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Viernes, 4 de abril 2008, 14:56
Mateo Balín
El consumo de carne puede ser sabroso y nutritivo, pero no sale gratis al miedo ambiente. No hace tanto tiempo la ternera era un bien de lujo, asequible para unos pocos, pero hoy en día es un producto abundante en la cesta de la compra. La ecuación es sencilla: cuánto más ricos somos más carne comemos. Pero también más recursos se necesitan, por lo que el impacto ambiental aumenta. Alentados por el horizonte de Kioto, los países firmantes han centrado sus fuerzas en combatir el sector energético olvidándose del resto. Una pequeña porción que sólo en el caso de la ganadería y la agricultura española ya supone el 11% total de la emisión de gases de efecto invernadero.
Hace una década, un informe de la FAO pedía soluciones urgentes porque el ritmo actual de producción de carne era insostenible. Desde entonces, y como viene ocurriendo en los últimos 50 años, la demanda sigue creciendo a costa de intensificar los recursos, hasta que en 2006 el sector ganadero ya superaba al de transporte en la emisión mundial de gases, convirtiéndose así en la principal fuente de degradación de los suelos y del agua.
Osvaldo Sala, asesor de ecología de Naciones Unidas, presentó hace unos días en Madrid un estudio sobre la pérdida de biodiversidad que sufrirá la Tierra en este siglo y destacó que los ecosistemas mediterráneos experimentarán una mayor degradación debido a su sensibilidad a los cambios de usos del suelo, motivado, sobre todo, por la actividad ganadera.
La producción intensiva de carne contamina aguas, genera residuos químicos, gases peligrosos procedentes del estiércol -óxido nitroso- y del sistema digestivo -metano-, además de amoniaco que contribuye a la lluvia ácida, enumeró el biólogo, que exigió a los países industrializados formas de producción más sostenibles.
Flatulencias contaminantes
El primero en encender las alarmas fue el Gobierno de Nueva Zelanda. La gran cabaña de rumiantes que tiene el país -más de 50 millones- genera el 40% de sus emisiones de gases de efecto invernadero, lo que está impidiendo cumplir los objetivos de Kioto. Así, en un territorio de tan sólo cuatro millones de habitantes, con una asentada conciencia ecológica, cada vaca emite 90 kilos de metano al año -un gas 23 veces más peligroso que el CO2-, lo que supone la misma polución que se genera al quemar 120 litros de gasolina. La paradoja del caso neozelandés es que la contaminación de estos animales tiene que ver con la alimentación que llevan, más sana y tradicional que las cabañas europeas, donde predomina el pienso compuesto, por los que las autoridades se han planteado como último recurso variar la dieta después de desechar la implantación de una tasa -'Flatulence Tax'- que pretendía compensar las emisiones de metano.
Pero si Nueva Zelanda anda a vueltas con la fermentación intestinal de las vacas, en España -tercer país europeo en número de bovinos y el segundo en ganado porcino, ovino y caprino- la progresiva pérdida de las explotaciones tradicionales a favor de las intensivas esquilma un recurso limitado como es el agua. Según la FAO, producir un kilo fresco de ternera no sólo requiere un consumo de agua quince veces superior al de los vegetales -15 metros cúbicos frente a uno-, sino que además contamina 12 kilos de dióxido de carbono, lo equivalente a viajar en un coche durante 200 kilómetros.
Consumo sostenible
Otros impactos de la explotación ganadera son los excrementos líquidos y sólidos, con un poder contaminante cien veces superior al de las aguas residuales urbanas; el uso del transporte para trasladar animales; la acumulación de pesticidas y fertilizantes, y la introducción de cultivos modificados genéticamente, como es el caso de la soja, que en un 90% se destina a la alimentación animal.
Con este panorama, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) asegura que la mejor opción sería "racionalizar su consumo", que en la actualidad ronda los 90 kilos por persona y año en los países ricos. "Buscar la producción ecológica ayuda, pero es más razonable reducir la presencia de carne en la dieta diaria. Y cuando la comamos, debemos procurar que en la elección haya tanta variedad de especies como sea posible y que ésta tenga un origen local", aconseja la asociación de consumidores.
Hace unas semanas, los líderes europeos reunidos en Bruselas acordaron tomar "medidas urgentes" para reducir en un 20% sus emisiones de aquí a 2020. Sin embargo, no se pusieron de acuerdo sobre los sectores productivos en los que morder el hueso. De momento, los 25 ven con buenos ojos la propuesta francesa de el IVA que se aplica a los bienes ecológicos y penalizar las importaciones que no secunden las mismas normas ambientales.
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