MallorcaConquista sangrienta

La empresa de Mallorca, el impulso que lleva a Jaime I a conquistar las Baleares fue determinante a la hora de configurar un nuevo horizonte para el reino de Aragón. Se trataba de extender el reino hacia el sur, establecer una nueva frontera en las islas situadas en el este y establecer un ámbito comercial nuevo, que estuviera asegurado de agresiones externas por el papel de una flota.

La realidad dominante era la de una piratería procedente de las Baleares que impedía trabajar a los comerciantes catalanes. Es así como, en Barcelona, en los últimos meses de 1228, el rey recibió el ofrecimiento de contar con sus naves, herramienta que sirvió para preparar una operación en la que la nobleza participaría a cambio del botín y de generosos dominios territoriales. En Lérida, no mucho después, los nobles aragoneses aceptaban el plan y las mismas condiciones; aunque también plantearon al rey la necesidad de abrir los caminos comerciales mediante el ataque a los musulmanes de Valencia, un proyecto que les interesaba mucho más directamente.

El resultado fue que la empresa de las islas contó con mucha más intensa presencia catalana que aragonesa; catalanes fueron, en consecuencia, la mayoría de los repobladores que habitarían en las islas. El 6 de septiembre de 1229, la escuadra catalana partió de los puertos de Tarragona, Salou y Cambrils, y conquistó Mallorca al gobernador almohade de la isla, Abú Yahya.

El memorable desembarco se produjo en la bahía de Santa Ponsa, que fue seguida de la batalla y victoria de Porto Pi, que se dio el 13 de septiembre de 1229. Los musulmanes se refugiaron tras las murallas de Palma y castigaron con una horrorosa crucifixión a varios soldados aragoneses. La respuesta de los invasores fue implacable: en diciembre, la población palmesana fue objeto de una no menos cruenta venganza que dio paso al dominio general de la isla.