillero del SAMU se enfundan su uniforme reflectante. Arranca su guardia. Su particular guerra ha comenzado. El objetivo es evitar, con todos los medios a su alcance, pronunciar la fatídica palabra: «éxitus». La muerte, en terminología médica. Es el gran milagro de salvar vidas, una cada dos horas, según las cifras del Centro de Información y Coordinación de Urgencias, servicio de Sanidad que el pasado mes de diciembre cumplió 20 años en la provincia de Valencia.
Un hombre atragantado, un ahogado, una agresión a cuchilladas, un enfermo psiquiátrico que se muestra violento, un ictus, un ataque cardiaco o el fatídico metro descarrilado... Las emergencias con las que el CICU se ha topado en estas dos décadas no cabrían en todos los vendajes de sus ambulancias.
Sólo en la provincia de Valencia, el SAMU, que atiende las urgencias con riesgo vital, realizó casi 21.400 asistencias. De ellas, un 20% pueden considerarse vidas salvadas, unas 4.300 al año. Se trata, entre otras, de paradas cardiacas recuperadas a tiempo con las maniobras de reanimación, hemorragias frenadas o pacientes estabilizados tras accidentes graves. En definitiva, personas empujadas a la muerte por la enfermedad o el destino y que hoy pueden contarlo porque unos profesionales llegaron a tiempo.
Su trabajo es, además, un buen tensiómetro de la sociedad. Según los médicos consultados, la herida de la crisis es difícil de taponar. «Hemos detectado un importante incremento de autolesiones y suicidios, y en gente más joven que otros años. Son muchas las llamadas que entran al CICU para atender emergencias de esta naturaleza en esquizofrénicos y personas con depresión», advierten. Por sus manos han pasado también «ataques de ansiedad por problemas laborales».
Una de las cuestiones que más preocupa es el incremento de llamadas para ingresos forzosos de personas con serios enfermedades psiquiátricas que no siguen su tratamiento. Y otra tendencia al alza, desvelan, son las crecientes agresiones por arma blanca.
El alcohol, confirman los médicos consultados, está cada vez más presente entre los jóvenes. Centenares de ellos ocupan cada año las camillas de las ambulancias por beber «más allá» de lo que el cuerpo aguanta. «En Fallas o en los fines de semana hemos llegado a atender a chavales de 14 o 15 años. El botellón hace que beban más y, lo más importante, sin medida».
El CICU echó a rodar el 17 de diciembre de 1992 en el edificio de Emergencias de la Generalitat, en l'Eliana. Actualmente, sus ambulancias ('alfas' y 'bravos' en el argot) están estratégicamente repartidas por bases y hospitales de toda la Comunitat y su cerebro está junto al Doctor Peset. En el 95 y el 98 se crearon los de Alicante y Castellón.
Dos grandes tragedias
Otro 3 de julio, el de 2006, el CICU afrontó la mayor tragedia de la historia de Valencia, los 43 muertos y 47 heridos del descarrilamiento del metro. Antonio Gil, veterano médico coordinador, fue una de las primeras personas que escuchó las voces angustiadas de quienes pedían auxilio bajo la estación de Jesús. «En sólo 3 minutos entraron 100 llamadas, tanto de personas de dentro como de fuera. Tuvimos que pedir al 112 que no nos transfirieran más. No olvidaré la sensación de gravedad que nos invadió».
Ese día el CICU movilizó a cuatro coordinadores, 30 médicos y 40 enfermeros. Se llamó incluso a los de atención primaria y a los de la cercana clínica Virgen del Consuelo. «Enviamos todos los recursos posibles, pero no podíamos dejar de atender el resto de problemas habituales. Hubo mucha presión. Al mismo tiempo que los familiares, nos llamaban políticos para conocer la situación exacta».
Emergencias bajo tierra y también en el mar. En octubre de 2000, en medio de un terrible temporal marítimo dos jóvenes se pusieron de parto en medio del Mediterráneo cuando viajaban en dos barcos. «Fue una increíble casualidad. Tuvimos que mandar desde Valencia dos equipos sanitarios con un helicóptero de Salvamento Marítimo en plena gota fría. Los médicos y enfermeros se repartieron en los dos ferrys y atendieron los dos partos. Los niños nacieron bien», rememoran. Como una de las embarcaciones iba rumbo a Barcelona, allí acabaron los sanitarios que salieron desde Valencia.
En un sólo día, el CICU de Valencia recibe casi un millar de llamadas. «También soportamos bromas y avisos falsos casi a diario. En Fallas llaman borrachos contando milongas, pero jamás debemos actuar con la falta de empatía que mostró el operador del SAMUR de Madrid en el caso del Madrid Arena». En el CICU de Valencia es ya famoso un enfermo psiquiátrico andaluz que de vez en cuando llama para cantarles canciones de Lola Flores.
Pero cuando la urgencia es real, el tiempo puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Entra en juego la pericia del conductor camillero. «Aunque tengamos sirenas, las normas de tráfico son iguales. Podemos tener preferencia de paso pero hay que respetar la velocidad y jamás se puede entrar en contradirección para atajar», explica uno de estos profesionales. La rapidez de la llegada depende de muchos factores, pero el CICU trabaja con un tiempo de respuesta ideal que no supere los 15 minutos.
En ocasiones se topan con la hostil por parte de familiares de los pacientes que estiman que han tardado, hasta el punto de precisar escolta policial. Hace cinco años una ambulancia fue zarandeada por la multitud cuando los sanitarios acudían a asistir un apuñalamiento en Fallas en la verbena de Blanquerías.
Primeros auxilios
Un error habitual en amputaciones es lavar la parte separada del cuerpo. «Hay que introducirlo cuanto antes en un frigorífico aislándolo de la humedad, dentro de una bolsa o en paños», recomienda el doctor valenciano. En problemas cardiacos, «las maniobras básicas de reanimación no las conoce casi nadie, cuando en otros países se enseñan desde la infancia», lamenta.
Quizá un día, caminando por la calle, usted se encuentre, sin saberlo, con una de esas vidas salvadas por los médicos valencianos de urgencia. Con el pequeño Aaron, estabilizado tras caer de un séptimo piso, o con Joaquín, cuyo corazón se paró cuando hacía deporte. «Se me apagó el mundo, pero dos descargas de desfibrilador me devolvieron la vida».
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