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Eva y Sergio se funden en un abrazo tras llegar el joven al aeropuerto de Manises. :: damián torres
«Nuestro bote se quedó colgando de un cabo y golpeaba el casco del barco»

«Nuestro bote se quedó colgando de un cabo y golpeaba el casco del barco»

«Pensé que no salíamos vivos; la barca se rompió y empezó a entrar agua y gasóleo», reconoce el joven rescatado del Sorrento

ARTURO CHECA

Miércoles, 29 de abril 2015, 23:35

Eva mira a Sergio aún sin creerse que lo tiene delante. Lo besa. Lo abraza. Lo vuelve a mirar de arriba a abajo. Suelta un par de risas nerviosas. Observa a su alrededor, tímida ante su demostración de cariño en público. Y se come de nuevo con una mirada incrédula a su novio. «Hasta que no lo vea delante de mí, no me lo creo», confesaba unos minutos antes mientras se pellizcaba los labios en la terminal de llegadas del aeropuerto de Manises.

Abrazos, lágrimas, caricias, interminables besos... Las escenas se multiplicaron en el aeródromo valenciano a las cuatro de la tarde de ayer, cuando una treintena de valencianos que viajaban en el ferry siniestrado tomó tierra en un avión con billetes pagados por Transmediterránea.

Un día después, Sergio aún huele a humo. Sus ropas y todas su pertenencias siguen en la destrozada cubierta cuatro del navío. «Y no sólo huelo a humo. Mira». Y Sergio saca una zapatilla deportiva de una bolsa de Cruz Roja en la que lleva los pocos efectos que logró llevar consigo en el rescate. Apesta a combustible. «Es gasóleo que empezó a salirse de la barca. Debió romperse con algún golpe. Yo pensaba que nos ahogábamos, que no salíamos de allí. Sobre todo cuando empezó a entrar agua en el bote»..., y Eva suspira y se tapa con espanto la cara mientras oye el relato de su pareja.

El heroico tripulante filipino

Escuchan también sus palabras Eduardo Cortés y Germán Hernández, compañeros de rescate y también de faena. Los tres son empleados de Mundo Animala, una empresa de Torrent dedicada a la tematización de parques de ocio. Acababan de terminar un trabajo en un parque acuático en Palma. «Volvíamos felices en el ferry porque nos íbamos a otro destino», recuerda Germán. Pero el infierno estalló a sus pies.

«Estábamos comiendo cuando escuchamos un estruendo muy fuerte. Como si una ola hubiera golpeado el barco. Pero luego pensamos que parecía más una explosión. Nos dijeron que volviéramos a nuestros camarotes o butacas», recuerda Eduardo. Hasta que el humo empezó a inundarlo todo. «Nosotros estábamos una cubierta por encima. La gente tosía y lloraba por la humareda», añade.

Transcurrió «una media hora» en la que la gente «gritaba, algunos vomitaban y estaba todo el mundo muy nervioso». Fue el tiempo aproximado que tardó el capitán en darse cuenta de que las llamas eran incontrolables. Comenzó el descenso de los botes salvavidas. Y la verdadera odisea para los pasajeros. «Nuestra barca se quedó colgando de un cabo y golpeaba una y otra vez contra el casco del barco». Sólo la pericia de Alan, un tripulante filipino, evitó que el centenar de personas que viajaban en la barcaza acabaran cayendo al agua. «Trepó por el cabo y lo cortó con algo. Luego el cabo le golpeó en la cabeza y acabó siendo evacuado en helicóptero. Le echó un par de huevos», concluye Sergio.

Y Eva sigue sin quitarle un ojo de encima. «Cuando me llamó pensaba que era para decirme que ya estaba en Valencia. Pero no, lo que me soltó era que casi se ahoga en el bote salvavidas», recuerda la novia del joven rescatado. En las calcinadas entrañas del Sorrento sigue la furgoneta y las herramientas de los tres trabajadores.

A su alrededor, varios grupos de pasajeros con el semblante perdido y prendas de ropa en bolsas de Cruz Roja atestiguan que los empleados de Mundo Animala no son los únicos con mucho que pensar y que contar. Germán mira al vacío tras los cristales del aeropuerto de Manises, sentado en una mesa mientras charla con sus colegas. Y tiene muy claro que lo suyo ha sido un milagro: «Ves las películas de naufragios y dices, ¡joder! Pero hasta que no lo vives no te das cuenta de lo que es esto».

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