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Patatas de sofá
Vida y Ocio

Patatas de sofá

Los españoles invierten más tiempo en ver la televisiónque en leer, conversar y cultivar el pensamiento crítico

JOSÉ MARÍA ROMERA

Domingo, 26 de octubre 2008, 03:43

Lega a casa, abre la nevera, coge una cerveza y va directamente al salón. Allí se repantiga en el sofá donde, a fuerza de horas y horas a lo largo de muchos años, ha alcanzado un perfecto estado de adaptación al medio. Él ha llegado a mimetizarse con el mueble como el animal que se camufla en la espesura de la jungla y por su parte el sofá se ha adaptado a las exigencias de su leal anatomía ofreciéndole un mullido refugio... Para alcanzar ese estado de confortable ausencia, de armónico equilibrio entre el hombre y su hábitat, ha hecho falta sin embargo el concurso indispensable de otro elemento: el televisor, alma del hogar, centro del templo doméstico cuyo sanctasanctórum ilumina con luz perpetua. Y un mando a distancia, por supuesto, que haga más cómoda y fluida la relación de trío entre sujeto, mueble y electrodoméstico. Son millones y millones los hombres y mujeres satisfechos con este modo de vida, a la que dedican lo mejor de su tiempo y de sus ansias. Son los que en el mundo anglosajón se ha dado en llamar coloquialmente los (algo así como patatas recostadas o patatas de sillón), tal vez por el aspecto amorfo y despersonalizado de quien deja pasar las horas muertas arrellanado frente al televisor. Aunque las estadísticas difieren según cuáles sean las fuentes, la mayoría de los cálculos sobre el tiempo de exposición diaria a la televisión apunta por encima de las tres horas y media por persona. Puesto que mucha gente no tiene ni un minuto para dedicarlo ni siquiera al noticiario y otros ven poco o nada de televisión por -¿heroica?- decisión propia, no es descabellado pensar en una muchedumbre de teleadictos que gustosamente asumen el papel de durante ocho, diez o doce horas al día. ¿Cuántos años de vida supone todo esto? Aterra pensar en el inmenso número de privaciones y de actividades no vividas a causa de semejante dedicación a la pantalla. La medicina preventiva lleva años alertando sobre el efecto insalubre del sedentarismo de raíz catódica. Los educadores advierten asimismo de las perniciosas consecuencias del consumo excesivo de televisión sobre los niños. Por otra parte, está generalizada -y no sin motivo- la idea de que el medio televisivo ofrece preferentemente productos de desecho, eso que comúnmente se entiende como "telebasura". Entonces, ¿qué clase de regusto masoquista lleva a la mortificación a tantos espectadores que de puertas afuera abominan del aparato y de sus mensajes? Seguramente es un caso de amor-odio, de atracción fatal, de magnetismo invencible. "Detesto la televisión -declaraba Orson Welles- tanto como los cacahuetes; pero no puedo dejar de comer cacahuetes". Aunque muchos de los son fanáticos de la televisión capaces de disfrutar, o de hacerse la ilusión de disfrutar, con cualquier cosa que ésta vomite desde los magazines llenos de personajes intelectualmente contrahechos hasta los espacios de teletienda, abundan también quienes permanecen con la mirada fija en la pantalla sin encontrar atractivo alguno en sus cantos de sirena. La costumbre, la pereza, la atadura de la rutina, la remota esperanza de que tarde o temprano podrán ser receptores de unas imágenes asombrosas o de un acontecimiento extraordinario les retienen en su puesto de guardia. Al fin y al cabo, no todo en la televisión es despreciable y diabólico. Cultura y libertad Por regla general, la ofensiva contra el medio televisivo se arma de argumentos referidos a los daños que ocasiona por sí misma. Unas pruebas fáciles de rebatir, puesto que todos guardamos en la memoria magníficas producciones de alto valor informativo, intelectual o artístico que en algún momento han enriquecido nuestras vidas. La televisión es un valioso medio que, bien empleado, podría aportar a la humanidad altas dosis de cultura y de libertad, de alegría y de goce estético. El problema no está tanto en lo que 'da' -pues, por malo que sea, siempre podrá ser reemplazado por algo más valioso-, sino en lo que 'quita'. "La pantalla -observa Pascal Bruckner- es una promesa permanente de diversión que suplanta todo lo demás". El televisor ha creado el modelo humano del (o, si se prefiere, el que describe Giovanni Sartori como evolución degenerada del ) que renuncia a la lectura, a la compañía, a la diversión creativa, al trabajo, al pensamiento crítico porque encuentra colmadas todas esas expectativas a través del aparato. El perjuicio no está tanto en el efecto tóxico o narcótico de muchas de las bazofias televisivas ingeridas sin tasa por unos televidentes rendidos sin condiciones a la bulimia audiovisual; está en la renuncia a otras posibilidades de hacer, de estar en el mundo, de conocerlo y de relacionarnos con él. ¿Estaríamos dispuestos a volar diariamente de España a México, o a permanecer quietos en un parque siete horas un día tras otro, o a ocupar ese mismo tiempo en ver a través de la ventana cómo pasan los coches delante de nuestra casa? Pues en España son más de 10 millones los que dedican siete horas diarias a ver la televisión. Sin duda a algunos de ellos eso les libra de la soledad, del aburrimiento o del vacío. Pero el precio es alto si a cambio nos convierte en tubérculos descerebrados sin otros horizontes vitales que la parrilla de programación de la jornada.

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