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JOSÉ LUIS BENLLOCH
Lunes, 8 de septiembre 2008, 04:52
La fiesta del 150 aniversario de la plaza de Utiel fue menos fiesta de lo que prometía y mucho menos de lo que se merecía una afición tan ilusionada. Los actos de un año entero, leyendas y más leyendas desempolvadas para la ocasión, los esfuerzos ímprobos de las instituciones públicas y privadas para mantener joven y guapa a La Utielana, merecía otras satisfacciones. Incluyo a los mismos toreros, Cid y Manzanares artistas en plenitud y de largo prestigio, en trance de mano a mano delante de media España por mor de las teles autonómicas que se habían sumado a la conmemoración, pero hete ahí que los toros dieron al traste con todo y con todos.
Así que los aficionados de Utiel y los llegados de fuera al reclamo de tales fastos, abandonaron la plaza tristones y descorazonados. Por mucho que empujaron, por muchas ovaciones que regalaron no hubo forma de poner la tarde en pie. Una vez más aquello de corrida de expectación corrida de decepción se había consumado en el peor momento si es que hay momentos malos y peores para tales desengaños.
Bonitos los preámbulos, animadas las tertulias mañaneras en torno al olmo más que centenario, superviviente de plagas y avatares mil, que preside el patio de cuadrillas, exageradas y desbordantes de viandas las mesas del mediodía para agasajar amigos y celebrar a la patrona. Era día de toros en Utiel y se notaba por donde fueses.
A la hora del comienzo seguía la animación en torno a La Utielana por mucho que los tendidos no se llenasen más allá de las tres cuartadas partes de su aforo. Bonita la puesta en escena con el desfile de la reina de las fiestas y la corte de honor, deslumbrante de ritmo y hasta de torería los sonoros compases de la Banda que sonaba de maravilla, una gozada el artilugio de la época rescatado de la noche de los tiempos para regar el albero: una bota de vino en carro de labrador tirado por robustos rocines.
Ni qué decirles de las cuadrillas, Cid de azul pavo, Manzanares de corinto y oro o quizás fuese del buen vino de Utiel y oro, todo iba, todo, fue de maravilla hasta que a la orden del clarín apareció el primer toro. A partir de ese instante maldito fue el rechinar de dientes y la decepción. Toros de tan abundante nobleza como escasas fuerzas. Tan escasas que automáticamente dejaban de ser toros para convertirse en penas.
El Cid curtido en mil batallas defendió su categoría de torero y el prestigio ganadero de su apoderado. No acabó de salirse con la suya. Derrochó voluntad, a algunos toros les dedicó bastante más tiempo del que merecerían y sobre todo de lo que recomendaba la buena mesura y el ritmo de la tarde. Toreó de capa al quinto especialmente bien, ganando terreno, bajando muchos mas manos, con el compás recogido y muy suelta la inspiración, manejó esta vez la tizona con tino y prontitud pero ya lo dijo el Gallo, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible . Los toros nobles se veían impedidos de atender los cites y perseguir los engaño por mor de no se sabe que mala enfermedad. Aún así El Cid, que esta vez contó con la alianza del palco, cortó dos orejas propias de la celebración y se fue en hombros por la puerta grande.
Concesión de trofeos
Menos suerte tuvo Manzanares en la concesión de trofeos, especie de tómbola de extraño criterio que circula de plaza en plaza cual si fuese una ruleta rusa. Por los mismos motivos o semejantes, igual le pudieron haber dado los trofeos que le equiparaban a El Cid o al Cid los que le equiparaban a Manzanares. No fue así aunque en realidad tampoco creo que fuese esa la mayor afrenta de la tarde. El torero de Alicante hizo gala de su porte y categoría. Anduvo insistente como El Cid, actitud que no siempre cuadra en una artista aunque obligue como ayer la profesionalidad. Dejó pinceladas de un gusto exquisito, cautivó con su atractiva apostura y dejó entrever, lo que le dejaron enseñar, porque la afición anda loca con él. Certero con los aceros se fue de Utiel, plaza en la que por cierto nunca llegó a actuar su admirado padre, con el sabor de la decepción recomiéndole su alma de torero en celo.
Las ultimas líneas de la crónica vistos los resultados deberían ser de ánimo para los organizadores, señor alcalde incluido, para los Cuarenta Pavos, para Gavira el pintor de la tierra, maestro en mezclar colores y ejemplo de vitalidad.
Todos sabemos que les va a resultar difícil resarcirse con un triunfo grande de toros y toreros en otro aniversario, sobre todo porque el 200 queda lejos pero bien podrían intentarlo el año del ciento cincuenta más uno, que es aniversario de lo más apropiado para que el olmo de la La Utielana vuelva a cobijar sueños y tertulias de aficionados y a testificar una salida a hombros de las auténticas.
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