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FRANCISCO APAOLAZA
Jueves, 19 de diciembre 2013, 02:19
En los años 80, la vía más corta hacia la cumbre del éxito era Wall Street. En los 90, el ladrillo. Hoy en día, las autopistas hacia el cielo son las juventudes de los partidos políticos. Las asociaciones que aglutinan a los cachorros del poder son auténticas 'metralletas' que lanzan a los suyos cada vez más lejos, cada vez más alto, con menos años y con más aire de genios locos. El último en ponerse en órbita es el ministro de Asuntos Exteriores e Integración de Austria, que tiene 27 años y es ya el más joven de la Eurozona.
Se llama Sebastián Kurz y no ha terminado los estudios de Derecho. No porque estuviera en los bares persiguiendo chicas, algo más propio de esos años, si no porque solo tenía tiempo para su carrera política en el Partido Popular, ÖVP. El más tierno de los 16 miembros del nuevo Ejecutivo de coalición, que acaba de jurar el cargo ante al presidente Heinz Fischer, es hijo de un ingeniero y una maestra de Viena que creció en un barrio de clase media. Antes de que la política lo convirtiera en un personaje engominado, educadísimo, telegénico, enérgico y que siempre tiene algo que decir, era un chaval normal. Ahora encarna la esperanza del PP austriaco, amenazado por la pérdida de votos entre los más mayores.
Las encuestas, que son las que mandan en los gobiernos, confirman que Kurz toca las fibras sensibles de los votantes jóvenes en un electorado inmerso en el desencanto. El dato, traducido en intención de voto, es oro, aunque al cuerpo diplomático le rechinen los dientes al pensar que el hombre que se jugará los cuartos del país con, pongamos, John Kerry, no tiene ninguna experiencia en la resbaladiza moqueta de las relaciones internacionales. En comparación, Bibiana Aido tenía cuatro años más cuando accedió en 2008 a la cartera de Igualdad en el Gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, y su ministerio era un patio de colegio comparado con el de Asuntos Exteriores.
La prensa austriaca, que no ha hecho una carnicería con el asunto, lo considera «sexy» para el partido y para los votantes. Ese mismo atractivo físico, multado solamente por las orejas que destacan los caricaturistas, ha sido un factor ilusionante, incluso refrescante, germen de una carrera más que veloz. Comienza en 2008, cuando Kurz aparece de relleno en una lista al parlamento. No es elegido. En 2009, pasa a las filas de las juventudes del ÖVP y en 2010 hace campaña a las elecciones en el parlamento de Viena.
Con un Hummer negro
La foto de la campaña, tal vez la de su vida, al menos hasta su investidura, es la siguiente: Sebastian Kurz aparece sentado en el capó de un todoterreno Hummer negro. Se escribió de él que su aspecto recordaba a un híbrido entre una vedette de cine y un capo de la droga. La caravana -cuyo lema era «Lo negro mola», en referencia al color corporativo de su partido-, estaba aparcada ante Le Moulin Rouge, un club discoteca de Viena, al que habían cambiado el nombre por Le Moulin Noir. Dentro, al ritmo del DJ, Kurz repartía su propaganda política y dictaba las directrices de su decidido mensaje en una fiesta tecno, en la que él reinaba asomado al generoso escote de sus colaboradoras.
Entonces, la oposición con la que hoy gobierna dijo de él que hacía política-disco. Se equivocaron. Hace un par de años ya fue nombrado secretario de Estado de Integración, un puesto de nuevo cuño en un país en el que la inmigración es un tema espinoso (el ultraderechista FPÖ es tercero en las votaciones) y comenzó a aplicar una política que ha sido de todo menos timorata. El hombre que no había terminado sus estudios de Derecho impuso durísimos exámenes de lengua para los inmigrantes que querían conseguir beneficios como, por ejemplo, el acceso a la escuela. La oposición le ha recriminado que esos exámenes no los hubieran aprobado ni algunos austriacos. Su política, polémica por las deportaciones, se enfocó hacia la «integración a través del esfuerzo». En adelante, los inmigrantes tendrían que demostrar que aportaban valor y trabajo, a veces en tareas de voluntariado, para Austria. La medida, que hubiera levantado ampollas en España, le supuso una lluvia de elogios. El año pasado era uno de los miembros más valorados del gabinete. Ya casi nadie le recordaba que no había terminado la carrera.
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