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Militares con reservas

Un mes al año dejan casa y familia para trabajar en el Ejército. A veces, a escondidas. Hay médicos, secretarias, abogados, políticos. Los reservistas voluntarios iban a tener un papel vital, pero el plan se ha quedado a medias

ZURIÑE ORTIZ DE LATIERRO

Lunes, 10 de marzo 2014, 02:12

Era la primera vez que dormía en el suelo, un pedregal en Guadalajara. Su primera tienda de campaña con los cuarenta avanzados, un confortable hogar en Castañeda (Cantabria), tres hijos y un marido boquiabierto de admiración y extrañeza. Carmen Gómez Carrión, médico y directora de un centro cántabro de servicios sociales, recuerda «con gusto» aquel peñascal incrustado en las dorsales.

- La vida militar es rígida. No hay contemplaciones para nadie. A veces pasas frío, duermes mal, tienes que hacer esfuerzos físicos que jamás habías imaginado. Pero precisamente las experiencias más duras son las inolvidables.

Un mes al año muta en la alférez Gómez Carrión, de los Cuerpos Comunes. Ha vacunado, curado, examinado a decenas de marineros en la fragata 'Méndez Núñez' y en la base naval de Rota. Al Ejército de Tierra lo ha seguido en ambulancia y le falta el del Aire. El año pasado la activaron para la base área de San Javier en Murcia, pero se lo impidió una apendicitis. Carmen es reservista voluntaria desde 2009, tras superar tres semanas de formación.

- ¿Empuñó entonces un arma de fuego?

- Sí, fue la primera vez.

- ¿Qué sintió?

- Cuando coges un arma que mata, impresiona. Algunas personas no pueden. Pero los instructores saben lo que hacen. Me he encontrado con militares profesionales de quitarse el sombrero, por su formación y sus valores humanos. Solo hice unas prácticas de tiro. Lo importante es prestar servicio a mi nación. Es un orgullo poder hacerlo. Quiero a mi país y me apetece muchísimo ser útil, poner mis conocimientos al servicio de los demás.

Algo parecido sentirán los 5.100 reservistas voluntarios españoles. Esta 'brigada' nació en 2003 con la voluntad de ser una de las patas fundamentales de las Fuerzas Armadas profesionalizadas: el nexo de unión con la sociedad. Pero anda un poco coja. El objetivo inicial era formar y mantener activos a 25.000 civiles, siguiendo los modelos de otros países europeos: buenos profesionales que compatibilizan su vida laboral con el cuartel. Pero el presupuesto se ha estrangulado. La partida del Ministerio de Defensa para el reservismo voluntario apenas llega a los 2,3 millones de euros, la mitad que en 2011. Con este dinero se convocan nuevas plazas -100 frente al millar de los primeros años- y se moviliza a los voluntarios. Cada vez menos.

Javier Roda, responsable de prevención de riesgos laborales en tres empresas de Murcia y sargento del Ejército de Tierra cuando le dejan, lleva dos años sin que lo llamen. «Uno cae en la desesperación, aunque trato de no perder el ánimo. Fundé la asociación de reservistas ARVFAE y organizamos eventos, excursiones para mantener el ánimo. Pienso que la reserva no está bien definida, somos todavía un experimento, aunque llevamos diez años». A la alférez Gómez Carrión la convocan todos los años. Pero porque es médico, la profesión que más escasea en el Ejército.

El sargento Roda, 41 años, segunda promoción de suboficiales reservistas de 2009, vive el uniforme como pocos, aunque sus compañeros de carrera le vean como un civil. «Son abiertos y nos respetan, pero no nos tratan como militares». Y lo son, a tiempo parcial. Lo normal es que los activen una vez al año para colaborar, de quince días a un mes como máximo, en el destino que ellos eligieron al hacer la formación. Son uno más en el cuartel, aunque sus compañeros los miren por el rabillo del ojo.

Mismas órdenes, mismo uniforme, mismo sueldo. Pero para ser sargento profesional son necesarios tres años de academia militar. Los oficiales reciben cuatro. Y los reservistas consiguen la graduación en menos de un mes. Cualquier español de entre 18 y 58 años, que no haya sido objetor de conciencia, puede optar a una plaza tras superar unas pruebas psicotécnicas y un reconocimiento médico. Para ser oficial hay que tener un título equivalente al primer ciclo de carrera; se accede con la graduación de alférez. Con bachiller, FP o equivalente se ingresa como sargento. El resto pasa a formar parte de la tropa. El colectivo más numeroso es el de oficiales, seguido de los suboficiales. La mayoría son hombres, pero las mujeres representan el 22%, diez puntos más que en las Fuerzas Armadas (FAS). La edad media ronda los 35 años. La mitad son universitarios y un 20,6% ha superado estudios secundarios, según el estudio de José Miguel Quesada González, alférez reservista del Ejército de Tierra. El 89% quiere participar en misiones internacionales -ahora es muy puntual- y el 88% piensa que es imprescindible que los reservistas participen en las maniobras de las FAS.

El alférez Monago

A la falta de mayor presupuesto para colaborar de manera activa en la vida castrense, muchos de estos soldados temporales se encuentran con el problema del trabajo. «Es necesario un acuerdo con la patronal para que se le beneficie de alguna manera cuando cogemos esos días. A muchos no les queda otro remedio que pillar 14 días de sus vacaciones. Y muchos lo hacen a escondidas, no dicen ni pío. Tanto en el País Vasco, por razones obvias, como en otros puntos de España», desvela Santiago Carrasco, presidente de la asociación ARES, la más grande y activa.

Vicente Pizarro -valenciano, 43 años, jefe de seguridad- quería ser militar de niño. Pero la vida pocas veces discurre por un camino recto. Opositó sin éxito en la Policía, acabó en la empresa privada y desde 2010 es suboficial en el Arsenal de Cartagena, unos días al año. Su tarea es evitar que suceda un accidente durante la reparación de los submarinos. Viste los colores de la Armada «con emoción y sin fardar, esto es por amor a las Fuerzas Armadas y a la patria».

- ¿Y en casa qué le dicen?

- Que soy un masoquista, que entrego 15 días de mis vacaciones a esto. Pero lo siento así.

Los reservistas más activos son los destinados en la Unidad Militar de Emergencia (UME) -acuden a grandes catástrofes- y los médicos y enfermos de los Cuerpos Comunes. Pero también hay economistas, arquitectos, ingenieros, notarios, periodistas, administrativos, amas de casa, incluso políticos. Como el alférez de Infantería de Marina José Antonio Monago, que dejó el uniforme al ocupar el cargo de presidente de Extremadura, aunque lo mantienen en la reserva con título honorífico. O Vicente Ferrer Rosello, portavoz de los populares en la Comisión de Defensa del Congreso y recientemente ascendido a teniente de Infantería de Marina.

Galones no faltan en la familia de la sargento primero Elena Muñoz, de la Brigada Paracaidista. Solo ejerce un mes al año -el resto es administrativa en la mutua Muface de Badajoz- por culpa de cinco centímetros. Cuando las FAS abrieron la mano a las mujeres, ella, hija, nieta, biznieta, tataranieta de generales de División, coroneles de Regulares, de mariscales de campo, no entró porque es menuda. Mide 1,55 y pedían 1,60. «Estudiaba COU y me dio una rabia tremenda. Dejé de ir a actos militares, me daban envidia cochina». Se casó a los 19 y para los 23 se divorció con dos hijos. Pero salió. Ganó una oposición en el Ministerio de Defensa de Madrid y limpió una farmacia por las tardes. «Luego busqué la provincia más barata de España para que me diera más de sí el dinero y me instalé en Badajoz». Y por el camino se reencontró con el Ejército. Ingresó como reservista en 2004, a los 33, para tareas de logística. Desde entonces vive «el espíritu militar todo el año. He dejado las cervezas y el rock por el entrenamiento. Participo en todas las pruebas que puedo. Me activan todos lo años».

- Tiene enchufe.

-No, juro que no. Pero muestro mucho interés. Estoy dispuesta a todo. Me van a tener que echar a patadas.

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