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DANIEL VIDAL
Miércoles, 11 de septiembre 2013, 11:02
Antes de que usted acabe de leer este párrafo, una persona estará a punto de suicidarse en alguna parte del mundo. Y terminará consiguiéndolo. Es un goteo constante y macabro que golpea cada cuarenta segundos. Cada dos minutos, tres personas se quitan la vida. Cada cuatro minutos, seis. Y así hasta un millón al año. Es la crudeza de unas estadísticas silenciosas pero apabullantes. Las de una lacra que se mantiene como una de las primeras causas de muerte en España. La primera si hablamos de motivos no naturales y encabezando el ranking junto a las enfermedades cardiovasculares, del sistema respiratorio y el cáncer. La cifra de 3.180 muertos en 2011 por 'suicidio o lesiones autoinfligidas', casi nueve muertos al día según el Instituto Nacional de Estadística, supera con creces los 2.116 fallecidos en accidentes de tráfico en el mismo año. Y casi nueve muertos al día son muchos muertos. «Son cifras escandalosas que no preocupan, ni de las que se habla tanto como otras que sí se han venido reduciendo significativamente, como las de la carretera», observa Javier Jiménez, psicólogo clínico y presidente de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (AIPIS).
Pero esos números pueden volverse todavía más preocupantes si pasamos de los suicidios 'evidentes' a los 'sospechosos', también llamados 'suicidios blandos', donde los expertos creen que se esconden precipitaciones al vacío o caídas accidentales, ahogamientos, envenenamientos y otros accidentes varios. Casi 8.000 al año. Si además tenemos en cuenta que por cada suicidio hay 20 intentos, estamos ante un problema escalofriante.
Sin embargo, a nadie le gusta hablar del suicidio. Ni a las autoridades, ni a los medios de comunicación, ni a los familiares, ni a los amigos de las víctimas. «Aún sigue siendo un tema tabú y se debe desmitificar. Quien ha perdido a un familiar por un suicidio explica que esa persona ha muerto en un 'lamentable accidente', sobre todo por lo que pueda pensar la gente, por el sentimiento de culpabilidad. El estigma es increíble», lamenta Jiménez. «Aún tengo clavado en el alma el caso de aquella señora de 82 años, sin familia, sin amigos, que se estaba quedando ciega y que guardaba una pistola oxidada con una bala para acabar con su vida. Lo único que le detenía es que tenía miedo de ir al infierno. Al final, eso tampoco le importó», recuerda. «Pero hablar de ello -correctamente, sin sensacionalismo- no provoca más muertes sino que las previene. No tiene un efecto de contagio», subraya Jiménez. Es exactamente lo mismo que opina el psicólogo del Teléfono de la Esperanza, Alfonso Echávarri: «Hablar del suicidio, de qué lo provoca y de qué se puede hacer para evitarlo, es muy positivo. Y esto es algo que nos incumbe a todos porque todos tenemos a alguien que puede estar atravesando un momento crítico». En 2012, esta ONG recibió un 30% más de llamadas de ciudadanos que no encontraban sentido a su existencia en relación con el año anterior. «Generalmente, personas que se sienten muy solas, con conflictos de pareja o familiares o con problemas económicos. Y a veces, sufren las tres cosas juntas. Viven situaciones muy complicadas para las que no hallan otra alternativa que la muerte», explica Echávarri.
Más pobreza, más muertos
Aunque hay que tener en cuenta que el 90% de los suicidas padecía una enfermedad mental, la pregunta en estos momentos es inevitable: ¿cuánto influye la situación económica de un país en esta macabra estadística? En España no hemos seguido la lúgubre senda de Grecia, por ejemplo, donde los casos han aumentado un 43% desde el inicio de la crisis (2007-2011). Mientras que en diez años el número de suicidios se disparó en nuestro país más del 30% (de los 2.598 de 1998 pasamos a los 3.457 de 2008), de 2007 a 2011, el mismo período estudiado en Grecia, esa cantidad pasó de 3.263 a 3.180, un 2,5% menos. Eso sí, en el último año (2011), uno de los peores de la recesión, el número de personas que decidió acabar con su vida en España aumentó un 0,7%. El primer repunte desde 2008.
Pero en una nueva conmemoración del día para la Prevención del Suicidio, que se celebra hoy, lo que sí parece demostrado es que la crisis y el desempleo engordan esta terrible tasa. Investigadores de la Universidad de Oxford y de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres estudiaron durante las tres pasadas décadas, en 26 países de la UE, cómo los cambios económicos afectan a la mortalidad. Descubrieron que cada vez que el paro subía el 1%, los suicidios se incrementaba un 0,8% entre la población menor de 65 años. Los asesinatos crecían en la misma proporción. Cuando el desempleo crecía un 3%, las autolesiones letales lo hacían hasta el 4,5%.
Desde el año 2010, el hospital madrileño 12 de Octubre dispone de un programa especial de seguimiento de los pacientes que ingresan en urgencias por un intento de suicidio. El responsable de este proyecto y el jefe del servicio de Psiquiatría, Miguel Ángel Jiménez-Arriero, cree que «aunque sí ha habido más casos en los últimos años, el incremento no es lineal. Pero es innegable que la crisis socioeconómica provoca un aumento de las consultas por ansiedad, depresión y otros síntomas que pueden suponer el primer peldaño de una escalera que acaba en el peor peldaño de todos, el que lleva detrás una inmensa escalada de sufrimiento: el suicidio». En este sentido, no cree que un desahucio, por poner un ejemplo, «sea la causa por la que una persona decide quitarse la vida. Más bien es un desencadenante. La gota que colma un vaso de mucha desesperación». Por eso todos los expertos coinciden en señalar que un suicidio «es el resultado de muchos factores», explica Jiménez, que además pide tomar en serio las amenazas de autolesión y desterrar la idea de que «los problemas se solucionan a base de pastillas». En estos casos puede hacer mucho más efecto una buena dosis «de empatía», señala el psicólogo Alfonso Echávarri.
La prevención, necesaria
Los especialistas creen que en España hace falta «un centro de referencia y actuaciones institucionales como las que se llevan a cabo contra los accidentes de tráfico», y que ya están dando resultado en países de nuestro entorno. En Finlandia o Rumanía, por ejemplo, han logrado reducir a la mitad sus elevadísimas tasas de conductas suicidas a base de campañas de prevención dirigidas especialmente a los más jóvenes y a los más mayores. Estos dos grupos son, precisamente, los que más han contribuido a subir la estadística española, en la que aún no se han colado «criaturas de 7 u 8 años que sí se suicidan ya en Estados Unidos», revela el presidente de la AIPIS.
Otro de los extremos que la sociedad debe tener presente, y que los especialistas se esmeran en recalcar aunque no deje de ser obvio, es que «nadie quiere matarse. Un potencial suicida no se quiere morir. Lo único que quiere es dejar de sufrir. Y aunque cada persona es un mundo y cada perfil de potencial suicida hay que tratarlo con diferentes herramientas, yo lo que intento hacer entender, entre otras cosas, es que el sufrimiento no se mantiene por los siglos de los siglos», alecciona Jiménez. «Que por fin llega un momento en el que cesa, en el que se encuentra pareja, en el que se mitiga el dolor por la pérdida de un familiar, en el que se encuentra trabajo. También les pregunto por aquello que les une a la vida. Por las personas en las que han pensado en otras ocasiones para obligarse a seguir viviendo. Aunque parezca que no, siempre hay una salida».
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