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J. A. MARRAHÍ
Lunes, 23 de diciembre 2013, 01:56
Los salarios bajos, los contratos basura y la precariedad son las señas de identidad de mi profesión en España». Quien se muestra así de pesimista es Pablo Casa, un ingeniero técnico informático de 32 años que, hace ahora un año, hizo las maletas con rumbo a Suiza. Hoy las prepara de nuevo para pasar unos días con su familia en Valencia.
El famoso eslogan turronero es más real que nunca y muchos de nuestros emigrantes vuelven por Navidad, aunque sólo por pocos días. Otros, como Vicente o David, no se pueden permitir la añorada visita invernal. Se comerán las uvas a 16 bajo cero en Canadá o a 27 grados en Miami. En pocos días, en casa o separados por océanos, despedirán un 2013 que marca un récord de salida de valencianos al extranjero en busca de trabajo o mejora para sus negocios.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó hace pocos días los últimos datos sobre demografía. En el primer semestre de este año más de 4.000 valencianos se marcharon a vivir al extranjero y la previsión es acabar el año con más de 8.300 emigrantes procedentes de la Comunitat. La cifra es histórica. Triplica la cantidad de salidas al exterior que había en 2008 y dobla al éxodo laboral de hace tres años.
Decenas de vuelos traen estos días a los nuestros desde todos los confines. Si nuestra región fuera un gran aeropuerto, unas 70.000 personas se situarían en el hangar de salidas. En este espacio, por cada español que se marcha hay seis extranjeros que hacen lo propio. Se vuelven a su país o prueban suerte en otro lugar más próspero. La zona de llegadas es mucho más reducida. Prácticamente la mitad, pues da cabida a los 33.000 inmigrantes aterrizados a lo largo de 2013.
El año que toca a su fin no sólo supone un pico en exilio laboral valenciano. Demográficamente, es el de la vuelta a la tortilla en lo que a inmigración se refiere. Echamos la vista atrás. En 2008, unos 64.000 extranjeros llegaron a tierras valencianas y 38.000 se marcharon de la región. Hoy es prácticamente al revés. Anualmente llegan a la Comunitat 34.000 extranjeros y 64.000 emigran de ella. El saldo migratorio de la Comunitat es, actualmente, el tercero más negativo de España.
Perfil poco estudiado
¿Quiénes son esos valencianos a los que las madres abrazarán con alegría en Navidad y despedirán con pena en los primeros días de enero? «Todavía no existe un estudio en profundidad» sobre el perfil, logros y fracasos de nuestro ejército de emigrantes, asegura Albert Mora, profesor de Sociología y Antropología Social de la Universidad de Valencia. El experto prepara una investigación sobre el fenómeno en La Safor. Asegura que se trata de «gente muy variada y bastante cualificada, pero los datos estadísticos que nos llegan son todavía escasos».
No todos son jóvenes. O al menos no tan jóvenes como puede parecer. El grueso de los exiliados por la crisis tiene entre 30 y 40 años, formación universitaria, años de experiencia laboral en España y conocimiento de inglés o francés, pues Europa es su destino mayoritario. Muchos de ellos son licenciados en sectores con serias dificultades en España, como la construcción, la obra pública o la comunicación.
Casi todos se marchan empujados por largos periodos en paro, contratos muy precarios o atraídos por visados u oportunidades de negocio impensables en España. Son pocos los que tienen ataduras familiares, lo que da una mayor libertad a la hora de dar el salto al extranjero.
Tampoco existen datos fehacientes para saber cuántos están prosperando. Eso sí, todos los entrevistados por LAS PROVINCIAS coinciden en que los comienzos son complicados. «Para nada es llegar y besar el santo», asegura Pablo Casa desde Suiza. Sheila es una periodista valenciana que emigró tras cerrar la televisión municipal donde trabajaba. «Ahora comparto piso con otros compañeros y estoy trabajando en la hostelería. Aunque no es de lo mío, al menos mejoro el inglés, gano experiencia en otro sector y subsisto», reflexiona.
La permanencia en el extranjero de los nuevos exiliados es también una incógnita. Los datos del INE hablan de 33.000 nacidos en la Comunitat empadronados en el extranjero. A lo largo del último lustro, la población valenciana repartida por el planeta se ha incrementado en casi 4.500 personas.
¿Dónde están viviendo nuestros emigrantes? La inmensa mayoría, más de dos tercios, opta por países europeos. La vecina Francia es el lugar de destino por excelencia y ya acumula más de 10.000 residentes de origen valenciano. En segundo lugar aparece Reino Unido, donde ya residen casi 3.000 valencianos. En Alemania viven 2.700 nacidos en la Comunitat y en Suiza, algo más de 1.700. Otra gran porción de emigrantes, unos 10.000, ha decidido hacer las Américas. Argentina y Estados Unidos se han convertido en sus nuevos hogares.
«Ni un día triste»
El continente americano es, en estos, días la casa de Vicente Fos. Él no podrá pasar esta Navidad en Valencia. Se marchó después de verano y está enfrascado en la búsqueda de trabajo en Montreal, pero asegura sentirse «bien acogido y animado» en la ciudad canadiense. «Ni un día me he sentido realmente triste por tener que salir de España», recuerda. Licenciado en Periodismo, pasó un año sin encontrar trabajo. Se hartó y decidió hacer las maletas. Conoce el idioma francés desde su infancia y llegó con un visado que el país ofrece todos los años para extranjeros que desean estudiar o trabajar en el país norteamericano.
«Desde Canadá he seguido con tristeza el cierre de C9 y me he enterado del aluvión de gente que busca ahora trabajo en IKEA», asegura. «Es duro saber que tu país va mal y no hay solución a corto plazo. Egoístamente, me alegro de no tener que sufrirlo ahora, pero lo vivo en otras carnes y es desagradable».
Vicente comparte piso con otro español, un francés y una canadiense. «La primera vez que abandonas tu país es difícil, porque todo es nuevo», confiesa. Cuando aterrizó, un amigo del colegio al que llevaba 15 años sin ver le recogió del aeropuerto y le hospedó en su casa las dos primeras semanas.
Desde ese instante comenzó la búsqueda de piso y trabajo. «En Canadá los límites los pones tú. Posibilidades hay muchas, especialmente si uno consigue la residencia permanente. Aquí también he conocido casos de corrupción, como en España, pero el Gobierno ofrece muchas ayudas para la búsqueda de empleo, la creación de empresas o la asistencia a personas sin techo». Sus añoranzas no van más allá de «el jamón, la paella del domingo y el buen tiempo». El sol es el gran ausente en un invierno de seis meses, con días a 25 grados bajo cero.
Volamos hacia el sur. En México D.F. nos encontramos con Herminio Vedreño y Teresa Nevado, un matrimonio de Silla. Él es mecánico y ella, veterinaria. Su aventura en Centroamérica comenzó en mayo de 2012. «La crisis en España no nos permitía avanzar», recuerda ella. Fue en mayo cuando la empresa española donde Herminio estaba empleado le ofreció un ascenso a cambio de un reto: establecerse en México. «Y decidimos dar el paso».
Miedo a la inseguridad
Hoy celebran «poder estar juntos» y el aumento del sueldo de Herminio. Pero allí no todo es fácil. «Yo estoy parada. Por la lentitud del sistema mexicano todavía estoy esperando el permiso de trabajo». Lo que peor llevan es «la inseguridad del país». Teresa asegura que es «difícil vivir» en una nación que sufrió más de 26.000 crímenes en el año en que se establecieron.
Ellos sí echan de menos Valencia y este año viajan por Navidad. «La primera la pasamos en México y nos propusimos no estar nunca más fuera de casa». Los planes de la pareja son retornar a España en el futuro, «cuando la situación allí nos lo permita». «La terreta sempre serà la terreta», sentencia la joven de Silla.
De vuelta a Europa y en la tranquila Ginebra (Suiza) nos topamos con el ingeniero informático Pablo Casa y su novia. El valenciano vive en un pequeño estudio dentro de una residencia universitaria. «No es nada acogedor y vale cuatro veces más de lo que cuesta un piso de dos habitaciones en Valencia. Aquí considero algo barato si vale el doble de lo que cuesta en España».
Pablo llegó a Suiza hace un año. Aprovechó que su novia iba a preparar el doctorado en la Universidad de Ginebra y se fue detrás a la caza de un salario más digno que en España. «He sufrido. Al llegar te sientes pequeño y frustrado, luchas contra la burocracia en un idioma ajeno», admite. «Los informáticos podemos encontrar trabajo aquí pero el nivel de inglés debe ser alto o muy alto», advierte.
Pero hoy la vida suiza le sonríe. Trabaja como administrador de sistemas en la sede de Virgin y cobra cuatro veces más de lo que percibiría en España. «Alivia no tener que preocuparte por llegar a fin de mes, poder hacer escapadas los fines de semana o cenar fuera entre semana». Pablo lo tiene claro: «¿Planes para volver a España en el futuro? Ninguno».
En la vecina Francia reside otro valenciano, José Amaro. Se marchó hace cinco años «a probar algo nuevo, sin apenas saber francés, pero con muchas ganas». Al principio trabajó en los Pirineos, aprendió el idioma y, cuando surgió la oportunidad, se trasladó a Córcega, donde trabaja de fisioterapeuta de personas mayores. «Quería regresar en un par de años, ya con la experiencia que te piden en España». Sin embargo, considera que, «conforme está la situación, si vuelvo a Valencia será para jubilarme», asegura con ironía. «Aquí tengo un buen trabajo y estoy muy a gusto», reconoce.
Si se traslada, estima, «será para mejorar». Hay países exóticos como Martinica, Guadalupe o Reunión que dependen sanitariamente de Francia. «Yo trabajo para el estado y no descarto un cambio de aires en alguno de ellos a medio plazo». Como muchos de nuestros emigrantes, recibirá el Año Nuevo en Valencia. Y luego, vuelta al extranjero.
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