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MARTA QUEROL BENÈCH
Sábado, 1 de noviembre 2008, 04:05
Fecha de contrastes, este primero de noviembre. ¿Qué se celebra? No lo tengo claro. Dudo entre si es el día de las calabaza huecas, la conmemoración del rodaje de , los carnavales o Todos los Santos. Antaño, era un día gris, triste y donjuanesco, que se prestaba, además de asistir a los oficios religiosos y visitar los cementerios, a pasar tardes en familia al calor de la estufa, con una estupenda merienda y disfrutando de alguna versión del Tenorio en la televisión. En esta cultura del muerto al hoyo (nunca más apropiado) y el vivo al bollo, el primero de noviembre se ha convertido en un remedo del carnaval en versión gore, influido por el cine y la televisión anglosajones. Igual que Santa Claus está desplazando a barrigazos a nuestros apolíneos Reyes Magos, unas calabazas huecas y cuatro disfraces están acabando con el espíritu tradicional del primero de noviembre. Y es que el personal está más por la labor de subirse a una escoba con pelucón y sombrero de pico, que de acercarse al cementerio a llevar flores a los que abandonaron este mundo, que es cosa triste y dolorosa. Por supuesto, se siguen visitando los cementerios, sobre todo gente de cierta edad. Tal vez porque al llevar recorrido un camino más largo han dejado a más compañeros en el trayecto. Y el uno de noviembre es el día por antonomasia para hacerlo. En estas fechas, el camposanto, lugar tranquilo donde los haya, se transforma en un brillante mosaico donde familias al completo van y vienen con hermosas flores, afanándose por limpiar y dejar en perfecto estado las frías losas, que volverán a su soledad después del fin de semana. Si alguien tiene reparos en visitar estos lugares, le recomendaría que se diera una vuelta en este fin de semana. Pena que el tiempo no acompañe, en un día soleado las cosas se ven diferentes. Creo que la grima que me daban los cementerios se me quitó el primer uno de noviembre en que lo visité acompañando a mi madre. Llegué con aprensión, como si los espectros me fueran a saludar en cada esquina, pero se esfumó de inmediato al comprobar la naturalidad con que cientos de personas se movían por sus amplias avenidas, unos con los sentimientos contenidos, otros desatados, unos compungidos, otros con una extraña alegría, todos compartiendo una jornada festiva en la que parecía que el difunto había venido de visita a pasar un rato con la familia que dejó atrás. Había mucha más vida allí de la que podía imaginar. Entre los que se tomaban la jornada como una celebración, destacaban las familias de gitanos. Nadie como ellos honra a sus muertos. Hay una familia en particular, con la que coincido todos los años por proximidad, que se organiza para pasar el día. No es de extrañar, con el arreglo floral que preparan a su difunto. Es una obra de artesanía. Durante horas, limpian, arreglan, colocan, ordenan y engalanan la losa que los separa de aquel que perdieron. Mientras unos trabajan, el resto los contempla, sentados en las sillas que se traen, y van dirigiendo la colocación de cada crisantemo. No se les ve tristes. Al contrario, parece una celebración. Puede que a algunos les resulta llamativo, pero a mí me produce ternura y admiración comprobar el respeto y el afecto que siguen sintiendo por sus muertos, año tras año. Es un caso extremo, y minoritario. Parece que lo más común sea guardar un cierto pudor en estas cosas, o disfrazar de pudor lo que en realidad ha pasado a ser indiferencia, comodidad u olvido. Estamos en la cultura del placer y la diversión, y las cosas tristes se tapan. Las visitas al cementerio se sustituyen por fiestas de disfraces. Las tardes de televisión, escuchando a Don Juan decirle a Doña Inés aquello de "¿no es verdad, ángel de amor...?", se convierten en visionados de películas de terror, con mucho grito y hemoglobina en abundancia. O mejor, me pareció ver que amenazaban con una sesión de gritos en la casa del Gran Ojo Que Todo lo Ve. Y los niños saldrán disfrazados en cuadrillas para celebrar el , yendo de puerta en puerta con aquello del "¿dulce o trato?", que no tienen ni puñetera idea de lo que es, pero que sale en muchas películas americanas, y al final te llevas regalo puesto, que es lo importante, en forma de caramelos, galletas o incluso pasta, no de la comer, sino de la otra. A lo que no creo que lleguemos a renunciar, es a los dulces típicos; otra vez, el vivo al bollo. Es una de las tradiciones que se mantienen, los escaparates de las pastelerías recordando la fecha: buñuelos de viento y huesos de santo asoman desde las vitrinas adornadas. Pero, eso sí, con calabazas o brujas importadas de otras tierras, en un extraño mestizaje. Es la evolución, no sé si necesaria, pero me entra una morriña...
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