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HÉCTOR ESTEBAN
Lunes, 16 de diciembre 2013, 01:51
«Me dijeron que la niña no viviría. Metí todas sus cosas en una caja». El próximo 26 de enero, Vega cumplirá un año. Reme, su madre, sacó hace tiempo todas las cosas de aquella caja. Hoy, esa niña desahuciada por los médicos se ha convertido en el motor de la vida de Reme y Lázaro, un matrimonio que comenzó una nueva vida. Vega y Leo son mellizos. Llegaron prematuros. A las 36 semanas. Tienen diez meses. El niño está 'sanote'. Rollizo. Sus mofletes le delatan. Vega convulsionó a las seis horas de nacer. Del hospital de La Ribera fue trasladada al Clínico. 21 días en la UCI y dos infartos cerebrales.
Llegó el momento de las lamentaciones. «Te haces la típica pregunta. ¿Por qué a mí?», señala Lázaro. Pero fue Vega la que obligó a cambiar el chip. Si la niña tiraba del carro Lázaro y Reme no la podían defraudar. «Los médicos nos dijeron que habría que alimentarla con una jeringuilla a través de un agujerito en la tripa», explica Lázaro. Hoy, Vega succiona biberones e incluso come papillas. «Fue gracias al empeño de una enfermera», puntualiza Reme. Fue la primera lección.
Esa fuerza se la contagió a sus padres, que iniciaron la campaña «Una sonrisa para Vega». Reme, Lázaro, Vega y Leo necesitan ayuda. Dijeron que la niña no viviría; luego que viviría inmóvil. Hoy reacciona a los estímulos. Un paso de gigante. Vega asiste tres días por semana a un centro concertado donde recibe tres horas de terapia. «Pero queremos más. Sabemos que nuestra hija puede evolucionar. Iremos donde haga falta», explica el padre. Han comenzado una campaña de recogida de tapones (que se pagan a 200 euros la tonelada) y que se llevarán a una planta de reciclaje de Alzira. La empresa no dará el dinero en metálico, sino que se hará cargo de cualquier aparato ortopédico, tratamiento o adecuación de la vivienda en relación a la cantidad de tapones recibida. «Los almacenamos en una nave de Buñol y en otra de Guadassuar. Gente de toda España se ha ofrecido a recoger tapones el problema es que no tenemos la infraestructura para recogerlos», lamenta Lázaro, que agradece la solidaridad.
En el centro concertado al que les derivó la Seguridad Social pagan 75 euros al mes. Antes sólo 16, pero el recorte de las ayudas ha obligado a subir la cuota. «La niña ha mejorado mucho con las atenciones de fisioterapia. La estimulación es básica. Sufre de espasticidad rígida. Ponerle una chaqueta o un pijama es misión casi imposible por la rigidez de sus músculos pero con el tratamiento ha mejorado mucho», cuenta Reme. La ilusión de la madre es disponer de una persona en casa para estimular a Vega: «Ahora no nos los podemos permitir pero tenemos que intentarlo como sea». Reme y Lázaro no se van a rendir. Y saben que su hija tampoco.
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