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J. A. MARRAHÍ
Viernes, 24 de junio 2016, 00:04
Cadáveres, momias, manchas de sangre, cuchilladas y hasta el cuerpo sin vida de Marilyn Monroe visitaron ayer el Aula LAS PROVINCIAS en el Salón Sorolla del Ateneo Mercantil... No teman. No hubo un crimen y la exposición de Cuarto Milenio era en otro piso. Se trataba de la charla de José Miguel Mulet (Dénia, 1973). Valenciano, bioquímico, profesor de la Politècnica, investigador, escritor y, ante todo, un entusiasta de la ciencia servida con proximidad y buen humor.
Ante la mirada asombrada de asistentes, Mulet fijó su lupa en los orígenes, entresijos y secretos de la ciencia forense, esencia de su nuevo libro 'La ciencia en la sombra'. Y todo con un sencillo planteamiento: «Allá donde vamos dejamos innumerables rastros que pueden acabar por delatar nuestra presencia y acciones con la certeza e infalibilidad de las pruebas científicas».
Mulet activó su máquina del tiempo para viajar a los oscuros tiempos de las brujas y las confesiones por tortura. «Antes era Dios quien decidía, pero como no suele hablar mucho otros decidían por él quién era culpable o inocente».
De las torturas a la prueba
La época de confesiones arrancadas con dolor dio paso al valor de los testigos. «Alguien podía ir a la cárcel si se testificaba en su contra y el juez se lo creía, pero el problema es que los testigos mienten, se equivocan o están condicionados por sus emociones y percepciones. Testigos y técnicos se equivocan. Las pruebas son irrefutables», destacó.
«Los recuerdos son dinámicos. Algo que construimos. Y los falsos recuerdos son frecuentes», expuso el experto para cuestionar el valor de las percepciones personales como elementos para resolver delitos. Y puso sobre la mesa el triste caso de Rocío Wanninkhof y Dolores Vázquez, la sospechosa que fue acusada del crimen sólo por impresiones de testigos y luego salvada por la ciencia cuando una colilla incriminó a Tony Alexander King. «Si no funcionara la prueba del ADN la inocente Dolores Vázquez seguiría en la cárcel», concluyó.
Los orígenes de la ciencia forense están en China. Un manuscrito del siglo XVIII ya ilustraba sobre cómo distinguir un ahogamiento de un estrangulamiento en los cadáveres. Luego llegó la fotografía de frente y perfil, las medidas como rasgo de identificación y, más tarde, las huellas dactilares. «Todos tocamos de todo allá donde vamos y las huellas son inequívocas».
Mulet abordó el concepto valenciano más primitivo de lo que hoy sería un forense: El 'desopsitador', «En el siglo XVI se encargaba de toda la medicina relacionada con asuntos de justicia», explica el científico en su libro, elaborado con la sabiduría de policías en activo, forenses, bibliografía y hasta autopsias vividas en primera persona.
En su obra compara la realidad de la criminalística con las mentiras, exageraciones y licencias que a veces nos creemos a fuerza de cine y series de televisión. «El primer CSI no es de Las Vegas, lo inventó Edmond Locard, padre de la ciencia forense, en Lyon». Igual que Julio Verne inspiró a científicos, en los albores de este conocimiento «fueron clave las influencias de la novela negra clásica. Locard era un fan de Connan Doyle y su Sherlock Holmes y también de Edgar Allan Poe». Mulet puso de relieve cómo Agatha Crhistie ya resolvía crímenes en la ficción con restos de pólvora en las manos mucho antes de que este método fuera usado con absoluta eficacia en homicidios con armas de fuego.
Cadáveres y jamón serrano
El escritor repasó, una a una, las principales pruebas con validez forense. «Cada vez que hablamos lo llenamos todo de microgotas de saliva. El ADN puede delatarnos de muchas maneras y cada vez funciona mejor». Al ahondar en las muchas pistas que aporta el cadáver, se detuvo en el supuesto olor a santidad de cuerpos momificados o incorruptos, «que no es otro que el del jamón serrano». Y es que «los cuerpos sometidos a climas muy secos pueden llegar a deshidratarse antes de que las bacterias inicien la descomposición».
Y de la carne, pasamos a los huesos. «Se acuerdan de todo. Heridas de bala, de arma blanca, origen geográfico, alimentación y hasta cambios de residencia... Y si os ponen una prótesis de titanio en el fémur, no dudéis que os podrán identificar por ella», recalcó el divulgador dienense. En definitiva, «hasta tu oreja deja una huella y por ella se puede saber si estuviste en un lugar, por no hablar del GPS del móvil».
A preguntas de los asistentes, Mulet criticó el error que llevó a los investigadores a creer que los huesos de los hijos de Bretón eran de animal. «Desde luego, el primer informe fue una chapuza, pero es que a veces los forenses también pueden fallar». En este caso criminal estima que si el gélido asesino hubiera golpeado los restos calcinados hasta quebrarlos por completo «posiblemente ahora estaría libre».
Como concluye el investigador al final de 'La ciencia en la sombra', «si tienes la peregrina idea de cometer un delito o matar a alguien no lo hagas. Mejor vete al cine o cómprate un libro. Hay cientos de maneras por las que podrían pillarte. Vayas donde vayas, hagas lo que hagas, dejarás trazas y señales».
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