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VICENTE LLADRÓ
Sábado, 23 de noviembre 2013, 01:37
Los primitivos habitantes de lo que hoy es la Comunitat Valenciana conocieron y dominaron la producción de vino, al menos en sus aspectos de elaboración regular y con fines comerciales, más tarde que en otras áreas del Mediterráneo. Ocurrió en el siglo VII antes de Cristo en el poblado ibero de Benimaquia, en la falda del Montgó que recae a la actual Denia, junto a recientes urbanizaciones turísticas.
En su libro 'Memorias del Yantar', Chema Ferrer, colaborador de LAS PROVINCIAS, sitúa en este poblado de La Marina, que debió tener gran importancia en su momento, porque gozó de fuertes fortificaciones, el primer vino valenciano.
Aunque posiblemente quede su historia vitícola a poca distancia de otros asentamientos iberos que tuvieron gran actividad enológica, como Los Villares o Kelin (en Caudete de las Fuentes), El Molón (en Camporrobles) y Las Pilillas (en Requena), los tres en la comarca que hoy alberga la Denominación de Origen Utiel-Requena.
Al igual que ocurrió en la mayor parte de la cuenca mediterránea y Oriente Medio, el vino se conoció en las actuales tierras valencianas desde más antiguo, pero en otra dimensión. Algunas dataciones arqueológicas sitúan entre Siria e Irán las primeras huellas, 5.000 o 6.000 años antes de Cristo, pero debió de ser vino de uvas silvestres y para el autoconsumo, una vez que experimentarían la alegría de beber algo con sabor agradable y el añadido de los efectos del alcohol. Se ha comprobado la facilidad de conseguir fermentaciones casi espontáneas, casuales o con medios muy rudimentarios a partir de uvas silvestres.
4.000 años atrás
También en los poblados de Kelin y El Molón, en Utiel-Requena, encontraron los arqueólogos evidencias de primitivas vinificaciones que se remontan a 2.000 años antes de Cristo. Pero el caso de Benimaquia es diferente y constituye un ejemplo de actividad industrializada y con clara orientación exportadora.
Por los restos de vasijas encontrados en el Montgó se sabe que en buena parte eran de estilo fenicio, hechos allí, y en muchos casos de origen fenicio, lo que evidencia una relación con dicho pueblo caracterizado por sus ansias de establecer tratos comerciales.
Debieron ser los mercaderes fenicios quienes enseñaron a los iberos de Benimaquia a cultivar la vid y elaborar vino con técnicas 'modernas'. Lo harían con una clara intención comercial, naturalmente; para poder contar con un abastecimiento continuado y de calidad, al gusto de los compradores y para satisfacer sus necesidades.
Era, por así decirlo, una relación ya al estilo de lo que hoy es común en la moderna distribución comercial. Los iberos de Benimaquia se convirtieron en una especie de interproveedores de los fenicios que acaban de llegar de Ibiza.
Porque esto también es evidente: los fenicios conquistaron y colonizaron antes Ibiza, pero la isla debió de resultarles insuficiente en algunos aspectos y buscaron nuevos aprovechamientos en las tierras próximas de la península Ibérica. Y lo más cercano era el cabo que hoy llamamos de San Antonio, con la actual Denia, hasta el punto de que el Montgó es visible desde allí en días claros, y al revés.
Desde Oriente Medio
La cultura fenicia arrastraba grandes conocimientos técnicos que fue expandiendo por el Mediterráneo en su búsqueda de nuevos clientes y nuevos suministros de materias primas y productos alimenticios. Lo mismo que después harían griegos, romanos, godos, árabes..., y más tarde españoles y portugueses en el Nuevo Mundo.
La agricultura nació en el Creciente Fértil, a orillas del Tigris y el Eufrates, más o menos en lo que hoy es Irak, y, por encima del debate sobre si el hombre conoció antes el vino o la cerveza, en el Medio Oriente o en el Antiguo Egipto, parece que el cultivo de la vid como hoy lo conocemos (la vitis vinifera), superando la esporádica utilización de uvas silvestres, se inició hacia 1800 años antes de Cristo. Y los fenicios lo fueron extendiendo, hasta enseñárselo a los antiguos 'valencianos' de Benimaquia para comprarles luego gran parte de la producción que obtenían, que se ha llegado a cuantificar en unos 400 hectólitros o 1.600 ánforas anuales.
Se han descubierto en Benimaquia lagares, balsas y pilas de adobe y tierra apisonada y en algunos puntos quedaban millares de pepitas de uva fosilizadas; restos de las labores de prensado o de los posos finales de los vinos. También debió funcionar una intensa actividad alfarera, haciendo recipientes que imitaban modelos fenicios.
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