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El foro

Réquiem por el corrector

JOSÉ M.ª CRUZ ROMÁN

Lunes, 21 de abril 2008, 05:07

No ha tenido heredero. Sus bienes se esfumaron. El corrector se empapaba de lectura. Le daban a leer todo: los artículos de fondo y las crónicas de fútbol. Igual que, tratados enteros de anatomía o la descripción orográfica del Turquestán, en las imprentas de grandes editoriales. Pero aquí, en los periódicos, el corrector cada noche lo había leído absolutamente todo, antes de que el número entrara en máquinas.

Lo leía y lo iba corrigiendo, en el curso de la noche. La nave de linotipias mantenía siempre un sonido de cremalleras gigantes y de tecleo ardoroso. En el departamento de cajas, los obreros podían vocear para desahogarse por el enojo de un título demasiado largo a dos columnas. En la redacción, no todo era silencio creativo: allí surgían comentarios de mesa a mesa, y rechiflas por un acuerdo municipal o asombros compartidos por la última, inesperada noticia del teletipo. Pero en el chiribitil de los correctores, ante la mesa escuálida y la bombilla baja, lo que se percibía era la salmodia de una tonada inacabable. Aquello sonaba como un rezo a media voz, plegaria continua para el buen parto. Y filtro de sílabas, acentos, conjunciones, ortografía y sintaxis, que los dos vigilantes -el lector y el atendedor- iban cribando sin cesar para que su diario saliera, al despuntar el alba, más aseado que el limpio amanecer de abril.

Cuando este periódico nuestro se hacía en la Alameda, el canto mortecino de los correctores llegaba a escaparse los veranos, por cualquier ventanillo abierto. Tanto sabían del idioma los viejos correctores, que uno de ellos, Francisco Ferrer, manco igual que Cervantes, cuando ya no tuvo que velar cada noche, lo que hizo fue escribir y publicar un diccionario. Por las librerías de Valencia deben andar aún sus ejemplares Y otro corrector, Manolo Casaña, es un activo jubilado que escribe aquí todas las semanas. Ahora, el corrector de los periódicos ya se acabó. Con él ha desaparecido un compañero que abortaba nuestros errores y que jamás adoctrinó a quien no se lo rogara. Su prestación era difícilmente prescindible, según ha ido comprobándose.

Las legiones universitarias del periodismo actual vigilan sus propias erratas. El mismo que las produce es quien debe exterminarlas. No hay ángel que las descubra cantando. Ni especialistas correctores que alcancen a volar todas las noches hacia cada redacción.

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