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P. MORENO
Domingo, 24 de agosto 2014, 00:02
Con un peso medio de 35 gramos y un vuelo endiablado, no es extraño que el martín pescador sea una de las piezas más codiciadas para los aficionados a la observación de las aves. Es lo que ocurre en el parque de la Albufera, que registra un aumento continuo de este tipo de turismo, auténticos expertos en detectar nidos escondidos en los arbustos y especies en riesgo de extinción. El Racó de l'Olla es, por muchos motivos, el escenario perfecto para esta práctica.
Parece mentira que ese lugar lleno de tranquilidad y refugio para las aves, un auténtico santuario, fuera el lugar elegido tras la riada de 1957 para depositar todo el barro que se retiró de las calles de la ciudad. En unas obras recientes, indican durante una visita responsables del servicio Devesa-Albufera, se rebajó la cota de una pequeña isla para favorecer su inundación. «No hubo ningún problema ambiental porque eran todo escombros de aquella época», subraya.
De los lodos de la riada se pasó a un efímero hipódromo, cuyas instalaciones sirvieron de base para la creación de la reserva en 1983. Fue el inicio del mejor observatorio de aves de la Albufera.
«Vienen hasta cruceristas», comentan Iván y Guillermo, técnicos de la contrata municipal que se encargan del mantenimiento del lugar. «Nos gusta que esté así», indica el primero señalando la vegetación casi salvaje, apenas contenida entre las pasarelas de madera. «Hemos intentado reproducir todos los hábitats de la Albufera, sólo falta el arrozal y las dunas», precisa el jefe del servicio de la Devesa, Ángel Marhuenda. Cada uno tiene sus aves favoritas. Para Iván es el charrán común, mientras que Ángel elige sin dudarlo el tarro blanco, una elegante anátida de varios colores, donde predomina el blanco y el beige.
Todos están a golpe de vista de prismático, instrumento indispensable para disfrutar del recorrido. Hay varios lugares, aunque el más cercano son unas antiguas caballerizas, con los huecos cegados con cristal transparente para enturbiar lo menos posible la calma de las aves.
«Aquí hay que hablar muy bajo», recomiendan para obtener una buena fotografía. Este mes hay poca población, aunque hay especies de varios tipos, incluso polluelos que dan sus primeros pasos, sólo a unos metros del observatorio.
Esta semana había muy poca agua en los humedales. El nivel está regulado con bombeos y ahora se prefiere así para que la evaporación ayude a reducir la carga de materia orgánica. La gestión del recinto es compartida entre el consistorio y la Conselleria de Medio Ambiente, en un lugar que contabiliza más de 30.000 visitas anuales.
Desde su restauración se han contado unos 74.500 nidos de 26 especies de aves acuáticas, casi todas catalogadas con algún grado de amenaza, superando las 5.000 parejas reproductoras al año desde 2002. La reserva es utilizada por aves migratorias e invernantes, con una población por encima de los mil ejemplares presentes y ocasionalmente por encima de las 10.000 aves.
Con una superficie de 64 hectáreas, los visitantes tienen acceso a una pequeña parte. Desde los miradores se observa parte del resto, donde sólo pueden entrar algunas personas y siempre con fines científicos. Flamencos, charranes, cigüeñelas, chorlitejos comunes y anátidas de todo tipo. De octubre a febrero es cuando se observa la llegadas de más aves, procedentes del norte de Europa. Llegan a pasar el invierno, algunos en tan escaso número que se contabilizan sólo con los dedos de una mano.
Es lo que ha sucedido este año con la cerceta pardilla. Los técnicos detectaron una pareja que había anidado en la reserva, una sorpresa agradable y que ratifica la Albufera como uno de los refugios predilectos. En el mirador cubierto, varios paneles ayudan a reconocer las aves, como si se tratara de un juego de detectives en plena naturaleza.
Claro, que en ese terreno también es necesario a veces poner trampas. Es lo que ocurre cuando se detectan perros y gatos asilvestrados. «Tenemos que cogerlos antes de que lleguen a los nidos», comentan. Pese a que se encuentra en plena Devesa, junto al desvío de la carretera de El Saler hacia El Palmar, alguna vez han tenido ese problema.
Marhuenda asegura que el preferido de los niños es el zampullín. «Se sumergue y aparece unos metros más allá, lo que siempre es una sorpresa». El entorno del edificio de acceso cuenta con aparcamientos y zonas de picnic. El diseño de la reserva intentó aprovechar las transformaciones del hipódromo.
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