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JUAN ANTONIO MARRAHÍ
Lunes, 29 de abril 2013, 09:13
Un grupo de espeleólogos desciende a una sima de Dos Aguas. La gruta vertical, de unos 10 metros, les conduce a un alarmante hallazgo: un cráneo humano y varios huesos más. Hace sólo una semana, un paseante descubre otros restos óseos en un paraje de Cheste. Corresponden al menos a dos personas. Una de ellas es un hombre. Otra, un menor de edad. Estos y otros muchos vestigios similares reposan ahora en el Instituto de Medicina Legal (IML), donde dos expertos en antropología trabajan a diario por desentrañar las pistas que esconden los huesos.
Esta sección del IML, la de análisis de restos óseos, abre por primera vez sus puertas a LAS PROVINCIAS. Cada año, alrededor de 1.500 cuerpos son sometidos a autopsia en el IML de Valencia pero tan sólo una veintena llegan en forma de huesos. El concienzudo trabajo de estos especialistas ha encaminado ya tres investigaciones criminales en los últimos años y ha permitido identificar a decenas de personas con detalles tan curiosos como implantes dentales, una prótesis o los restos de ADN que pueden llegar a permanecer en los huesos durante dos décadas.
«El primer enigma que debemos resolver con los hallazgos óseos que nos llegan es si son humanos o de animal», explica José María Ortiz, patólogo forense del IML y profesor de anatomía. Con un simple análisis visual de su forma y tamaño, un experto como Ortiz ya puede determinar si lo que está ante sus ojos es uno de los 206 huesos del ser humano. «Puedo decir inmediatamente sí es humano o no. Lo que ya cuesta más es saber a qué animal pertenece», aclara.
Según Matías Vicente, director del IML, «más de la mitad de los huesos aparecidos en Valencia son de animales y alrededor de un 40%, humanos, la mayoría sacados de antiguos enterramientos por personas que acaban perdiendo el interés por ellos y los dejan en cualquier lugar».
Restos óseos de perros, gatos, cabras, caballos y hasta vacas han acabado en manos de estos expertos forenses para descartar que no sean humanos. Recientemente se encontró un hueso en el Club Náutico de Valencia. Un sanitario allí presente aseguró que correspondía a la pelvis de un bebé de dos años. Pero las apariencias engañan, y más aún con huesos. «Sólo con la inspección determinamos que se trataba de la primera vértebra cervical de una vaca o toro», recuerdan en el IML de Valencia.
¿Uno o varios?
El trabajo se complica si los huesos son humanos. A partir de ahí, el caso se suele enmarcar en una investigación judicial. «Cuando se encuentra un esqueleto íntegro no hay duda, pero hay veces que sólo se recupera un puñado de restos dispersos y hay que aclarar primero si estamos ante una o varias personas».
Y a partir de ahí, los forenses van iluminando un sendero de enigmas: determinar la antigüedad de los huesos (momento aproximado de la muerte), la edad, el sexo y la estatura de la persona a la que pertenecieron son las claves iniciales. Hasta es posible poner nombre y apellidos a esos restos gracias a un sistema de cotejo con personas desaparecidas. Aquí entra en juego el ADN, los historiales médicos de fracturas o simplemente un rasgo óseo peculiar de nacimiento.
En algunos asesinatos es frecuente el abandono, enterramiento u ocultación del cadáver en montes, campos y hasta en el mar. La descomposición y acción de los animales acaba reduciendo rápidamente a la víctima del crimen a unos pocos huesos. «Pero no todas las pistas se pierden. En contra de lo que muchos creen, más de la mitad de homicidios dejan huella también en los huesos», advierte el director del IML.
Para Ortiz, son pocas las maneras de matar que no generan algún reflejo en los huesos. «Los asesinatos por golpes con algún objeto, como el de Dos Aguas, causan casi siempre severas lesiones craneales», desgrana el experto. «El arma blanca sí es más complicada de detectar, a no ser que ocurra como en uno de los casos que analizamos. El cuchillo atravesó el temporal de la víctima y penetró 11 centímetros en el cráneo». Según el forense, «hasta los tóxicos minerales acaban depositados en los huesos tras circular por el organismo».
En el caso de las balas también permanecen vestigios muy significativos en las piezas óseas por los impactos apreciados. Los tiros mortales suelen alcanzar la cabeza o partes del tronco que un día albergaron los órganos vitales. «Es frecuente que la bala acabe rompiendo o resquebrajando alguna costilla en su trayectoria de entrada o salida», detallan los forenses.
De los huesos al juicio
En el IML recuerdan hasta tres crímenes recientes en los que el análisis de huesos ha permitido impulsar la investigación. En uno de ellos ya se ha logrado la identificación y el arresto del sospechoso, ya pendiente de juicio.
Una de las claves a la hora de buscar posibles lesiones homicidas es una correcta limpieza de las piezas recuperadas. Se retira con paciencia cada resto de tierra y se consigue así apreciar a la perfección la superficie ósea en busca de revelaciones.
Cuando los restos están fragmentados, los especialistas pueden llegar a establecer si ha habido descuartizamiento, si los huesos se han partido por el deterioro natural o si han sido calcinados. «Los descuartizadores suelen cortar las extremidades por las articulaciones y no por partes intermedias. Esa manera de seccionar deja señales características». Con su análisis se puede concretar si la herramienta utilizada es un cuchillo, una sierra común, mecánica, radial o un hacha.
Pero los crímenes tienen fecha de caducidad: 20 años es el tiempo que marca la ley para que el delito prescriba «Si nuestra investigación determina que los restos óseos tienen una antigüedad estimada superior a dos décadas la investigación judicial cesa». En el IML de Valencia no recuerdan ni un sólo caso en el que una muerte con signos de violencia detectada a partir del hallazgo de los huesos haya prescrito.
Para establecer la antigüedad, los especialistas se basan en su grado de deterioro, el análisis de posibles restos orgánicos y otras pruebas. Con huesos de más de 20 años ya es muy difícil encontrar restos de ADN útil en los huesos, imprescindible para cotejar con la base de datos del programa Fénix, donde se almacenan muestras biológicas de familiares de personas desaparecidas.
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