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RAFA MARÍRMARI@LASPROVINCIAS.ES
Miércoles, 20 de febrero 2008, 04:55
Observo en los carteles electorales que a algunos candidatos se les han eliminado las arrugas. Esa estrategia toma a los ciudadanos por tontos. Pujol ganó varias elecciones en Cataluña sin que en las imágenes le pusieran más pelos en su cabeza.
Los ciudadanos, más que belleza, reclaman buenos gestores que transmitan credibilidad. La mayoría prefiere a una persona inteligente y preparada de 60 años que a otra de 30 con la piel tersa pero ignorante en temas económicos y culturales.
Leve recordatorio: Voltaire tuvo arrugas. Jeanne Moreau tiene arrugas. John Ford lucía arrugas cuando dirigió . Churchill abundaba en carnes y arrugas cuando fue decisivo para ganar a los nazis en la II Guerra Mundial.
Joan Verdú inaugura mañana en la Sala del Ayuntamiento. Del bonito espacio de Arzobispo Mayoral confesaré que su portalón me impone. Cuando de pequeño pasaba por allí, pensaba: ¿Qué habrá ahí dentro?
Le pregunto al artista a quién espera encontrar en la jornada inaugural de su muestra. "No sé quien espero que venga. Lo que sí sé es quiénes espero que no vengan. Los lectores de , por ejemplo", me responde Verdú. Una persona que hace esos comentarios tiene que ser un buen pintor. "No pretendo hacer cuadros bonitos, a mí la belleza me da igual, lo que quiero es hacer cuadros interesantes. Si además son bonitos, bueno, es un valor añadido", añade el pintor.
Hay placas de Tráfico que exigen circular a 20 por hora. Yo lo intento siempre. Pero me ocurren dos cosas. Una: inevitablemente me invade la sensación de estar haciendo el ridiculo. Dos: a esa velocidad el coche se me cala. Y cuando quiero evitarlo pisando el acelerador, alcanzo enseguida los 40 por hora. Hay órdenes difíciles de cumplir.
Algunos restaurantes convocan a veces a la prensa para presentar a un cocinero premiado o dar a conocer unas jornadas. Vale: la prensa acude para corresponder a la gentileza, no para comer gratis. Estamos en la España de 2008, no en la de 1940. Pero hay críticos que aprovechan la ocasión para soltar bilis y llamar a los que aceptan la invitación.
Tal vez resulte oportuno comprar una máscara a lo Hannibal Lecter para ponérsela a quien más que comer, muerda. La gastronomía valenciana necesita una crítica que instruya deleitando, no que combata sus fantasmas biográficos dando rienda suelta a su instinto caníbal.
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