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JOSÉ FORÉS LAHOZ
Martes, 29 de enero 2013, 02:34
Habían transcurrido dos meses y 14 días desde que desaparecieron las niñas de Alcàsser, Toñi, Míriam y Desirée. España entera vivía pendiente de las noticias que sobre su paradero se iban produciendo día a día. Cualquier indicio aportado desde los más alejados rincones del país, e incluso del extranjero, movían a la gente a la esperanza. Hasta que el fatal destino puso punto y final a una frenética y angustiada búsqueda. El 27 de enero de 1993, hace ahora veinte años, los cuerpos de las tres jóvenes eran descubiertos en trágicas circunstancias.
Yo fui testigo del hallazgo, en un intrincado paraje del término de Tous, denominado La Romana, entre montañas y secadales, colindante con Catadau. Alrededor de las cuatro y media de la tarde de aquel día -miércoles- la pala se hincaba sobre la amarillenta tierra camuflada bajo seco ramaje, donde una mano esquelética, con un reloj a la muñeca, emergía a ras del suelo. Previamente una secreta y oportuna visita personal a mi domicilio, antes de ponerse en marcha el mecanismo de exhumación oficial, me otorgó el privilegio de conocer ipso facto la sensacional noticia que horas más tarde daría la vuelta al mundo.
Nadie de las pocas personas allí presentes podía imaginar la tremenda sorpresa que minutos después nos íbamos a llevar: nada menos que la espeluznante aparición de los cadáveres de las tres niñas perdidas al atardecer de un no lejano 13 de noviembre. Me acompañaba el delegado de LAS PROVINCIAS en la Ribera, a quien antes avisé para -junto con el fotógrafo Francisco García- trasladarnos 'a ver que era eso de la mano semienterrada', el macabro descubrimiento realizado esa misma mañana por dos colmeneros. Lógicamente el juez de Instrucción trató de impedir que nos acercásemos a la fosa. Pero estábamos allí, en un escenario abierto, al aire libre, y esa inexorable realidad nos permitía ir conociendo poco a poco el desenlace de la operación. El propietario de una funeraria de Alberic requerido por la Guardia Civil y que había dejado su furgón unos tramos atrás debido a lo intransitable del camino, no salía de su asombro: 'A mí me han dicho que viniera con un ataúd, ¡pero son tres los que se necesitan!'. No había duda: estábamos en presencia de los cuerpos de Toñi, Míriam y Desirée, atrozmente mutilados.
En los alrededores se encontraron trozos de un volante médico a nombre de Enrique Anglés, hermano de Antonio, el asesino que cometió la imprudencia de dejar in situ prueba de su identificación. Tras un mes de espectacular persecución la bestia logró escapar y hoy nadie sabe si vive o pereció en las profundidades del Atlántico. La otra alimaña que participó en los horribles crímenes, Miguel Ricart, sigue en prisión, pero cualquier día será puesto en libertad. Así funciona nuestro sistema penitenciario-judicial.
El día siguiente, 28 de enero de 1993, este periódico ofrecía amplia y detallada información, literaria y gráfica, de primerísima mano, firmada por dos testigos de excepción, Javier Martínez y yo mismo, acerca de aquel luctuoso suceso que jamás olvidará la sociedad valenciana ni, mucho menos el pueblo de Alcàsser.
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