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J. A. MARRAHÍ
VALENCIA.
Jueves, 28 de septiembre 2017, 00:48
Por aquel entonces el pluviómetro era un invento del lejano oriente que todavía no había llegado a Europa. Pero la más devastadora riada que jamás ha sufrido Valencia está documentada con palabra escrita. El 27 de septiembre de 1517, hace justo cinco siglos, la ciudad sucumbió al que posiblemente sea el mayor desastre natural de su historia: una crecida del Turia con centenares de muertos, 200 casas arrasadas, el agua saltando por encima de los puentes y las calles tomadas por fango, llanto y cadáveres. Lo narró de manera sobrecogedora Gaspar Joan Escolano, sacerdote y rector de la parroquia de San Esteban, en su 'Décadas de la historia de la insigne y coronada ciudad y reyno de Valencia'.
Tras 40 días de lluvias intensas en toda la región, las aguas del Turia convirtieron Valencia en un mar. La avenida, describen fuentes del Arzobispado de Valencia, se produjo a las tres de la tarde. Era domingo y los jurados de la ciudad de Valencia tuvieron que suplicar la ayuda urgente al rey Carlos I.
«Pareció un retrato del diluvio de Noé», describió Escolano. El Turia irrumpió en la ciudad «con tanta fuerza como nunca lo habían visto personas vivientes». En una hora derribó todos los puentes que daban a las puertas de las murallas de Valencia: el Portal Nuevo, el del Palacio Real y de los Serranos, y gran parte de los antepechos de los Puentes de la Trinidad y del Mar.
La avalancha de agua cubrió casi todas las calles y derribó más de doscientas casas, entre ellas la del cura de la parroquia de San Esteban, antecesor del cronista. Así lo vivió Escolano: «La furia y creciente del río fue tan temeraria que la ciudad quedó hecha una babilonia de llantos y voces, nacidas de los que morían ahogados en las aguas, y debajo de las casas que se iban cayendo; y no menos aumentaban esta tragedia los clamores de los demás, que aguardando otro tanto de sí, rompían el cielo pidiendo misericordia a Dios».
En una hora, las aguas habían inundado casi todos los barrios. Sólo en la calle de Murviedro, lo que hoy es la calle Sagunto, desaparecieron sesenta edificios. La inundación fue de tal magnitud «que podía navegar una barca grande por los portales situados junto a los puentes».
El agua desbordada «se extendió a alquerías y se vinieron abajo casi todos los molinos, se obstruyeron las acequias y quedaron embarrancadas las tierras labrantías. Aquello no parecía la Huerta de Valencia». El torrente arrastró árboles y madera que fueron impulsados hasta el mar por Monteolivete.
En el Convento de la Zaidía las aguas alcanzaron diez palmos y medio y las religiosas fueron acogidas en casas próximas. También huyeron las monjas del entonces convento de San Julián, «alarmadas por las ciento veinte casas destrozadas por las aguas y la pérdida de más de cien vidas humanas».
El Cabildo de la Catedral dispuso que el Santísimo, acompañado del Lignum Crucis y otras reliquias, fuera llevado en procesión a los lugares más afectados. Varios sacerdotes permanecieron en la capilla mayor entonando salmos con relevos hasta el amanecer. Al día siguiente, volvió el río a su cauce. Pero los capitulares dispusieron que, mientras el tiempo no mejorase, continuaran las rogativas 'ad petendam serenitatem' por turnos de cuatro horas.
Cuando al fin bajó el nivel del Turia quedaron al descubierto «los cientos de muertos que el agua había arrastrado consigo en aquel día, recordado durante años como el más nefasto de todos los tiempos».
En una lápida al exterior del atrio del convento de la Trinidad se escribió una marca para el recuerdo: «Hasta aquí llegó la inundación del Turia, la mayor de que hay memoria, causando graves daños a la ciudad y Reino de Valencia, el 27 de septiembre de 1517 a las tres de la tarde».
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