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FRANCISCO OPAOLAZA
Sábado, 8 de febrero 2014, 19:13
Esta es una historia absurda que ha sucedido en un pueblo de Cuenca, en Cañamares, donde el agua de Solán de Cabras. Como metáfora kafkiana de que la vida no tiene precio. O sí. Son unos 2.150 euros más IVA, los que les quieren cobrar a unos recién casados por cambiar el regalo de bodas que les hicieron sus amigos en monedas de céntimo.
En Cañamares, donde vive el matrimonio, sus dos hijos y otras 545 personas, nadie osa preguntarles si tienen cambio. La broma les cabrea sobremanera desde que fueron víctimas de una suerte de vodevil monetario, una versión conquense de la crisis de la deuda. Comenzó cuando se casaron en septiembre de 2012. Ella, Rosa María Paraíso, de 39 años con un hijo, y él, Miguel Cortinas, de 30 años. Ya tenían una hija en común, Alicia, de cuatro años, así que no hubo grandes sorpresas hasta que llegaron del viaje de Cancún con un 'jet lag' de aúpa y un montón de fotos en la cámara. «Nos alegramos mucho de ver a los amigos que nos estaban esperando. En casa había unas cajas de plástico a medio llenar de monedas -recuerda Rosa María, que lleva cuatro años en paro después de ser despedida como operaria en la fábrica de Solán-. El problema surgió cuando, al subir al piso de arriba, encontramos llenos de monedas la pila del fregadero, el bidé, el lavabo y la bañera». Técnicamente, no era así, puesto que la bañera estaba a medio llenar de cobre. El padre de una de las ocho personas que habían hecho tan curioso regalo, y que era albañil, les había advertido de que el peso podía hundir la casa. «Les dijo que era una locura». Solamente las monedas de un céntimo pesan más de 300 kilos.
Según el relato de Rosa María, los amigos le contaron que a la cajera de la sucursal del pueblo vecino de Priego, a 8 kilómetros de Cañamares, la broma le resultó muy graciosa cuando pidió 1.750 euros al Banco de España para los recién casados. Un año después ya no le hizo tanta.
Un año en contarlas
El primer engorro fue separar las monedas por tipos. Había mil euros en piezas de un céntimo, y 750 entre las de dos y de cinco. Tardaron más de un año en hacer la criba.«Yo me ponía cuando estaba aburrida y así poco a poco las fui separando. Costó bastante, pero bueno, era un regalo y al fin y al cabo no lo necesitábamos con urgencia», recuerda.
De momento, las más de 125.000 monedas siguen en casa arrumbadas en cajas de plástico en las que Alicia se da graciosos baños al estilo del célebre Tío Gilito de Disney.
Un año después de encontrarse el pastel se presentaron de nuevo en la sucursal y, según Rosa María, les dijeron que para cambiar su magro botín tenían que abrir una cuenta en la entidad en la que hacer el ingreso. «Así lo hicimos, pero nos empezaron a hablar de una tasa que cobraban por cambiar. En Consumo me dijeron que no había tasa ninguna, así que fui a preguntar cada semana si se habían enterado de qué me tenían que cobrar. Esta semana el director nos ha echado de malas maneras. Nos dijo que allí no estaban para contar monedas. Y digo yo, si el albañil cuenta ladrillos y la costurera, puntadas, en el banco se cuentan monedas... o si no, ¿qué es lo que cuentan allí?».
El enfado de Rosa María es del tamaño del montón de cobre que tiene en casa. Ha arreciado desde que en la sucursal de Caja Castilla-La Mancha, la misma donde los amigos encargaron la pasta 'en suelto', les quieren cobrar una fortuna por el cambio. El trato es sangrante. Por cada 500 monedas, les piden 9 euros más IVA. Al cambio, salen a pagar 2.613 euros aproximadamente, 900 euros más de su valor nominal. «Estamos desesperados», admite Rosa María, que llamó airada al Banco de España. No le gustó la respuesta. La institución le ha advertido de que ningún banco tiene la obligación de cambiar más que cincuenta monedas por persona y día, y eso serían 2.400 viajes a Priego. No cubriría ni la gasolina. Los amigos, al menos, se han disculpado.
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