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PPLL
Domingo, 9 de marzo 2008, 03:31
aparece aquí fotografiado junto a la plana mayor de los periodistas valencianos, tras una visita al nuevo seminario en febrero de 1959. En primera fila, junto a él, los directores de Levante (Alonso Fueyo) Jornada (José Barberá) y Las Provincias (José Ombuena). Entre los redactores podemos ver a destacadas firmas del periodismo valenciano y entrañables compañeros de redacción como Estellés, Sincerator, Domínguez, Cruz Román, los Dasí padre e hijo, Albesa y Ros Marín.
Ocurrió ahora hace 50 años: la proximidad de las Fallas y la Semana Santa, unida al recuerdo de la reciente riada, determinó dos documentos oficiales del arzobispo de Valencia recomendando el traslado de las fallas y pidiendo que la alegría festera no empañara la severidad de la Cuaresma. A los falleros, y a los valencianos en general, la idea no les gustó: desde entonces se dijo, popularmente, que "Marcelino, el tombolero, no vol ser fallero"
Marcelino Olaechea Loizaga (Baracaldo, 1889-Valencia,1972) fue nombrado arzobispo de Valencia en 1946 y dirigió los destinos de la diócesis hasta 1966. Pero al decir de los valencianos, que le quisieron muy bien y aceptaron el gran trabajo que siempre hizo por los pobres, nunca entendió en toda su dimensión, quizá debido a su origen, la expansiva alegría valenciana. Por eso nunca aceptó de buen grado que la fiesta fallera se entreverara con la Cuaresma, celebrada entonces con mucha severidad en las formas externas por toda la Iglesia, y singularmente por la española.
Por esa razón, el dolor de la riada de octubre de 1957, tras la que el arzobispo se desvivió para recaudar recursos a favor de los damnificados, le parecía al prelado que debía seguir estando presente siete meses después, en la fiesta fallera de 1958. Por eso publicó dos pastorales sobre las fallas, el dolor y la Cuaresma, en las que puso de manifiesto su pensamiento al respecto. El alcalde de Valencia, marqués del Turia, años después de dejar el cargo, confesó que, en efecto, percibió ese deseo episcopal que llegaba a plantear, incluso, que no hubiera fallas en 1958. Y declaró que se resistió a las insinuaciones con el argumento de que una sociedad que ha sufrido un rudo golpe necesita estímulos como los de las fallas y no elementos para ahondar su depresión.
De ahí vino la decisión de convertir la fiesta fallera oficial de 1958 en un homenaje a España, por la gran solidaridad demostrada con los damnificados por la riada de octubre de 1957. Así, la falla oficial, la de la Plaza del Caudillo, era un símbolo de gratitud a España y sus regiones, realizado por Juan Huerta. Y la fallera mayor estuvo acompañada, en la corte de honor, por señoritas representantes de las casas regionales presentes en Valencia.
La pastoral
Marcelino Olaechea, que emitió una pastoral titulada "La Riada" que ya llevaba indicaciones sobre las fallas, se hizo famoso en Valencia, sin embargo, por la que LAS PROVINCIAS publicó hace 50 años, el 8 de marzo de 1958. En ella, el prelado decía que "nos duele en el alma" comprobar que, durante las fallas, en la primera Cuaresma tras la riada, se preparaba "no solo igual desarrollo festero que en tiempos corrientes, sino igual apertura de paradores y diversiones ajenas a ellas". Los paradores, una novedad en los años 50, eran el lugar de refugio de la aristocracia de los apellidos y los altos cargos de la ciudad y una nueva burguesía recién llegada. Allí se concentraba la buena sociedad, clásica y emergente, que, por encima de la modestia popular convencional en las fallas, buscaba espectáculos, diversiones y también una buena mesa que la mayoría de las comisiones no alcanzaba.
En la pastoral, Marcelino Olaechea recordaba que nunca se había opuesto a las fallas, de las que evocaba "el arte y el sano buen humor", y que lo que le causaba dolor era la coincidencia de la alegría y el bullicio con la Cuaresma y la Semana Santa. Y añadía: "Creemos deben desterrarse de las fallas, este año y todos, atracciones que le son ajenas y que las sacan de su cauce natural de sana alegría popular, artística y callejera, como son los paradores y diversiones que se les han ido añadiendo sin ningún sello de buena valencianía". De ahí que insistiera en que "tiene la Iglesia que proyectar su dolor (...) y que no puede en ese tiempo dar la impresión de que las apoya o se aviene con ellas, pues le cortan el consagrado universalmente al recogimiento, la penitencia y la oración, que tiene por tanto que imponerse el deber de no contar con la presencia de falleros ni falleras, como tales, ni admitir de sus juntas encargos ni ofrendas".
La Ofrenda
La Ofrenda, que se hacía entonces dentro del templo de la Patrona, era la piedra de toque en el conflicto entre ascetismo y fiesta que el prelado exponía. De ahí que la carta pastoral dijera después que "aceptamos, solo por este año en Cuaresma (esperando que sea el último en que se celebren las fallas en tan santo tiempo), la ofrenda de flores a la Virgen, en su Real Basílica". El deseo de que San José se trasladase de fecha en el calendario, junto con las fallas, estaba presente aunque no se nombrara explícitamente. San José Obrero, el 1 de mayo, era la opción preferida por el arzobispo.
La reacción popular fue, en general, jocosa. Aunque la Cuaresma y la Semana Santa eran todavía de gran retraimiento y silencio, el alma de los valencianos no vivió el conflicto con la misma intensidad que su prelado. Sin embargo, faltaba muy poco para un gran cambio de costumbres en España: la falla del primer premio de ese año, de Regino Más, había plantado en Convento Jerusalén una enorme carroza tirada por caballos y un gran neumático con alas. La motorización masiva de los españoles, la Vespa y el 600, iban a hacer que cambiara todo, incluida la quietud tradicional de la Semana Santa. Curiosamente, el gran aliciente de la Tómbola de don Marcelino, en las fallas del año 1958, era el sorteo de varios flamantes SEAT 600, la herramienta del gran cambio.
La reacción popular
LAS PROVINCIAS dio la pastoral con poca relevancia tipográfica, a dos columnas en página par, junto a las esquelas, y sin comentarios. Y tituló correctamente: "De la celebración de las fallas en la santa Cuaresma y de los paradores y diversiones ajenas a ella". Sin embargo, aunque la carta pastoral ponía el énfasis en los paradores y demás diversiones, ese es el aspecto que menos se comentó y el que nadie recuerda ahora. Don Marcelino estaba más contra lo que llamaríamos "la fiesta de los ricos", de la burguesía valenciana, que contra las humildes fallas de barrio, mencionadas en su documento expresamente para decir que las había visitado en más de una ocasión y a las que había prestado ayuda económica en ocasiones, cuando no tenían recursos para la fiesta.
Al final, no pasó nada especial. Los paradores funcionaron igual en las fallas del año 1958, la Ofrenda se hizo sin dificultades y fue el pueblo el que inventó la frase canción "Marcelino, el tombolero, no vol ser fallero", que ha pasado a la historia por vía popular. Lo decían por la Tómbola, la mejor herramienta de don Marcelino para recaudar fondos con los que socorrer a los pobres, construir casas para los necesitados y levantar el nuevo Seminario diocesano. Su banco, el banco de Nuestra Señora de los Desamparados, que funcionó en palacio arzobispal, fue un elemento clave en la solidaridad de los años cincuenta.
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