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El califa olímpico
OLIMPISMO

El califa olímpico

La influencia del poderoso jeque kuwaití Sheikh Ahmad ha colocado a Bach al frente del COI. La misma que utilizó para dejar en la estacada A Madrid 2020

DANIEL VIDAL

Viernes, 13 de septiembre 2013, 13:45

Cuando Angela Merkel supo el martes que Thomas Bach (Würzburg, 1956) era el nuevo presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) se puso loca de contenta. ¡Un compatriota en el sillón de mando de la organización deportiva más importante del mundo! Lógica alegría. Lo que quizá no entienda tanto la canciller alemana es la algarabía que se ha montado en Kuwait y, sobre todo, en la familia real del pequeño pero millonario país árabe al conocer la elección de Bach, un genial esgrimista de la década de los 70 que llegó a ser oro empuñando el florete en Montreal 76. ¿Qué tendrá que ver con Kuwait un teutón de pro como Thomas Bach, reputado deportista, abogado y ahora flamante nuevo presidente del COI?

Algunos de sus competidores en la carrera por la presidencia del COI no han ocultado su preocupación por que el nuevo pope del olimpismo mundial sea también presidente de la asociación germano-árabe Ghorfa y del Consejo de Vigilancia de Weinig, una empresa especializada en el procesamiento de madera que está controlada por inversores kuwaitíes. Pero un vínculo así tampoco justifica una fiesta como la que tienen montada en Kuwait. Todo se entiende mejor si uno se fija en el gran valedor de Bach como sucesor de Jacques Rogge: Sheikh Ahmad Al-Fahad Al-Sabah, un miembro del Comité cuyo nombre no le sonará de nada pero al que ya le han colocado el sambenito de verdadero 'rey sin corona' de la organización.

'El Cigala'

La lista de cargos de Al-Sabah, al que algunos incluso sacan parecido con nuestro Diego 'El Cigala', es casi inabarcable. Miembro de la familia real kuwaití, presidente del Comité Olímpico de Asia y de la Asociación de Comités Olímpicos Nacionales, la influencia del jeque es, a sus 50 años, tan notable en el COI como en las altas esferas económicas mundiales: también llegó a ser el máximo responsable de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Un hombre elegante, sonriente y forrado al que algún erudito del Mundial 82 todavía le recuerda por el bochornoso espectáculo que montó, junto al emir, familiares y amigos, en un Francia-Kuwait (4-1) tras un gol de Platini. Los jeques, indignados, terminaron bajando hasta la misma hierba del estadio José Zorrilla para que el árbitro anulara un gol. Ahora se le conoce, sobre todo, porque parece demostrado que convierte en oro lo que toca. O, mejor dicho, en oro olímpico. Apoyó la candidatura de Tokio y salió. Apoyó a Bach y también salió. Incluso un miembro de la delegación japonesa que pidió mantener el anonimato declaró a la agencia Kyodo News que «la elección de la ciudad organizadora y del nuevo presidente son un paquete completo».

Quizá sin saber que estaba todo el pescado vendido, el Príncipe Felipe se esmeraba allá por el mes de julio, durante los mundiales de natación de Barcelona, en buscar a Al-Sabah por las piscinas para convencerle de las bondades de Madrid. Lo siguió intentando en Buenos Aires, aunque solo logró contactos puntuales. Iba a dar igual. Diez días antes de la proclamación de Tokio como organizadora de los Juegos de 2020, el primer ministro nipón, Shinzo Abe, firmó una alianza con Kuwait por la que Japón se convertía en el primer consumidor mundial del petróleo del emirato. Y Vladimir Putin le había dicho a Rajoy, durante la última reunión del G20, que Tokio ganaba «seguro». Se lo había 'chivado', precisamente, Angela Merkel. Pistas demasiado contundentes que relataban una crónica de una muerte anunciada para Madrid. Y las pistas se convirtieron casi en pruebas cuando el jeque fue recibido como un héroe en la sala San Telmo del hotel Hilton de Buenos Aires, el lugar de celebración de la delegación nipona.

«Hay situaciones que se te escapan, barreras que no puedes franquear cuando te pones a convencer a los miembros del COI», reconoce Ander Mirambell, especialista en skeleton y uno de los 18 deportistas españoles que el sábado se lanzó a la 'caza' de votos para nuestro país. «Se oyen muchos rumores, muchas historias. Sabemos que hay estrategias y alianzas y lo que está claro es que dentro del Comité se mueven intereses que van mucho más allá de los deportivos. Yo iría a luchar por mi país cuando me lo pidieran, pero me gustaría que hubiera más transparencia. Votos a mano alzada y explicaciones posteriores».

Sin embargo, la transparencia es un concepto que no se ha desarrollado con demasiado ímpetu a lo largo de la historia del Comité Olímpico Internacional. Fue el único presidente español que ha pasado por el COI, Juan Antonio Samaranch, el que impuso nuevas leyes para frenar los casos de corrupción que minaron la credibilidad de la organización en la década de los noventa, con sonados casos de compra de votos como el que involucró a John Coates, presidente del Comité Olímpico Australiano, que ofreció 35.000 dólares a dos miembros del COI -uno keniata y otro ugandés- la noche anterior a la elección de Sydney como sede de los Juegos de 2000.

Viaje a Disneylandia

No ha sido la única ni tampoco la última vez. En los Juegos de Invierno de 2002, en Salt Lake City, ya se demostraron sobornos que llevaron a la destitución de 13 miembros, entre ellos el representante de la República del Congo -de apellido Ganga- que reconoció haber recibido 70.000 euros por su voto, además de becas de estudios y viajes a Disneylandia para los hijos del resto de los miembros implicados. Los escándalos han llegado a salpicar también a las más altas esferas. Un exministro de deportes chino revela en un libro cómo Rogge, que acaba de ceder la presidencia a Thomas Bach, pactó en secreto que ganara la candidatura de Pekín 2008.

Sin embargo, todas estas prácticas ilícitas parecen cosa del pasado a raíz de la creación de la Comisión de Ética del COI, «que regula el comportamiento de los miembros y vigila cualquier tipo de práctica fradulenta», explica Pachi Perurena, uno de los tres miembros españoles del Comité junto a Marisol Casado y Juan Antonio Samaranch Salisachs. «A mí no me consta que haya compra de votos ni nada parecido. Eso no pasa», sentencia. Perurena, que como sus compañeros no recibe emolumento alguno por su cargo, «salvo los gastos de los viajes», sí que reconoce, en cambio, que «cada uno tiene su corazoncito y al final priman intereses políticos además de los deportivos. Más que el dinero, se valora que tú me ayudes en esto y luego yo te pueda ayudar en lo otro».

Es la ley de la «gran familia de los anillos», como le gusta llamar al jeque Al-Sabah a los 112 integrantes del Comité, algunos de países tan exóticos como Barbados, Fiji, Siria, Gambia, Malasia, Santa Lucía o Djibouti. Para ser miembro del COI no prima el potencial olímpico del país, «sino la trayectoria deportiva del candidato», subraya Perurena. Esta familia, que se renueva cada cuatro años con la elección de nuevos representantes del espíritu olímpico, acaba de dar la bienvenida, entre otros, al mítico atleta keniata Paul Tergat y al holandés Camiel Eurlings, más conocido por ser el presidente de la aerolínea KLM que por su bagaje deportivo, prácticamente nulo. Un dato. Todos los nuevos miembros, a excepción de los atletas, son propuestos 'a dedo' por el presidente.

Y mientras Madrid baraja presentarse como candidata por cuarta vez, el califa olímpico no esconde sus preferencias para el destino de los Juegos de 2024: «No sería mala idea que regresaran a Estados Unidos, es un buen mercado», ha dicho 'El Cigala'. Pues ya nos podemos ir olvidando.

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